viernes, diciembre 28, 2007

EL ROSTRO DE LA NAVIDAD


Fray GILBERTO HERNÁNDEZ GARCÍA, OFM *

Recién estábamos comenzando el mes de diciembre y ya en muchos lugares públicos y, sobre todo, en los aparadores de las tiendas hacían su aparición los adornos navideños. Es indudable que esta época del año tiene una especial mística que nos envuelve y penetra; sin embargo, como muchas de nuestras tradiciones, éstas van perdiendo su significado profundo y llegan a tener un espíritu diferente al que originariamente les dio vida.

Así, podemos ver con desencanto que pocos son los motivos navideños que hacen referencia al acontecimiento que celebramos: el nacimiento de Jesús, la encarnación del Hijo de Dios. En su lugar vemos a un viejito bueno, de larga barba blanca, enfundando en un traje rojo, que trata de seducir a los niños para que sus padres les compren regalos. El recuerdo de que él representa a san Nicolás, que también traía regalos, desapareció, para dar paso a la figura cómica del vejete bonachón que reparte sorpresas de su saco.

Santa Claus o Papá Noel, es ante todo un símbolo del mercado, con sus innumerables tentáculos que todo lo convierten en objeto de compra, promesa de felicidad; y como el ‘dios’ mercado se vale de sus profetas la televisión y la publicidad, y como en todas las casas hay televisión ?podrá faltar el pan pero nunca la televisión?, los niños pobres ven a Santa Claus y sueñan con el mundo encantado que él les muestra, lleno de regalos y juguetes a los que difícilmente tendrán acceso. Y sufren por eso, a pesar del brillo embelesado de sus ojitos infantiles. El mercado, como nuevo ‘dios’ exige el sometimiento de todos. Por eso los niños presionan a sus padres para que “Santa” pase por la casa. Entonces, son los padres los que sufren por no poder atender las demandas de sus hijos seducidos por tantos objetos mostrados por el impostor de la Navidad.

No hay duda de que el mercado es una de las mayores creaciones sociales, sin embargo, ha habido y hay muchos tipos de mercado. El nuestro, de corte capitalista, es terriblemente excluyente y, por eso, victimario de personas y de empresas. Es sólo competitivo y nada solidario. Para él solamente cuenta quien produce y consume. Quien es pobre debe contentarse con migajas o malvivir en la marginalidad. En Navidad, Santa Claus es una figura central del consumo para quien está dentro del sistema y puede pagar.

En contraparte podemos ver la navidad del Niño Jesús: Él nació en una familia pobre y honrada. En el momento de su nacimiento en una cueva, entre animales, cantaron los ángeles en el cielo, los pastores se quedaron inmóviles por la emoción, y hasta unos sabios vinieron de lejos para saludarlo. Cuando fue mayor, se convirtió en un magnífico profeta y predicador ambulante, con un mensaje de total inclusión de todos, comenzando por los pobres, a los que llamó bienaventurados. Las personas que guardan su memoria sagrada, escuchan en la Nochebuena la historia de cómo nació y celebran la presencia humanada y humanizante de Dios, que asumió la forma de un niño. Y lo festejan cenando con la familia y los amigos. Aquí no hay mercado ni excluidos, sino luz, alegría y fraternidad. El intercambio de regalos simboliza el mayor presente que Dios nos dio: Él mismo en forma de niño. Él nos alimenta la esperanza de que podemos vivir sin Santa Claus que nos vende ilusiones.

* Colaborador residenciado en México - alvinxxi@yahoo.com.mx

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