Por ALEXI MATTOS GUTIÉRREZ, Pbro. *
Partamos de la realidad social que tenemos en estos momentos. Son muchas las propuestas que se nos presentan hoy día y van generando, hasta inconscientemente en cada uno de los habitantes del esta sociedad, influencia o interrogantes que han ido permitiendo que tengamos una sociedad de diferentes propuestas, que en una persona sin unos fundamentos cristianos le puede generar confusión de paradigmas.
El Papa Benedicto XVI, en su discurso inaugural en la V Conferencia de Aparecida en Brasil, afirma que “los jóvenes no tienen miedo al sacrificio, sino de una vida sin sentido. Son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle”. Nos encontramos, sin duda, con diferentes ‘culturas’ que se nos presentan como propuestas: la cultura del consumo que en personas con vacíos existenciales y afectivos se convierte en una oportunidad para llenarse de ‘cosas’ que van dando seguridad actual, pero con un futuro totalmente incierto; la adicción por las sensaciones como principio para decidirse: “aquí me siento bien”. Pero la idea no es llegar a satanizar la realidad, sino descubrirla y valorar los aspectos positivos de nuestra cultura. Entre otros aspectos, el valor fundamental que se le está dando a la persona, a su conciencia y experiencia, la búsqueda del sentido de la vida y la trascendencia, la riqueza cultural de nuestros pueblos de América Latina y el Caribe que resultan evidentes.
Pero en medio del abanico de posibilidades que se nos presentan hay la necesidad de crear, en primer lugar, la ‘cultura vocacional’, en la que hablamos de la alegría de ser llamados por nuestro propio nombre a descubrir a Cristo que nos acompaña y desde él descubrir las potencialidades que podemos poner al servicio, generando una nueva cultura, la cultura de ser llamados por Jesucristo que no quita nada pero lo da todo, como lo afirmó el Santo Padre Benedicto XVI el día de su posesión. Se necesita conocer a Cristo, dejarnos llenar por él, por sus sentimientos que siempre son y serán una novedad; sólo el que vive a Cristo lo goza.
Del carnaval se habla, de la navidad, de la época de vacaciones, de la carrera a la que se aspira, del trabajo que se tiene, de la música de moda... De igual manera ha llegado la hora en el Atlántico, en toda Colombia y, más aun, en el mundo, hablar de ‘vocación como cultura’, con su sentido profundo de respondernos a qué nos llama Jesucristo: como sacerdotes, como consagrados y consagradas, o como padres o madres de familia, dedicados totalmente a servir a nuestros hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega. Pienso en estos instantes en las personas que no han conocido a Jesucristo, o por no haber tenido una experiencia con él, o se han encontrado con antitestimonios y como consecuencia no lo ven como novedad; quiero expresarles que la esencia del cristianismo es el encuentro con él como persona, que te ama y se ha entregado por ti con tu realidad y situación particular, para generar en ti transformación.
En el departamento del Atlántico, gracias a Dios, en muchos sectores eclesiales, universitarios, estudiantiles, familiares y en barrios de Barranquilla y de los veintidós municipios, se está generando cultura vocacional: publicidad en vallas, jingle, botones, pendones, entrevistas en programas de radio, televisión regional; además, el dialogo personalizado con familias, jóvenes, adolescentes y niños; encuentros significativos de pastoral vocacional y juvenil, y el trabajo mancomunado entre las diferentes pastorales de la Arquidiócesis de Barranquilla. Entre otras acciones, puedo afirmar que se ha venido generando la ‘cultura vocacional’, que no es otra cosa sino reconocer que es un tema del que se puede ir hablando abiertamente sin prevención de ningún tipo; con la seguridad que ser sacerdote vale la pena, vivir una vida consagrada, vale la pena; vivir el matrimonio santo, vale la pena, porque significa una opción existencial.
De ésta manera le propongo al Atlántico y a todos los que se acerquen a ésta reflexión, que consolidemos para el nuevo año la ‘cultura vocacional’; si nos lo proponemos, generaremos un ambiente propicio para que muchos niños, adolescentes y jóvenes, abiertamente, si están experimentando que Cristo les puede estar llamando a ser sus amigos, sus discípulos, lo sigan. De igual manera, las familias deben reconocer la gracia de tener un hijo, un hermano, un nieto, un sobrino sacerdote, religiosa, religioso.
* Delegado Arquidiocesano para la Pastoral Vocacional.
Partamos de la realidad social que tenemos en estos momentos. Son muchas las propuestas que se nos presentan hoy día y van generando, hasta inconscientemente en cada uno de los habitantes del esta sociedad, influencia o interrogantes que han ido permitiendo que tengamos una sociedad de diferentes propuestas, que en una persona sin unos fundamentos cristianos le puede generar confusión de paradigmas.
El Papa Benedicto XVI, en su discurso inaugural en la V Conferencia de Aparecida en Brasil, afirma que “los jóvenes no tienen miedo al sacrificio, sino de una vida sin sentido. Son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle”. Nos encontramos, sin duda, con diferentes ‘culturas’ que se nos presentan como propuestas: la cultura del consumo que en personas con vacíos existenciales y afectivos se convierte en una oportunidad para llenarse de ‘cosas’ que van dando seguridad actual, pero con un futuro totalmente incierto; la adicción por las sensaciones como principio para decidirse: “aquí me siento bien”. Pero la idea no es llegar a satanizar la realidad, sino descubrirla y valorar los aspectos positivos de nuestra cultura. Entre otros aspectos, el valor fundamental que se le está dando a la persona, a su conciencia y experiencia, la búsqueda del sentido de la vida y la trascendencia, la riqueza cultural de nuestros pueblos de América Latina y el Caribe que resultan evidentes.
Pero en medio del abanico de posibilidades que se nos presentan hay la necesidad de crear, en primer lugar, la ‘cultura vocacional’, en la que hablamos de la alegría de ser llamados por nuestro propio nombre a descubrir a Cristo que nos acompaña y desde él descubrir las potencialidades que podemos poner al servicio, generando una nueva cultura, la cultura de ser llamados por Jesucristo que no quita nada pero lo da todo, como lo afirmó el Santo Padre Benedicto XVI el día de su posesión. Se necesita conocer a Cristo, dejarnos llenar por él, por sus sentimientos que siempre son y serán una novedad; sólo el que vive a Cristo lo goza.
Del carnaval se habla, de la navidad, de la época de vacaciones, de la carrera a la que se aspira, del trabajo que se tiene, de la música de moda... De igual manera ha llegado la hora en el Atlántico, en toda Colombia y, más aun, en el mundo, hablar de ‘vocación como cultura’, con su sentido profundo de respondernos a qué nos llama Jesucristo: como sacerdotes, como consagrados y consagradas, o como padres o madres de familia, dedicados totalmente a servir a nuestros hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega. Pienso en estos instantes en las personas que no han conocido a Jesucristo, o por no haber tenido una experiencia con él, o se han encontrado con antitestimonios y como consecuencia no lo ven como novedad; quiero expresarles que la esencia del cristianismo es el encuentro con él como persona, que te ama y se ha entregado por ti con tu realidad y situación particular, para generar en ti transformación.
En el departamento del Atlántico, gracias a Dios, en muchos sectores eclesiales, universitarios, estudiantiles, familiares y en barrios de Barranquilla y de los veintidós municipios, se está generando cultura vocacional: publicidad en vallas, jingle, botones, pendones, entrevistas en programas de radio, televisión regional; además, el dialogo personalizado con familias, jóvenes, adolescentes y niños; encuentros significativos de pastoral vocacional y juvenil, y el trabajo mancomunado entre las diferentes pastorales de la Arquidiócesis de Barranquilla. Entre otras acciones, puedo afirmar que se ha venido generando la ‘cultura vocacional’, que no es otra cosa sino reconocer que es un tema del que se puede ir hablando abiertamente sin prevención de ningún tipo; con la seguridad que ser sacerdote vale la pena, vivir una vida consagrada, vale la pena; vivir el matrimonio santo, vale la pena, porque significa una opción existencial.
De ésta manera le propongo al Atlántico y a todos los que se acerquen a ésta reflexión, que consolidemos para el nuevo año la ‘cultura vocacional’; si nos lo proponemos, generaremos un ambiente propicio para que muchos niños, adolescentes y jóvenes, abiertamente, si están experimentando que Cristo les puede estar llamando a ser sus amigos, sus discípulos, lo sigan. De igual manera, las familias deben reconocer la gracia de tener un hijo, un hermano, un nieto, un sobrino sacerdote, religiosa, religioso.
* Delegado Arquidiocesano para la Pastoral Vocacional.
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