¡Qué bueno sería que aprendiéramos a escuchar!
Es fácil decir que se cree en Dios. Sin embargo, cuan frecuente es que lo que se profesa no vaya acompañado por el amor al prójimo. Esta historia nos habla del respeto al desprotegido, un respeto que es manifestación de ese amor que debemos a Dios en el prójimo. Leámosla con mucha atención.
En el centro de una ciudad había una iglesia grande de ladrillo rojo, ventanales de colores y una alta torre con un reloj que daba las horas. En la torre había luces intermitentes para que los aviones no chocaran. Alrededor de ese templo había calles muy anchas de gran circulación y día y noche circulaban muchos carros. Dentro de la iglesia, en el altar mayor, había un Cristo, colgado de una cruz de madera negra.
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Para mayor información consulte la edición 133 de Kairós.
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