viernes, noviembre 02, 2007

LA VIDA, PRESENTE EN APARECIDA

Después de la Sagrada Escritura existen un sinnúmero de enseñanzas que produce la Iglesia a lo largo de su caminar en la historia. Dichas enseñanzas hoy las encontramos a la mano pues han sido consignadas en diferentes documentos tales como encíclicas, exhortaciones y compendios elaborados de acuerdo al objetivo de encuentros episcopales. Sin embargo, al igual que son muchos los documentos que nos ofrece el Magisterio de la Iglesia para el fortalecimiento de nuestra fe, también es inmenso el número de católicos que los desconocen.

En esta oportunidad queremos abordar el último acontecimiento eclesial a nivel continental realizado en el Santuario Mariano de Aparecida, Brasil; más bien queremos tomar de él algo fundamental para todos los creyentes y que, como discípulos misioneros de Jesús, no puede pasar desapercibido en nuestro corazón, queremos acercarnos al documento fruto de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe para recordar la importancia de “la Vida”.

Desde la preparación de este gran encuentro resonó mucho la frase: “Para que nuestros pueblos en él tengan vida”. Pero, ¿por qué? ¿Cuál sería el afán de nuestros pastores al tratar este tema? Analicemos un poco. Al hablar de vida no sólo podemos referirnos a la humana, también debemos mirar las plantas, animales, y todos esos elementos que nos permiten subsistir: agua, tierra, sol. Desafortunadamente el consumismo, el libertinaje, el obtener todo fácil, el querer estar cómodo ha atentado contra esa vida que Jesucristo quiere para nosotros. Prácticas como aborto, eutanasia, caza de animales desenfrenada, tala de árboles nos alejan de la vida, nos llevan a la muerte.

El vivir no implica sólo existir, sino cuidar, crear, gozar, sufrir. Jesucristo venció la muerte para darnos a todos vida, entonces ¿qué sentido tiene que la destruyamos? Como discípulos misioneros de Jesús debemos escuchar su Palabra y atender sus enseñanzas. Él nos ofrece vida y en abundancia, Él mismo es vida. Sigámoslo, defendamos la vida, ¡seamos hermanos!

“Alabemos a Dios por el don maravilloso de la vida y por quienes la honran y la dignifican al ponerla al servicio de los demás; por el espíritu alegre de nuestros pueblos que aman la música, la danza, la poesía, el arte, el deporte y cultivan una firme esperanza en medio de problemas y luchas. Alabemos a Dios porque, siendo nosotros pecadores, nos mostró su amor reconciliándonos consigo por la muerte de Hijo en la cruz. Lo alabamos porque ahora continúa derramando su amor en nosotros por el Espíritu Santo y alimentándonos con la Eucaristía, pan de vida”. (Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado y del Caribe, num. 106).

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