Por Luis Losada, Pbro.*
“No trato con gente falsa.
No me junto con mentirosos.
Detesto las bandas de malhechores.
No tomo asiento de los impíos.”
(SALMO 25)
Pero no puede tener paz un mundo que ha olvidado a Dios. No hay paz para el impío, nos enseñaba Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo, Rector del Seminario Mayor de Medellín, basándose en la Biblia.
El olvidarse de Dios trae como consecuencia inevitable el olvido de los valores fundamentales para la vida en sociedad: la honradez, la veracidad, el udor de la mujer, la solidaridad y un largo etcétera…. Este olvido al Señor ha traído también como consecuencia el hecho de que haya tantas personas que tienen la conciencia moral como anestesiada; lo cual les produce, a veces, trastornos en su conciencia sicológica. Han perdido la noción del pecado, y para ellos nada es malo. Cuando el hombre se aleja de Padre, ¡él mismo se castiga y se destruye! Los mandamientos de Dios no se violan impunemente.
Y las consecuencias están a la vista. Hoy, pareciera, que la vida de un hombre no vale nada; se asesina por un par de zapatos, se masacran seres humanos como si se tratara de una cacería de conejos; se secuestra, por diez y más años, a personas inocentes; se viola a un bebé de cuatro años, algunas veces por su propio padre. En Sodoma y Gomorra, seguramente, no se vieron muchas de las cosas que estamos presenciando actualmente. ¿Que remedio queda? Cuando el hombre pierde la conciencia moral se convierte en la peor de las fieras.
Educar al niño es la solución. Las madres y las abuelas de generaciones pasadas fueron nuestras mejores maestras. Lo que uno aprende en los primeros años, nunca se olvida, y esas enseñanzas, al final, siempre dan su fruto.
“No trato con gente falsa.
No me junto con mentirosos.
Detesto las bandas de malhechores.
No tomo asiento de los impíos.”
(SALMO 25)
Pero no puede tener paz un mundo que ha olvidado a Dios. No hay paz para el impío, nos enseñaba Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo, Rector del Seminario Mayor de Medellín, basándose en la Biblia.
El olvidarse de Dios trae como consecuencia inevitable el olvido de los valores fundamentales para la vida en sociedad: la honradez, la veracidad, el udor de la mujer, la solidaridad y un largo etcétera…. Este olvido al Señor ha traído también como consecuencia el hecho de que haya tantas personas que tienen la conciencia moral como anestesiada; lo cual les produce, a veces, trastornos en su conciencia sicológica. Han perdido la noción del pecado, y para ellos nada es malo. Cuando el hombre se aleja de Padre, ¡él mismo se castiga y se destruye! Los mandamientos de Dios no se violan impunemente.
Y las consecuencias están a la vista. Hoy, pareciera, que la vida de un hombre no vale nada; se asesina por un par de zapatos, se masacran seres humanos como si se tratara de una cacería de conejos; se secuestra, por diez y más años, a personas inocentes; se viola a un bebé de cuatro años, algunas veces por su propio padre. En Sodoma y Gomorra, seguramente, no se vieron muchas de las cosas que estamos presenciando actualmente. ¿Que remedio queda? Cuando el hombre pierde la conciencia moral se convierte en la peor de las fieras.
Educar al niño es la solución. Las madres y las abuelas de generaciones pasadas fueron nuestras mejores maestras. Lo que uno aprende en los primeros años, nunca se olvida, y esas enseñanzas, al final, siempre dan su fruto.
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