Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que divertían a todos. También se había acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos, juguetes...
Entre todas esas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.
Pero se trataba de un vendedor muy "creativo". Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. El globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba rumbo al cielo, cunado un niño gritó: "¡Mira mamá, un globo!"
Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver cómo un globo perseguía al otro en su subida al cielo.
Con esto consiguió que un grupo de niños pequeños lo rodeara y pidiera a gritos que su papá o mamá le comprara un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban y que eran muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.
Estaba cerca un niño negro con dos lagrimones en los ojos, mirando con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándolo le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente y se rehusó a tomarlo. "Te lo regalo", le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo tomara.
Pero el niño negro, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño qué era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le contestó, en forma de pregunta: "Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí, ¿será que sube tan alto como los otros globos de colores?"
Entonces, el vendedor tomo un hermoso globo negro y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía: "¡Compruébalo tú mismo!". Con ansiedad y esperanza, el niño soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente, lo mismo que habían hecho los demás globos. El vendedor, mirándolo a los ojos, le dijo con cariño: "Lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tienen dentro".
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