En los últimos días hemos sido testigos, y a la vez protagonistas, de acontecimientos trascendentales que marcan hitos en la historia de nuestro país.
Por un lado, y a propósito del valor de la solidaridad que con marcado interés este año profundizaremos en su reflexión y vivencia en nuestra Arquidiócesis, nos encontramos con la unión de muchos –partidos políticos, gremios, medios de comunicación y ciudadanía en general- en torno a las instituciones gubernamentales y, de manera especial, a la democracia que representa el Presidente de la República de Colombia.
En este sentido, de importante relevancia fue la marcha del 4 de febrero en la que Barranquilla y el Atlántico estuvieron a la altura de la convocatoria, demostrando que la alegría propia de las fiestas de carnaval no podían minimizar el sentir de toda una nación que clama por la pronta liberación de los secuestrados. Fue el grito desesperado, pero esperanzador, de un pueblo que se siente cansado y adolorido por tanta violencia, muerte y corrupción, actos que atentan contra la dignidad y la vida humana creada por Dios a su imagen y semejanza. Y aquí, otro punto a destacar: fueron jóvenes los impulsores de esta manifestación pacífica internacional, y fue un joven ingeniero ‘barranquillero’ y ‘católico comprometido’, Óscar Morales, quien hastiado de toda esta ‘cultura de muerte’ sembró en otros contemporáneos la necesidad de protestar pacíficamente en contra de aquellos que desestabilizan el país con sus acciones terroristas. Estos muchachos supieron levantarse y gritar: ¡libertad!, ¡paz!, ¡no más muerte!, ¡no más secuestros!, ¡no más terrorismos!... Y lo mejor, nos motivaron a muchos, de numerosas partes del mundo, a unirnos a esta aventura de paz.
La marcha del 4 de febrero ha demostrado la fuerza que tiene la juventud cuando se propone defender todo aquello que atenta contra la humanidad. Los jóvenes desean una cultura de la vida, una cultura donde ellos tengan espacios para opinar y trabajar con principios y valores, es decir, con una nueva ética que, inspirada en el Evangelio, pueda transformar esta sociedad anestesiada por los adultos y viciada por la corrupción, en una sociedad con nuevas alternativas que permitan al hombre de hoy desarrollar su creatividad en un marco de justicia y solidaridad.
Pero no fue una reflexión de obispos a puerta cerrada. Cada uno de ellos se hizo presente en el ‘histórico encuentro’ con una mujer destacada en alguno de los procesos de evangelización de su jurisdicción. Por nuestra Arquidiócesis participó la comunicadora María Patricia Dávila, por su encomiable gestión al frente de la Catedratón.
En medio de un diálogo fraterno más de cien mujeres, junto a un número similar de obispos, contaron sus enriquecedoras experiencias y plantearon, desde distintas ópticas, la problemática y la urgencia de una evangelización sistemática y programada de acuerdo al sentir del documento de la Conferencia de Aparecida. Así mismo, se debatió sobre el papel que ha ocupado la mujer en la Iglesia católica, que no cabe la menor duda ha sido fundamental en la labor misionera de la Iglesia en Colombia y América latina.
Nos corresponde, pues, desde este rincón del Caribe, seguir trabajando por una espiritualidad de comunión y participación en la que cada día estén más presentes la juventud y la mujer, como primeros abanderados de la evangelización en la familia.
Por un lado, y a propósito del valor de la solidaridad que con marcado interés este año profundizaremos en su reflexión y vivencia en nuestra Arquidiócesis, nos encontramos con la unión de muchos –partidos políticos, gremios, medios de comunicación y ciudadanía en general- en torno a las instituciones gubernamentales y, de manera especial, a la democracia que representa el Presidente de la República de Colombia.
En este sentido, de importante relevancia fue la marcha del 4 de febrero en la que Barranquilla y el Atlántico estuvieron a la altura de la convocatoria, demostrando que la alegría propia de las fiestas de carnaval no podían minimizar el sentir de toda una nación que clama por la pronta liberación de los secuestrados. Fue el grito desesperado, pero esperanzador, de un pueblo que se siente cansado y adolorido por tanta violencia, muerte y corrupción, actos que atentan contra la dignidad y la vida humana creada por Dios a su imagen y semejanza. Y aquí, otro punto a destacar: fueron jóvenes los impulsores de esta manifestación pacífica internacional, y fue un joven ingeniero ‘barranquillero’ y ‘católico comprometido’, Óscar Morales, quien hastiado de toda esta ‘cultura de muerte’ sembró en otros contemporáneos la necesidad de protestar pacíficamente en contra de aquellos que desestabilizan el país con sus acciones terroristas. Estos muchachos supieron levantarse y gritar: ¡libertad!, ¡paz!, ¡no más muerte!, ¡no más secuestros!, ¡no más terrorismos!... Y lo mejor, nos motivaron a muchos, de numerosas partes del mundo, a unirnos a esta aventura de paz.
La marcha del 4 de febrero ha demostrado la fuerza que tiene la juventud cuando se propone defender todo aquello que atenta contra la humanidad. Los jóvenes desean una cultura de la vida, una cultura donde ellos tengan espacios para opinar y trabajar con principios y valores, es decir, con una nueva ética que, inspirada en el Evangelio, pueda transformar esta sociedad anestesiada por los adultos y viciada por la corrupción, en una sociedad con nuevas alternativas que permitan al hombre de hoy desarrollar su creatividad en un marco de justicia y solidaridad.
LA MUJER EN LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD COLOMBIANA
La última semana del mes de enero, en Bogotá, tuvo lugar la primera asamblea ordinaria del año del episcopado colombiano, donde el tema de reflexión durante los tres primeros días de la reunión de obispos fue ‘la mujer’, como actor principal del desarrollo de la Iglesia y la sociedad colombiana.Pero no fue una reflexión de obispos a puerta cerrada. Cada uno de ellos se hizo presente en el ‘histórico encuentro’ con una mujer destacada en alguno de los procesos de evangelización de su jurisdicción. Por nuestra Arquidiócesis participó la comunicadora María Patricia Dávila, por su encomiable gestión al frente de la Catedratón.
En medio de un diálogo fraterno más de cien mujeres, junto a un número similar de obispos, contaron sus enriquecedoras experiencias y plantearon, desde distintas ópticas, la problemática y la urgencia de una evangelización sistemática y programada de acuerdo al sentir del documento de la Conferencia de Aparecida. Así mismo, se debatió sobre el papel que ha ocupado la mujer en la Iglesia católica, que no cabe la menor duda ha sido fundamental en la labor misionera de la Iglesia en Colombia y América latina.
Nos corresponde, pues, desde este rincón del Caribe, seguir trabajando por una espiritualidad de comunión y participación en la que cada día estén más presentes la juventud y la mujer, como primeros abanderados de la evangelización en la familia.
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