martes, noviembre 21, 2006

EDITORIAL

A LA ESPERA DEL AÑO JUBILAR ARQUIDIOCESANO

Bíblicamente, al año jubilar se le conoce también como “Año Santo”. Es un año de liberación, de perdón y de acción de gracias a Dios.

Para tener más claridad al respecto podemos dar lectura al capítulo 25 del libro del Levítico: “Declararán santo al año cincuenta y proclamarán la liberación para todos los habitantes del país, será para ustedes un año jubilar”.

La palabra Jubileo deriva de la palabra hebrea “yobel”, que significa cuerno del carnero y también, la corneta que se hacía con ese cuerno y que se utilizaba como instrumento musical en las fiestas litúrgicas. Al iniciar el año del jubileo se hacía sonar el “yobel” para comunicar a todos el inicio de las celebraciones.

Dentro de la Sagrada Escritura se nos ilustra en varias ocasiones el sentido del jubileo: El capítulo 23 del libro del Éxodo y el inicio del capítulo 15 del libro del Deuteronomio; Isaías 61, 1, citado por el evangelista Lucas en el capítulo 4 versículos 18 y 19: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor”.

Con estos textos tenemos una visión general sobre el sentido y profundidad del Año Santo, práctica asumida por la Iglesia para conmemorar momentos especiales, ejemplo de ello, fue la celebración del año 2000 y, en nuestro caso particular, la Arquidiócesis de Barranquilla, a puertas de celebrar los 75 años de fundada, se viste de fiesta con un año jubilar.

Hay un dato curioso, el año jubilar, de acuerdo a lo leído en la Sagrada Escritura, posee una íntima relación con el número siete, número de gran significado para nosotros: siete días de la creación, el año sabático, el siete entendido como plenitud, y nuestra Arquidiócesis cumple exactamente sus setenta y cinco años el séptimo día, del séptimo mes del año 2007.

Han sido 75 años de una siembra sacrificada y de mucha entrega. La Iglesia presente está gozando de los frutos, es decir, de la cosecha expresada en numerosos templos, colegios, instituciones de salud, y, sobretodo, en evangelización. Nos corresponde ahora ser justos con generaciones venideras y, si de verdad nos preocupan los jóvenes, los niños y los que aún no han nacido, entonces es nuestro compromiso dejarles un departamento sin divisiones, corrupción y muerte. En eso estamos y con la ayuda de Dios hacia allá nos encaminamos: seguir construyendo una sociedad en paz.

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