Por RAFAEL AHUMADA PEÑATE, Pbro.
Delegado Arquidiocesano de Pastoral familiar
Hemos celebrado en los días anteriores el Jubileo de las Familias, cosa que para muchos fue una oportunidad para renovar sus relaciones familiares y para acercarse más a Dios; pero desafortunadamente para otros pasó como tantas otras semanas: trabajo, televisor, discusiones, peleas, traguitos, comer, dormir...
El panorama de las familias en nuestro Departamento no es muy alentador. Según las últimas estadísticas, en el Atlántico hay más de 500 mil familias. La mayoría habita el área metropolitana (Barranquilla, Soledad y Malambo) y hay un gran número de ellas viviendo en la miseria y el hacinamiento.
Según encuestas de hace dos años, la mayoría de las familias atlanticenses son nucleares, es decir, con la pareja como fundamento del hogar; pero hay un aumento considerable de familias con mujeres como cabeza de hogar, debido al abandono del varón y al aumento del madresolterismo. En las zonas del sur de Barranquilla y en los pueblos es más común la presencia de familias extensas, es decir, aquellas con la presencia de abuelos, tíos, sobrinos, etc. Hay un aumento considerable de las familias reconstituidas, aquellas en las que viven “los hijos tuyos, los míos y los nuestros”. En estas últimas, llamadas también padrastrales es donde más se presentan casos de violencia, abuso y maltrato infantil.
Hay varios factores que están resquebrajando la unidad familiar, entre esos podemos mencionar: la pobreza y el desempleo, que conlleva a que muchos padres tengan que renunciar a su familia para irse a trabajar a otros países como Venezuela, Panamá y Estados Unidos, para poder afrontar los gastos de la educación de los hijos. Esto deja a muchos hijos huérfanos con los padres vivos, y todos sabemos lo que significa que un muchacho crezca sin la autoridad de sus padres. Otro factor es esa mentalidad violenta que se ha ido metiendo indiscriminadamente en todos los ambientes, inclusive en aquel que debe ser el más acogedor: el hogar. Así, hay quienes no sólo viven con miedos a ser atracados en la calle, sino a ser atacados en su propia casa.
Según algunas investigaciones, en el año 2004 hubo casos de violencia en el 75% de los hogares atlanticenses. Después de ver tantas noticias horribles en la prensa y la televisión, ¿será que habrá bajado ese porcentaje? Otro de los factores que influye enormemente en el modo de ser de las familias de hoy es la televisión. En la mayoría de ellas el televisor es la única distracción. De modo que esa “maestra invasora” de niños, jóvenes y adultos va alimentando una mentalidad cada vez más consumista que coloca como medida de la felicidad el “tener”. Por otro lado, promueve una cultura del erotismo, despojando al amor de su verdadero significado y coloca el “placer” como el eje de la relación de pareja, fomentando así esa mentalidad de matrimonios desechables.
A nivel de las relaciones conyugales, hay cuatro factores que atentan contra la estabilidad de la relación: La infidelidad, el alcoholismo, la intromisión de la familia de origen y la incapacidad de diálogo.
¿QUE HACER?
Todo esta situación familiar representa, tanto para la Iglesia como para las otras instituciones, un gran reto, pues, la familia es el núcleo de la sociedad y es, además, como anotaba el Papa Juan Pablo II, el corazón de la Nueva Evangelización.
Dentro de los desafíos que esta realidad implica, están:
» Crear una imagen de familia basada en la pareja conyugal.
» Promover la preparación remota al matrimonio, es decir, desde la infancia.
» Preparar, desde la casa y la escuela, a la capacidad de diálogo para resolver conflictos.
» Hablar, más que de educación sexual, de educación para el amor.
» Fomentar una atención particular a la formación de la mujer y relevar el papel que tiene en la familia.
» Promover un tipo de relación familiar en la que los hijos no sólo sean objeto, sino sujeto de la comunidad familiar.
» Crear fuentes de empleo y promover una cultura del ahorro.
Definitivamente, el futuro de la sociedad depende de las familias por ser el lugar donde se forman los hijos de Dios y el primer escenario de la comunión. Es allí donde aprendemos a relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. Entender que somos criaturas para el amor depende de lo que recibamos en casa. Por ello, vale la pena que todos le invirtamos a la familia.
Delegado Arquidiocesano de Pastoral familiar
Hemos celebrado en los días anteriores el Jubileo de las Familias, cosa que para muchos fue una oportunidad para renovar sus relaciones familiares y para acercarse más a Dios; pero desafortunadamente para otros pasó como tantas otras semanas: trabajo, televisor, discusiones, peleas, traguitos, comer, dormir...
El panorama de las familias en nuestro Departamento no es muy alentador. Según las últimas estadísticas, en el Atlántico hay más de 500 mil familias. La mayoría habita el área metropolitana (Barranquilla, Soledad y Malambo) y hay un gran número de ellas viviendo en la miseria y el hacinamiento.
Según encuestas de hace dos años, la mayoría de las familias atlanticenses son nucleares, es decir, con la pareja como fundamento del hogar; pero hay un aumento considerable de familias con mujeres como cabeza de hogar, debido al abandono del varón y al aumento del madresolterismo. En las zonas del sur de Barranquilla y en los pueblos es más común la presencia de familias extensas, es decir, aquellas con la presencia de abuelos, tíos, sobrinos, etc. Hay un aumento considerable de las familias reconstituidas, aquellas en las que viven “los hijos tuyos, los míos y los nuestros”. En estas últimas, llamadas también padrastrales es donde más se presentan casos de violencia, abuso y maltrato infantil.
Hay varios factores que están resquebrajando la unidad familiar, entre esos podemos mencionar: la pobreza y el desempleo, que conlleva a que muchos padres tengan que renunciar a su familia para irse a trabajar a otros países como Venezuela, Panamá y Estados Unidos, para poder afrontar los gastos de la educación de los hijos. Esto deja a muchos hijos huérfanos con los padres vivos, y todos sabemos lo que significa que un muchacho crezca sin la autoridad de sus padres. Otro factor es esa mentalidad violenta que se ha ido metiendo indiscriminadamente en todos los ambientes, inclusive en aquel que debe ser el más acogedor: el hogar. Así, hay quienes no sólo viven con miedos a ser atracados en la calle, sino a ser atacados en su propia casa.
Según algunas investigaciones, en el año 2004 hubo casos de violencia en el 75% de los hogares atlanticenses. Después de ver tantas noticias horribles en la prensa y la televisión, ¿será que habrá bajado ese porcentaje? Otro de los factores que influye enormemente en el modo de ser de las familias de hoy es la televisión. En la mayoría de ellas el televisor es la única distracción. De modo que esa “maestra invasora” de niños, jóvenes y adultos va alimentando una mentalidad cada vez más consumista que coloca como medida de la felicidad el “tener”. Por otro lado, promueve una cultura del erotismo, despojando al amor de su verdadero significado y coloca el “placer” como el eje de la relación de pareja, fomentando así esa mentalidad de matrimonios desechables.
A nivel de las relaciones conyugales, hay cuatro factores que atentan contra la estabilidad de la relación: La infidelidad, el alcoholismo, la intromisión de la familia de origen y la incapacidad de diálogo.
¿QUE HACER?
Todo esta situación familiar representa, tanto para la Iglesia como para las otras instituciones, un gran reto, pues, la familia es el núcleo de la sociedad y es, además, como anotaba el Papa Juan Pablo II, el corazón de la Nueva Evangelización.
Dentro de los desafíos que esta realidad implica, están:
» Crear una imagen de familia basada en la pareja conyugal.
» Promover la preparación remota al matrimonio, es decir, desde la infancia.
» Preparar, desde la casa y la escuela, a la capacidad de diálogo para resolver conflictos.
» Hablar, más que de educación sexual, de educación para el amor.
» Fomentar una atención particular a la formación de la mujer y relevar el papel que tiene en la familia.
» Promover un tipo de relación familiar en la que los hijos no sólo sean objeto, sino sujeto de la comunidad familiar.
» Crear fuentes de empleo y promover una cultura del ahorro.
Definitivamente, el futuro de la sociedad depende de las familias por ser el lugar donde se forman los hijos de Dios y el primer escenario de la comunión. Es allí donde aprendemos a relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. Entender que somos criaturas para el amor depende de lo que recibamos en casa. Por ello, vale la pena que todos le invirtamos a la familia.
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