Por JAVIER DARÍO RESTREPO*
“Periodistas y escritores se dicen apóstoles de concordia y paz entre los colombianos, (pero) quieren sembrar la discordia, encendiendo el odio y la ira de las multitudes contra los ministros de la Iglesia.” Así escribieron los 15 obispos de la primera Conferencia Episcopal, hace un siglo. Indignados, reprobaron, condenaron y declararon de prohibida lectura “los periódicos, hojas volantes, fórmulas o anónimos que ataquen o calumnien a los Prelados de la Iglesia”.
Un siglo después, la Conferencia Episcopal destaca y premia el trabajo de periodistas, y su periódico más antiguo, El Catolicismo, ha circulado como inserto en los diarios El Tiempo y El Espectador que un día fueron de prohibida lectura. ¿Qué ha pasado entre estas dos fechas? ¿Cómo se ha hecho el tránsito desde la condena hasta la armonía con la prensa?
En aquel tiempo…
En 1908, la prensa había tomado partido contra los religiosos extranjeros que ocupaban plazas de maestros en los colegios y escuelas del país. Según la estadística anual, en Colombia había entonces, 2.117 planteles, de los cuales 80 eran regentados por religiosos. Pero ese 3% fue suficiente para estimular artículos de prensa en los que se revivía una antigua polémica entre la Iglesia, que reclamaba el control de la educación, y el partido liberal que defendía el derecho del Estado a mantener y aplicar sus propias políticas educativas.
La prensa de entonces, lejos de buscar soluciones y avenimientos, se proponía imponer puntos de vista. Anota Enrique Santos Calderón que las de entonces fueron publicaciones que “contribuyeron a radicalizar posiciones y a exacerbar los ánimos,” …”el periódico era un arma fundamental de las luchas políticas.” (Enrique Santos C. 113)
La Iglesia había creado en 1849 su semanario El Catolicismo como arma defensiva, de acuerdo con el criterio de la época. En un país acostumbrado a las guerras civiles, ese era el papel que se le asignaba a la prensa, un combatiente más, incluída la prensa de la Iglesia que, además, echaba mano de un medio de comunicación aún más efectivo que los periódicos: las pastorales leídas desde los púlpitos, a una población analfabeta en su mayoría. En 1912 era el 77.9%. (Pardo Pardo, 94).
Era una lucha política que perpetuaba una discordia que venía desde el siglo XIX. Daban cuenta de ella, titulares de El Siglo que todavía en 1931 hacía eco de las afirmaciones de los obispos: “Se comete pecado mortal al leer El Tiempo” (09-01-31).
La Conferencia Episcopal, al reaccionar contra los ataques de la prensa, consolidó una posición de rechazo y condena de los medios: “No hay otro mal mayor ni más digno de lamentarse que el desborde de una prensa que nada respeta,” escribió en la pastoral colectiva de 1916 en la que concluyó prohibiendo bajo pecado mortal “la lectura de La Patria y El Espectador de Bogotá, El Siglo, de Barranquilla y Retazos, de Montería.” En esa ocasión “declaró peligrosa” la lectura de Gaceta Republicana, El Diario Nacional, El Tiempo, de Bogotá, Colombia y El Correo Liberal de Medellín, La Unión Comercial de Cartagena y Rigoletto de Barranquilla.” (Conferencias Episcopales 345 y 352)
Ocho años después, la Conferencia Episcopal no había cambiado su posición sobre la “mala prensa” y reiteraba las disposiciones y prohibiciones contenidas en la primera Conferencia Episcopal: “Es prohibido contribuir al sostenimiento de la mala prensa, suscribiéndose o insertando avisos en ella.” (Conferencias Episcopales, 367)
El nuevo enemigo
El frente de lucha se trasladó luego contra la actividad política de comunistas y socialistas que reviraron denunciando a la Iglesia como aliada del capitalismo. El comunismo y el socialismo eran descritos en los púlpitos y periódicos eclesiásticos como el enemigo que debía ser desenmascarado y combatido: “Hay que atacar al comunismo con fuertes y osadas banderas de catolicismo social que congreguen a los trabajadores bajo las banderas de Jesucristo,” se leyó en el bisemanario 9 de abril, publicado en Medellín en 1948. (Vallejo 111)
La llegada del socialismo había provocado, a la vez, el entusiasmo por lo nuevo y el renovado rechazo de la Iglesia. Calibán reafirmó su rebeldía en La Linterna, de Tunja, en donde se declaró socialista. Entonces anunció “la ruina de todas las instituciones que apoyan las clases capitalistas” y preguntó irónico si además de República del Sagrado Corazón, Colombia debía declararse protectorado del Vaticano. (Vallejo 98). Años después, quemando lo que habían adorado, se registraría en la prensa liberal una euforia anticomunista, de la que El Tiempo y El Espectador fueron generosos voceros. Mientras El Espectador despedía periodistas brillantes “por sus tendencias comunistas,” el 9 de abril de 1948, Calibán acusaba, desde El Tiempo, a los agentes locales de Moscú. Diez años después sugeriría, con humor negro, la conveniencia de un bombardeo nuclear contra China.
La cabriola completa se dio cuando escribió (30-07-64) “el odio de clases es lo que resulta de las prédicas del padre García Herreros, o de los editoriales de El Campesino y de La Hora de Cáritas.”
El comienzo del apaciguamiento
Estas marchas y contramarchas ideológicas fueron la señal de un relativo apaciguamiento en la Iglesia y en sus críticos que, a pesar de todo, comentaron que, como había hecho el ministerio de propaganda nazi, la Iglesia había repartido radios a los campesinos de Sutatenza. Se trataba de uno de los más ambiciosos y eficaces proyectos de comunicación social de la Conferencia Episcopal: las Escuelas Radiofónicas de Sutatenza, que en mayo de 1948 hicieron su primera emisión con “notables resultados para la alfabetización de las masas, más aún, para la elevación de su nivel de vida,” como señaló el informe de UNESCO. Por su parte el presidente Alberto Lleras habría de saludar esta obra como “una realidad excelente, un símbolo de lo que cada uno pudiera y debiera hacer por sus compatriotas. Lo que aquí se hace se puede repetir en todas partes, y solamente así volveremos a darle la unidad a una patria desbocada y embravecida en donde se combate desde hace tiempos, sin tregua, sin saber para qué, ni por qué.” (Alberto Lleras 207)
El nuevo tono por parte de la Iglesia y de liberales como Alberto Lleras, fue el indicio de que algo estaba cambiando.
Dos hechos ocurridos después del Concilio Vaticano II, revelaron las tensiones internas que a la vez impulsaban y resultaban de ese cambio. En 1966, los sacerdotes Mario Revollo (después Cardenal) y Hernán Jiménez, fueron destituidos por el cardenal Luís Concha como directores del periódico El Catolicismo, porque “la orientación ideológica que han querido dar al periódico en los últimos tiempos, trae serios inconvenientes que me siento como Arzobispo en la obligación de evitar.” (citado por Arias 231)
Cuatro años después se repitió la escena. La Conferencia Episcopal en su Asamblea Plenaria del 04-10-70 clausuró la revista de temas sociales de Cáritas “por problemas de orientación y dirección.” Sin embargo, propuso “establecer una oficina de información que publique las noticias de la Iglesia en los grandes diarios.” (Conferencias Episcopales, 629). Había un debate interno que, finalmente, produjo resultados.
La nueva mirada
Así pueden denominarse dos documentos que parecen determinar un cambio. La Declaración Episcopal sobre Cine en 1974 y, nueve años después, en 1983, el Mensaje de la XXXIX Asamblea Plenaria “Sobre los Medios de Comunicación”.
Parecieron quedar atrás, como etapas superadas, las ansiedades y temores de la Conferencia Episcopal frente a los medios, y se impuso una nueva mirada: sobre los valores y riesgos de los medios (CEC 841) sobre “la causa de la justicia y de la paz que se juega en gran parte en los medios de comunicación,” sobre los medios “que están en capacidad de alcanzar un nivel más alto de dignidad ética y de competencia profesional.” Es la nueva mirada con que el episcopado examinaba los medios de comunicación.
Por eso, cuando los lectores del diario El Tiempo y después los de El Espectador encontraron entre sus páginas, las ediciones de El Catolicismo, no se plantearon el hecho como una contradicción o como una inconsecuencia histórica, sino como un desarrollo de la historia.
En el curso del último siglo, los obispos y los medios de comunicación han aprendido de los hechos de una historia que ama el movimiento y los descubrimientos de cada día. En 1908 habría sido imposible la ceremonia que por estos días prepara la Conferencia Episcopal para condecorar a un grupo de periodistas, cuya tarea, los obispos quieren mostrar como ejemplo. Después de las condenas y prohibiciones se han abierto los caminos del diálogo y la armonía.
* Autor invitado – Periodista, escritor y maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano – comunicacionespec@yahoo.com
“Periodistas y escritores se dicen apóstoles de concordia y paz entre los colombianos, (pero) quieren sembrar la discordia, encendiendo el odio y la ira de las multitudes contra los ministros de la Iglesia.” Así escribieron los 15 obispos de la primera Conferencia Episcopal, hace un siglo. Indignados, reprobaron, condenaron y declararon de prohibida lectura “los periódicos, hojas volantes, fórmulas o anónimos que ataquen o calumnien a los Prelados de la Iglesia”.
Un siglo después, la Conferencia Episcopal destaca y premia el trabajo de periodistas, y su periódico más antiguo, El Catolicismo, ha circulado como inserto en los diarios El Tiempo y El Espectador que un día fueron de prohibida lectura. ¿Qué ha pasado entre estas dos fechas? ¿Cómo se ha hecho el tránsito desde la condena hasta la armonía con la prensa?
En aquel tiempo…
En 1908, la prensa había tomado partido contra los religiosos extranjeros que ocupaban plazas de maestros en los colegios y escuelas del país. Según la estadística anual, en Colombia había entonces, 2.117 planteles, de los cuales 80 eran regentados por religiosos. Pero ese 3% fue suficiente para estimular artículos de prensa en los que se revivía una antigua polémica entre la Iglesia, que reclamaba el control de la educación, y el partido liberal que defendía el derecho del Estado a mantener y aplicar sus propias políticas educativas.
La prensa de entonces, lejos de buscar soluciones y avenimientos, se proponía imponer puntos de vista. Anota Enrique Santos Calderón que las de entonces fueron publicaciones que “contribuyeron a radicalizar posiciones y a exacerbar los ánimos,” …”el periódico era un arma fundamental de las luchas políticas.” (Enrique Santos C. 113)
La Iglesia había creado en 1849 su semanario El Catolicismo como arma defensiva, de acuerdo con el criterio de la época. En un país acostumbrado a las guerras civiles, ese era el papel que se le asignaba a la prensa, un combatiente más, incluída la prensa de la Iglesia que, además, echaba mano de un medio de comunicación aún más efectivo que los periódicos: las pastorales leídas desde los púlpitos, a una población analfabeta en su mayoría. En 1912 era el 77.9%. (Pardo Pardo, 94).
Era una lucha política que perpetuaba una discordia que venía desde el siglo XIX. Daban cuenta de ella, titulares de El Siglo que todavía en 1931 hacía eco de las afirmaciones de los obispos: “Se comete pecado mortal al leer El Tiempo” (09-01-31).
La Conferencia Episcopal, al reaccionar contra los ataques de la prensa, consolidó una posición de rechazo y condena de los medios: “No hay otro mal mayor ni más digno de lamentarse que el desborde de una prensa que nada respeta,” escribió en la pastoral colectiva de 1916 en la que concluyó prohibiendo bajo pecado mortal “la lectura de La Patria y El Espectador de Bogotá, El Siglo, de Barranquilla y Retazos, de Montería.” En esa ocasión “declaró peligrosa” la lectura de Gaceta Republicana, El Diario Nacional, El Tiempo, de Bogotá, Colombia y El Correo Liberal de Medellín, La Unión Comercial de Cartagena y Rigoletto de Barranquilla.” (Conferencias Episcopales 345 y 352)
Ocho años después, la Conferencia Episcopal no había cambiado su posición sobre la “mala prensa” y reiteraba las disposiciones y prohibiciones contenidas en la primera Conferencia Episcopal: “Es prohibido contribuir al sostenimiento de la mala prensa, suscribiéndose o insertando avisos en ella.” (Conferencias Episcopales, 367)
El nuevo enemigo
El frente de lucha se trasladó luego contra la actividad política de comunistas y socialistas que reviraron denunciando a la Iglesia como aliada del capitalismo. El comunismo y el socialismo eran descritos en los púlpitos y periódicos eclesiásticos como el enemigo que debía ser desenmascarado y combatido: “Hay que atacar al comunismo con fuertes y osadas banderas de catolicismo social que congreguen a los trabajadores bajo las banderas de Jesucristo,” se leyó en el bisemanario 9 de abril, publicado en Medellín en 1948. (Vallejo 111)
La llegada del socialismo había provocado, a la vez, el entusiasmo por lo nuevo y el renovado rechazo de la Iglesia. Calibán reafirmó su rebeldía en La Linterna, de Tunja, en donde se declaró socialista. Entonces anunció “la ruina de todas las instituciones que apoyan las clases capitalistas” y preguntó irónico si además de República del Sagrado Corazón, Colombia debía declararse protectorado del Vaticano. (Vallejo 98). Años después, quemando lo que habían adorado, se registraría en la prensa liberal una euforia anticomunista, de la que El Tiempo y El Espectador fueron generosos voceros. Mientras El Espectador despedía periodistas brillantes “por sus tendencias comunistas,” el 9 de abril de 1948, Calibán acusaba, desde El Tiempo, a los agentes locales de Moscú. Diez años después sugeriría, con humor negro, la conveniencia de un bombardeo nuclear contra China.
La cabriola completa se dio cuando escribió (30-07-64) “el odio de clases es lo que resulta de las prédicas del padre García Herreros, o de los editoriales de El Campesino y de La Hora de Cáritas.”
El comienzo del apaciguamiento
Estas marchas y contramarchas ideológicas fueron la señal de un relativo apaciguamiento en la Iglesia y en sus críticos que, a pesar de todo, comentaron que, como había hecho el ministerio de propaganda nazi, la Iglesia había repartido radios a los campesinos de Sutatenza. Se trataba de uno de los más ambiciosos y eficaces proyectos de comunicación social de la Conferencia Episcopal: las Escuelas Radiofónicas de Sutatenza, que en mayo de 1948 hicieron su primera emisión con “notables resultados para la alfabetización de las masas, más aún, para la elevación de su nivel de vida,” como señaló el informe de UNESCO. Por su parte el presidente Alberto Lleras habría de saludar esta obra como “una realidad excelente, un símbolo de lo que cada uno pudiera y debiera hacer por sus compatriotas. Lo que aquí se hace se puede repetir en todas partes, y solamente así volveremos a darle la unidad a una patria desbocada y embravecida en donde se combate desde hace tiempos, sin tregua, sin saber para qué, ni por qué.” (Alberto Lleras 207)
El nuevo tono por parte de la Iglesia y de liberales como Alberto Lleras, fue el indicio de que algo estaba cambiando.
Dos hechos ocurridos después del Concilio Vaticano II, revelaron las tensiones internas que a la vez impulsaban y resultaban de ese cambio. En 1966, los sacerdotes Mario Revollo (después Cardenal) y Hernán Jiménez, fueron destituidos por el cardenal Luís Concha como directores del periódico El Catolicismo, porque “la orientación ideológica que han querido dar al periódico en los últimos tiempos, trae serios inconvenientes que me siento como Arzobispo en la obligación de evitar.” (citado por Arias 231)
Cuatro años después se repitió la escena. La Conferencia Episcopal en su Asamblea Plenaria del 04-10-70 clausuró la revista de temas sociales de Cáritas “por problemas de orientación y dirección.” Sin embargo, propuso “establecer una oficina de información que publique las noticias de la Iglesia en los grandes diarios.” (Conferencias Episcopales, 629). Había un debate interno que, finalmente, produjo resultados.
La nueva mirada
Así pueden denominarse dos documentos que parecen determinar un cambio. La Declaración Episcopal sobre Cine en 1974 y, nueve años después, en 1983, el Mensaje de la XXXIX Asamblea Plenaria “Sobre los Medios de Comunicación”.
Parecieron quedar atrás, como etapas superadas, las ansiedades y temores de la Conferencia Episcopal frente a los medios, y se impuso una nueva mirada: sobre los valores y riesgos de los medios (CEC 841) sobre “la causa de la justicia y de la paz que se juega en gran parte en los medios de comunicación,” sobre los medios “que están en capacidad de alcanzar un nivel más alto de dignidad ética y de competencia profesional.” Es la nueva mirada con que el episcopado examinaba los medios de comunicación.
Por eso, cuando los lectores del diario El Tiempo y después los de El Espectador encontraron entre sus páginas, las ediciones de El Catolicismo, no se plantearon el hecho como una contradicción o como una inconsecuencia histórica, sino como un desarrollo de la historia.
En el curso del último siglo, los obispos y los medios de comunicación han aprendido de los hechos de una historia que ama el movimiento y los descubrimientos de cada día. En 1908 habría sido imposible la ceremonia que por estos días prepara la Conferencia Episcopal para condecorar a un grupo de periodistas, cuya tarea, los obispos quieren mostrar como ejemplo. Después de las condenas y prohibiciones se han abierto los caminos del diálogo y la armonía.
* Autor invitado – Periodista, escritor y maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano – comunicacionespec@yahoo.com
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