Desde la antigüedad han existido posiciones encontradas, discusiones y controversias frente a convicciones, pensamientos y modos de concebir el desarrollo y la organización de la sociedad. Sin embargo, existía una sólida línea de pensamiento marcada por la moral cristiana, sin desconocer muchas otras corrientes de pensar y de vivir.
Hoy, cuando el marcado pluralismo, aunque enriquece y nos empuja a escuchar las distintas opiniones y, en algunos momentos, reconocer que otros pueden tener la razón, se corre también el riesgo de callar la verdad por pensar que con ésta se puede ofender a alguien. Y, a veces, de forma conciente o inconciente caemos en la timidez o la pasividad, cómplices frente a todo aquello que amenaza la vida, la convivencia y la moral.
Es verdad que debemos ser cuidadosos al hablar y es allí donde se debe tener un profundo discernimiento y prudencia, fundamentos y convicciones firmes, que nos ayuden a ser fieles al Evangelio sin ofender a nadie. No se trata de pelear ni de imponer a la fuerza, sino de crear ambientes de diálogo, de reflexión, de búsqueda del bien comunitario, familiar y personal. De lo contrario, un comentario inadecuado puede ser contraproducente, crear irritación y efectos totalmente opuestos a los esperados.
La verdad no se calla. Se ha hecho frecuente escuchar mentiras disfrazadas de verdades por la elocuencia y la fuerza de sus exponentes, y llegan a ser tan convincentes hasta hacernos dudar. Es en estos momentos cuando la verdad bíblica debe ser expuesta con mucha más firmeza y valentía, y no de manera intermitente y con inseguridad; sobretodo debe ser entregada de manera misericordiosa para nunca herir a nadie sino, por el contrario, que transforme, convierta y sane. Realmente no es fácil en mundo donde cada uno cree y defiende sus intereses y una forma de pensar, pero si vamos unidos de la mano del Señor todo puede cambiar.
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