Autor: www.clerus.org
(Tomado de Catholic.net)
El juicio de la historia es plenamente positivo para Jesús. En primer lugar es la única figura histórica que ha hecho que ésta se centre en Él, ya que la historia se divide en A.C. o D.C. En segundo lugar, es su doctrina la que ha influenciado definitivamente en la conciencia humana a través de los siglos, por defenderla han sido infinidad de mártires, por su amor millones han dejado todo.
Dejando aparte la historia, podemos analizar la personalidad de Cristo como nos la describen los evangelios. Es impostor el que busca su propio interés, el que engaña al prójimo para alcanzar un fin. Jesús, por el contrario, jamás utilizó su prestigio para obtener ventajas de ninguna clase, su comportamiento siempre fue sincero y leal.
La santidad de Jesús es un hecho único en la historia; sólo Él pudo decir: "¿Quién de vosotros me acusará de pecado con razón?" (Jn. 8,46) . Tampoco Jesús es un iluso, lo prueban su perfecto equilibrio mental y su constitución física, de naturaleza atlética. Jamás sufrió enfermedad alguna, ni crisis nerviosa. Durante su vida pública y su Pasión demostró su fortaleza física, nunca perdió el equilibrio ni la serenidad y siempre fue dueño de sus sentidos.
Jesús siempre fue consciente de tener un fin en la vida, del deber de realizar la misión encomendada por el Padre: salvar al mundo mediante su pasión y muerte. Jesús no lo olvida ni un momento. Varias veces el Evangelio nos narra tentativos para hacerle desistir de su empresa, y cada vez Jesús supera el obstáculo con una afirmación férrea de su voluntad. El último asalto lo recibió Jesús de su misma naturaleza durante el episodio de Getsemaní: "...y comenzó a sentir terror y abatimiento" (Mc. 14,33). Pasado el momento de decaimiento recobra plenamente el dominio de sí. Si en la vida de Jesús no hubiese existido este episodio, quizá hubiésemos creído que era un insensible. Sus sentimientos ante la muerte revelan, por el contrario, la inmensa carga emotiva de su naturaleza humana.
Jesús une al heroísmo de la voluntad, una extraordinaria lucidez de ideas; siempre ve lo esencial, lo importante. Ante todo su inteligencia va unida a un perfecto equilibrio que demuestra tener especialmente en los momentos de prueba y de triunfo, y en su compasión ante las miserias ajenas.
A través de la Pasión, Jesús demuestra su dignidad y su entereza; desde el momento de su prendimiento hasta el último suspiro, ni una palabra, ni un gesto revela en Él debilidad ni decaimiento. Si se compara a Jesús con otras grandes figuras históricas podemos ver que sobrepasa a todas. A Buda le falta la fuerza de voluntad, a Laocoonte le falta finalidad a su sufrimiento, Sócrates carece por completo de confianza en Dios y de una actitud comprensiva hacia sus enemigos.
Tenemos que concluir diciendo que un impostor o un iluso no actúa como Jesús, y que debe ser lo que Él afirma. Sólo Dios nos puede dar pruebas más fuertes.
(Tomado de Catholic.net)
El juicio de la historia es plenamente positivo para Jesús. En primer lugar es la única figura histórica que ha hecho que ésta se centre en Él, ya que la historia se divide en A.C. o D.C. En segundo lugar, es su doctrina la que ha influenciado definitivamente en la conciencia humana a través de los siglos, por defenderla han sido infinidad de mártires, por su amor millones han dejado todo.
Dejando aparte la historia, podemos analizar la personalidad de Cristo como nos la describen los evangelios. Es impostor el que busca su propio interés, el que engaña al prójimo para alcanzar un fin. Jesús, por el contrario, jamás utilizó su prestigio para obtener ventajas de ninguna clase, su comportamiento siempre fue sincero y leal.
La santidad de Jesús es un hecho único en la historia; sólo Él pudo decir: "¿Quién de vosotros me acusará de pecado con razón?" (Jn. 8,46) . Tampoco Jesús es un iluso, lo prueban su perfecto equilibrio mental y su constitución física, de naturaleza atlética. Jamás sufrió enfermedad alguna, ni crisis nerviosa. Durante su vida pública y su Pasión demostró su fortaleza física, nunca perdió el equilibrio ni la serenidad y siempre fue dueño de sus sentidos.
Jesús siempre fue consciente de tener un fin en la vida, del deber de realizar la misión encomendada por el Padre: salvar al mundo mediante su pasión y muerte. Jesús no lo olvida ni un momento. Varias veces el Evangelio nos narra tentativos para hacerle desistir de su empresa, y cada vez Jesús supera el obstáculo con una afirmación férrea de su voluntad. El último asalto lo recibió Jesús de su misma naturaleza durante el episodio de Getsemaní: "...y comenzó a sentir terror y abatimiento" (Mc. 14,33). Pasado el momento de decaimiento recobra plenamente el dominio de sí. Si en la vida de Jesús no hubiese existido este episodio, quizá hubiésemos creído que era un insensible. Sus sentimientos ante la muerte revelan, por el contrario, la inmensa carga emotiva de su naturaleza humana.
Jesús une al heroísmo de la voluntad, una extraordinaria lucidez de ideas; siempre ve lo esencial, lo importante. Ante todo su inteligencia va unida a un perfecto equilibrio que demuestra tener especialmente en los momentos de prueba y de triunfo, y en su compasión ante las miserias ajenas.
A través de la Pasión, Jesús demuestra su dignidad y su entereza; desde el momento de su prendimiento hasta el último suspiro, ni una palabra, ni un gesto revela en Él debilidad ni decaimiento. Si se compara a Jesús con otras grandes figuras históricas podemos ver que sobrepasa a todas. A Buda le falta la fuerza de voluntad, a Laocoonte le falta finalidad a su sufrimiento, Sócrates carece por completo de confianza en Dios y de una actitud comprensiva hacia sus enemigos.
Tenemos que concluir diciendo que un impostor o un iluso no actúa como Jesús, y que debe ser lo que Él afirma. Sólo Dios nos puede dar pruebas más fuertes.
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