La Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, ya nos decía que la Iglesia ve en la Juventud la constante renovación de la vida de la humanidad y descubre en ella un signo de sí misma: “La Iglesia es la verdadera juventud del mundo”.
Por ello, la juventud está llamada a: aportar una revitalización a la Iglesia, mantener fe en la vida, conservar su facultad de alegrarse con lo que comienza y reintroducir permanentemente en sus acciones el “sentido de la vida”. Frente a esto es importante, entonces, reconocer cuál ha sido el cumplimiento de esta definición entre los jóvenes del Atlántico.
Es así como hemos visto, a través de estos 75 años, que la juventud se ha mantenido en constante renovación y crecimiento, y trabajando mucho con la finalidad de llenar el vacío que le genera una inquietud básica, la misma inquietud que tenía el joven Agustín (San Agustín, el mismo que conocemos): “el encuentro de la verdad absoluta que le dé sentido a la vida”, y como no la halla, se acumula en él una gran carga de ansiedad y de vacío, los cuales trata de llenar con la búsqueda de sensaciones como las que brinda el alcohol, las drogas, el sexo sin responsabilidad, etc.
El trabajo de los grupos al quedar en eso -sólo trabajo de grupos cerrados-, no satisface o permite que el joven encuentre una relación dinámica con el otro que, a su vez, le permita una relación, también dinámica, con el mundo para experimentar la alegría de la libertad del reto frente a lo novedoso guiados, en esa búsqueda, por el siempre y eternamente joven, Jesucristo.
Hay que tener en cuenta que los jóvenes no sólo están llamados a recibir, sino a dar, y no porque les toque, sino porque tienen mucho que dar. Darle el rostro joven de Jesús a la Iglesia y al mundo, esa es la gran misión y ya lo decía sabiamente Juan Pablo II: “En los jóvenes de América Latina está la esperanza de la Iglesia”.
Pese a la manera en que se ha venido desarrollando el trabajo de los jóvenes, es imposible negar que en este trabajo el joven ha encontrado a Jesús, ese hombre alegre que siempre sale al encuentro del otro, que se hace el encontradizo, con la única finalidad de darle sentido a la vida, y que en esa manera de trabajar la juventud ha disfrutado los momentos del encuentro. Pero muchas veces no se ven los resultados por falta de una verdadera planeación visionaria que permita que el joven tome conciencia de la profundidad de la responsabilidad del trabajo que realiza y, principalmente, que se sienta protagonista de una historia de cambio en una sociedad que lo necesita precisamente como joven, joven que inyecte su dinamismo y su manera creativa y descomplicada de hacer las cosas. Aquí, toma vital importancia la descripción que trae el documento de Aparecida, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en su numeral 443, cuando dice: “Los jóvenes constituyen la gran mayoría de la población de América Latina y del Caribe. Representan un enorme potencial para el presente y el futuro de la Iglesia y de nuestros pueblos, como discípulos y misioneros del Señor Jesús. Los jóvenes son sensibles a descubrir su vocación a ser amigos y discípulos de Cristo. Están llamados a ser centinelas del mañana, comprometiéndose en la renovación del mundo a la luz del plan de Dios”.
Haciendo eco de ello, la Arquidiócesis de Barranquilla, consciente de la importancia del trabajo de los jóvenes y de la manera en que éste se ha venido desarrollando, plantea la posibilidad de retomar ese trabajo y enfocarlo dentro de unas nuevas estructuras de acción, garantizando con ello que todo el esfuerzo realizado fructifique en la transformación real de la vida de los jóvenes pero que, a su vez, realice una transformación en el tiempo de las estructuras sociales. Por ello, nace la propuesta del cambio de sentido de un trabajo individual y grupal, estático y cerrado, hacia un trabajo de equipo, abierto y en permanente movimiento.
Este estilo de trabajo realmente ha renovado las estructuras pastorales en general y del trabajo juvenil en particular, logrando un matiz diferente que permite promover un movimiento permanente para garantizar el dinamismo de las acciones, un dinamismo que en su lógica y cotidianidad va agrupando de una manera abundante las inquietudes de muchos jóvenes, con la posibilidad de que cada uno, desde su diferencia, se sienta importante y protagonista del trabajo que realiza, y que vea en ese trabajo la posibilidad de desarrollar con alegría y creatividad un cambio profundo en las estructuras que llevan la historia, logrando así no sólo el encuentro consigo mismo y con el sentido de su vida, sino que comprenda que a él y sólo a él se le ha confiado el futuro, y que esa confianza que el mismo Dios le ha entregado merece toda la responsabilidad en la respuesta. Una respuesta generosa en la que el joven encuentra su propia realización y experimenta que es el mismo Jesús quien ha venido a caminar a su lado. ¡Así lo hemos sentido!
* Administrador de Empresas – Especialista en Desarrollo Organizacional y Procesos Humanos – Integrante de la Comisión Arquidiocesana de Jóvenes.
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