La sabiduría de la Cuaresma nos ofrece tres prácticas fundamentales para la búsqueda de la santidad y la cercanía con el Señor: ayuno, oración y limosna. Seguramente usted las conoce y, al leer estas líneas, pensará: ¡Otra vez lo mismo! Sí, es lo mismo, pero… ¿Cuántas cuaresmas ha vivido? ¿Cómo ha sido su proceso de conversión? ¿Ora? ¿Ayuna? ¿Comparte sus bienes, carismas, dones con los demás? Nos sabemos la teoría perfectamente, pero, ¿cómo encarnamos estas prácticas en la vida?
La liturgia de estos días nos ayuda a meditar, nos impulsa a desapegarnos de las cosas y nos lleva a caminar hacia la conversión, hacia la verdadera y auténtica felicidad, de allí que una de las oraciones diga: “Porque con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones, a dominar nuestro afán de suficiencia y a repartir nuestros bienes con los más necesitados, imitando así tu generosidad”. Y otra dice: “Que esta Eucaristía nos ayude a vencer nuestro apego a los bienes de la tierra y a desear los bienes del cielo”.
De aquí podríamos preguntarnos, entonces, ¿qué es dar? Los católicos somos criticados en muchas ocasiones por nuestra poca generosidad o porque la hemos mal entendido: damos para ser vistos; damos para que el Señor nos retribuya; damos de lo que nos sobra; damos, simplemente, por dar.
Si hay algo que está matando a la humanidad y atentando en lo profundo contra la familia, suscitando separaciones, peleas, guerras y muerte, es la ambición, la dureza de corazón, la poca generosidad. Dar es más que entregar cosas materiales al que lo necesite, es visitar al que sufre, orar por los hermanos, aconsejar al que esté desorientado; dar es entregarse por entero a la obra de salvación del Señor. Los bienes temporales no los podemos cargar a la eternidad; son las obras buenas, la solidaridad, el sentir el dolor del sufriente lo que nos permite acercarnos a Dios y ver, a través de su misericordia, su rostro.
Que en esta Cuaresma podamos, por medio de la oración y el ayuno, llegar a muchos dando de lo que somos y tenemos sin descartar la generosidad económica a escuelas, asilos, hospitales, clínicas y a toda la obra de evangelización.
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