Equilibrio entre derechos y responsabilidades
Dios nos quiere y nos ha querido siempre libres. La libertad, como don precioso regalado por Dios, es uno de los valores más apetecidos por todo ser humano. Una de las mayores aspiraciones de todo ser humano es ser libre.
Pero, alrededor de esta justa aspiración cabría esta pregunta: ¿libres para qué?
Muy seguramente la gran mayoría de las personas desean la libertad para llevar una vida llena de buenos propósitos, una vida en la que ellos, sus hijos y las personas que más quieren puedan crecer y prosperar como resultado de su esfuerzo personal.
Esto está bien, pero sólo funciona cuando se tiene un concepto claro del equilibrio que debe siempre existir entre los derechos y las responsabilidades. Igual cosa podemos decir del equilibrio que debe haber entre las cosas por las que decidimos optar y nuestra conciencia. No podemos experimentar la libertad individual ni la colectiva si nuestro esfuerzo y nuestra atención la dirigimos únicamente hacia nuestros derechos y hacia las cosas que queremos elegir sólo para nosotros.
Cuando nuestra libertad la enfocamos en esos dos aspectos, el riesgo de equivocarnos y de atentar contra la libertad y los derechos de los demás es muy grande, porque nuestro egoísmo nos lleva a contraer deudas mentales, físicas, espirituales, sociales, económicas, políticas, etc.
Cuando nuestra vida la encaminamos, principalmente, hacia el logro de nuestros derechos y elecciones, pensamos que un poco de codicia, un poco de pequeñas trampas, un poco de mentiras (unas más grandes que otras), nos han de ayudar al logro de estos objetivos.
Esta mirada miope de lo que es nuestra responsabilidad frente a la comunidad generalmente comienza así: como una pequeña transgresión, una pequeña violación a la ley. La gravedad de esto está en que esas pequeñas transgresiones se van justificando y, sin darnos cuenta, se van multiplicando de tal manera que al final terminamos por justificarlo todo y esas palabras, pensamientos y acciones negativas y dañinas terminan produciendo reacciones también negativas y dañinas.
Muchas de las situaciones de desequilibrio social y de injusticia que existen hoy día provienen de esas transgresiones y violaciones que comenzaron por pequeñas cosas y terminaron por crecer de manera gigante. En otras palabras, se recoge lo que se siembra. Es esta una ley natural que funciona a nivel individual o colectivo: lo positivo redundará en beneficio personal o social y lo negativo producirá una deuda social que tarde o temprano habrá que pagar.
Por lo tanto, es necesario que todos procuremos estar libres de confusiones en la mente y el espíritu. Liberarnos de la influencia que sobre nosotros ejercen los rasgos negativos de la personalidad, es el ejercicio que permanentemente debemos estar haciendo para adquirir una actitud y visión pro-activas. El cambio que cada uno de nosotros haga de sí mismo es el comienzo del proceso de transformación del mundo.
En su carta a los Gálatas, capítulo 5, versículos 13 al 15, san Pablo nos muestra cómo la libertad se fragua en la liberación de las ataduras creadas por los apegos hacia uno mismo y sus sentidos. Liberarse significa separarse de tales apegos. De esta manera podremos amar y ser amados, ser más independientes y nuestra conducta hacia los demás sería más amorosa. En este mismo pasaje Pablo dice: “Tengan cuidado, porque si ustedes se muerden y se comen unos a otros, llegarán a destruirse entre ustedes mismos”.
El mundo no estará libre de guerras e injusticias hasta que nosotros, los seres humanos, no aprendamos a ser libres.
¡RESPETEMOS LA LIBERTAD¡… Queremos ser hermanos.
Dios nos quiere y nos ha querido siempre libres. La libertad, como don precioso regalado por Dios, es uno de los valores más apetecidos por todo ser humano. Una de las mayores aspiraciones de todo ser humano es ser libre.
Pero, alrededor de esta justa aspiración cabría esta pregunta: ¿libres para qué?
Muy seguramente la gran mayoría de las personas desean la libertad para llevar una vida llena de buenos propósitos, una vida en la que ellos, sus hijos y las personas que más quieren puedan crecer y prosperar como resultado de su esfuerzo personal.
Esto está bien, pero sólo funciona cuando se tiene un concepto claro del equilibrio que debe siempre existir entre los derechos y las responsabilidades. Igual cosa podemos decir del equilibrio que debe haber entre las cosas por las que decidimos optar y nuestra conciencia. No podemos experimentar la libertad individual ni la colectiva si nuestro esfuerzo y nuestra atención la dirigimos únicamente hacia nuestros derechos y hacia las cosas que queremos elegir sólo para nosotros.
Cuando nuestra libertad la enfocamos en esos dos aspectos, el riesgo de equivocarnos y de atentar contra la libertad y los derechos de los demás es muy grande, porque nuestro egoísmo nos lleva a contraer deudas mentales, físicas, espirituales, sociales, económicas, políticas, etc.
Cuando nuestra vida la encaminamos, principalmente, hacia el logro de nuestros derechos y elecciones, pensamos que un poco de codicia, un poco de pequeñas trampas, un poco de mentiras (unas más grandes que otras), nos han de ayudar al logro de estos objetivos.
Esta mirada miope de lo que es nuestra responsabilidad frente a la comunidad generalmente comienza así: como una pequeña transgresión, una pequeña violación a la ley. La gravedad de esto está en que esas pequeñas transgresiones se van justificando y, sin darnos cuenta, se van multiplicando de tal manera que al final terminamos por justificarlo todo y esas palabras, pensamientos y acciones negativas y dañinas terminan produciendo reacciones también negativas y dañinas.
Muchas de las situaciones de desequilibrio social y de injusticia que existen hoy día provienen de esas transgresiones y violaciones que comenzaron por pequeñas cosas y terminaron por crecer de manera gigante. En otras palabras, se recoge lo que se siembra. Es esta una ley natural que funciona a nivel individual o colectivo: lo positivo redundará en beneficio personal o social y lo negativo producirá una deuda social que tarde o temprano habrá que pagar.
Por lo tanto, es necesario que todos procuremos estar libres de confusiones en la mente y el espíritu. Liberarnos de la influencia que sobre nosotros ejercen los rasgos negativos de la personalidad, es el ejercicio que permanentemente debemos estar haciendo para adquirir una actitud y visión pro-activas. El cambio que cada uno de nosotros haga de sí mismo es el comienzo del proceso de transformación del mundo.
En su carta a los Gálatas, capítulo 5, versículos 13 al 15, san Pablo nos muestra cómo la libertad se fragua en la liberación de las ataduras creadas por los apegos hacia uno mismo y sus sentidos. Liberarse significa separarse de tales apegos. De esta manera podremos amar y ser amados, ser más independientes y nuestra conducta hacia los demás sería más amorosa. En este mismo pasaje Pablo dice: “Tengan cuidado, porque si ustedes se muerden y se comen unos a otros, llegarán a destruirse entre ustedes mismos”.
El mundo no estará libre de guerras e injusticias hasta que nosotros, los seres humanos, no aprendamos a ser libres.
¡RESPETEMOS LA LIBERTAD¡… Queremos ser hermanos.
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