Este 4 de junio celebraremos la Solemnidad de Pentecostés. Conozcamos los orígenes de esta importante celebración y dispongámonos a participar activamente de ella en nuestras unidades pastorales.
Desde sus inicios, Pentecostés fue una fiesta muy relacionada con lo agrícola. En el Antiguo Testamento se le conocía con dos nombres, “Fiesta de la Siega” y “Fiesta de las Semanas”. Al igual que muchas fiestas hebreas su sentido fue variando con los años, estos dos nombres son prueba de ello.
Inicialmente la “fiesta de la Siega” sólo consistía en la ofrenda de las primicias de los cereales, pero luego su sentido se tornó más profundo; Pentecostés vino a ser la fiesta que recordaba al pueblo judío el don de la Ley y la promulgación de la Alianza, un hecho que según la tradición judía sucedió siete semanas después de la salida de Egipto en el Sinaí.
Es significativo que para los judíos el sentido de esta celebración este muy unido al de la Pascua. Ciertamente una es consecuencia de la otra, sin embargo, más que una conexión cronológica o temporal, incluso histórica, entre Pascua y Pentecostés hay mucho más; mientras que en la primera el Pueblo de Dios recordaba su liberación de Egipto, el fin de la esclavitud y la servidumbre, en la segunda celebraban la gracia de la Ley y de la Alianza, los dos pilares su fe. Tenían muy claro que si eran fieles a la Ley y a la Alianza, aquello que habían recibido en la Pascua sería un don a perpetuidad: su libertad.
PENTECOSTÉS PARA LOS CRISTIANOS
Desde sus inicios, Pentecostés fue una fiesta muy relacionada con lo agrícola. En el Antiguo Testamento se le conocía con dos nombres, “Fiesta de la Siega” y “Fiesta de las Semanas”. Al igual que muchas fiestas hebreas su sentido fue variando con los años, estos dos nombres son prueba de ello.
Inicialmente la “fiesta de la Siega” sólo consistía en la ofrenda de las primicias de los cereales, pero luego su sentido se tornó más profundo; Pentecostés vino a ser la fiesta que recordaba al pueblo judío el don de la Ley y la promulgación de la Alianza, un hecho que según la tradición judía sucedió siete semanas después de la salida de Egipto en el Sinaí.
Es significativo que para los judíos el sentido de esta celebración este muy unido al de la Pascua. Ciertamente una es consecuencia de la otra, sin embargo, más que una conexión cronológica o temporal, incluso histórica, entre Pascua y Pentecostés hay mucho más; mientras que en la primera el Pueblo de Dios recordaba su liberación de Egipto, el fin de la esclavitud y la servidumbre, en la segunda celebraban la gracia de la Ley y de la Alianza, los dos pilares su fe. Tenían muy claro que si eran fieles a la Ley y a la Alianza, aquello que habían recibido en la Pascua sería un don a perpetuidad: su libertad.
PENTECOSTÉS PARA LOS CRISTIANOS
San Lucas, considerado hoy día como el autor del libro de Los Hechos de los Apóstoles, nos presenta un bello relato sobre el primer Pentecostés cristiano en el que utiliza varias figuras tomadas en su mayoría de la tradición judía y del Antiguo Testamento. Signos como el fuego, el viento y la diversidad de lenguas, facilitan nuestra comprensión sobre la verdad fundamental que quiere transmitirnos ese pasaje, la presencia del Espíritu Santo en medio de la Iglesia naciente.
Ahora bien, al igual que para los judíos, para los cristianos Pentecostés y Pascua también guardan una estrecha relación. Escritos antiguos, más exactamente de los siglos II y III de nuestra era, evidencian la importancia de esta fiesta, indisolublemente unida al acontecimiento pascual.
Para los cristianos de los primeros siglos no existía una división propiamente dicha entre ambas celebraciones. La cincuentena pascual era su único gran tiempo litúrgico. Siglos más tarde el sentido de cada una fue acentuándose pero sin perder su interdependencia.
La gracia de Pentecostés con la que del cuerpo glorioso de Cristo se desprenden las llamas del Espíritu Santo para que la Iglesia viva siempre en contacto con este misterio de la muerte y resurrección del Señor, permanece para siempre dentro de ella, en el corazón de cada uno de sus miembros. A diferencia de los judíos que veían en la Ley una garantía de la Pascua, para los cristianos ya no será la Ley la que garantice su libertad, es ahora el Espíritu el que los conduce y los hace permanecer en la liberación que Cristo le ha obtenido.
¿CÓMO CELEBRARLO?
Ahora bien, al igual que para los judíos, para los cristianos Pentecostés y Pascua también guardan una estrecha relación. Escritos antiguos, más exactamente de los siglos II y III de nuestra era, evidencian la importancia de esta fiesta, indisolublemente unida al acontecimiento pascual.
Para los cristianos de los primeros siglos no existía una división propiamente dicha entre ambas celebraciones. La cincuentena pascual era su único gran tiempo litúrgico. Siglos más tarde el sentido de cada una fue acentuándose pero sin perder su interdependencia.
La gracia de Pentecostés con la que del cuerpo glorioso de Cristo se desprenden las llamas del Espíritu Santo para que la Iglesia viva siempre en contacto con este misterio de la muerte y resurrección del Señor, permanece para siempre dentro de ella, en el corazón de cada uno de sus miembros. A diferencia de los judíos que veían en la Ley una garantía de la Pascua, para los cristianos ya no será la Ley la que garantice su libertad, es ahora el Espíritu el que los conduce y los hace permanecer en la liberación que Cristo le ha obtenido.
¿CÓMO CELEBRARLO?
La mejor manera de celebrar esta solemnidad es participando de la liturgia de este día en cada una de nuestras Unidades Pastorales. En algunas parroquias se realizarán vigilias y encuentros especiales; acérquese al despacho parroquial de su Unidad Pastoral y pida mayor información.
La lectura de la Palabra de Dios, especialmente del libro de los Hechos de los Apóstoles, es una excelente preparación para participar con mayor provecho de la liturgia de la Solemnidad. A nivel de devociones particulares, la Iglesia siempre ha recomendado la recitación de himnos al Espíritu Santo como el Ven Espíritu Creador, o el utilizado en la liturgia como secuencia de Pentecostés.
Existen muchas maneras de vivir esta gran celebración. En todo caso, no olvidemos pedir a este Divino Espíritu la gracia de una vida nueva, de una nueva efusión de su gracia que haga posible la renovación de la Iglesia y de nuestras familias.
La lectura de la Palabra de Dios, especialmente del libro de los Hechos de los Apóstoles, es una excelente preparación para participar con mayor provecho de la liturgia de la Solemnidad. A nivel de devociones particulares, la Iglesia siempre ha recomendado la recitación de himnos al Espíritu Santo como el Ven Espíritu Creador, o el utilizado en la liturgia como secuencia de Pentecostés.
Existen muchas maneras de vivir esta gran celebración. En todo caso, no olvidemos pedir a este Divino Espíritu la gracia de una vida nueva, de una nueva efusión de su gracia que haga posible la renovación de la Iglesia y de nuestras familias.
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