jueves, marzo 26, 2009

Jóvenes en acción

El consumo de licor entre niños y adolescentes.
Por Pbro. Juan Ávila Estrada*

En los últimos días, la prensa ha revelado los alarmantes resultados de una encuesta realizada entre estudiantes de bachillerato de diferentes ciudades del país sobre el tema del consumo de licor. El 70% reconoce consumir o haber consumido licor desde temprana edad (iniciando desde los diez años) y haber aprendido a hacerlo en el seno mismo del hogar. Otros, por su parte, afirman beber por lo menos una vez al mes, y hay quienes contestaron que lo hacen todos los fines de semana. El licor más consumido es la cerveza (supongo que para ellos es lo mismo ser fanático del fútbol que fanático de la cerveza), seguido del vino (el más visto como licor social) y el aguardiente. Cundinamarca y Antioquia ocupan los primero lugares de menores de edad que consumen alcohol, pero la Costa no se queda atrás en este problema.

Las alertas que ha despertado esta realidad nos llevan a cuestionar el modo de vida que llevamos y los valores que inculcamos a los hijos. Una cultura como la nuestra, permisiva con el licor, es descaradamente hipócrita cuando pone el grito en el cielo a causa de que sus niños vayan camino al alcoholismo. La música misma ha exaltado el licor en la cultura, con estrofas de canciones que no resaltan un mensaje positivo sino que promueven la incorporación de las bebidas alcohólicas para olvidar una pena o pasar un buen rato.

Cuando la televisión, la radio, las vallas publicitarias y la música exaltan el licor como un valor personal, es difícil resguardar a los niños y adolescentes de caer en este vicio nefasto. A esto agréguele el hecho de que son los padres los que muchas veces los inician en este camino bajo el supuesto de tener control sobre ellos, para volverlos “machos” desde que son unos infantes, de enseñarles a beber moderadamente o de sentirse amigos de sus hijos para que aprendan a verlos como personas abiertas o descomplicadas. Ahí es cuando se empieza a realizar una mezcla explosiva cuyas consecuencias serán devastadoras tanto para la persona en cuestión como para su familia.

De otro lado, situaciones difíciles en los procesos de formación, como el hecho del abandono por parte de uno de los progenitores, el sentimiento de soledad, el querer sentirse grandes porque hacen cosas de adultos, el verse interesantes ante sus amigos, la permisividad social, la consecución del producto en tiendas de esquina, hace necesario que los padres de familia evalúen permanentemente su labor educadora ante los hijos y los espeluznantes enemigos que rondan el crecimiento de la progenie.

Partamos del hecho de que un padre de familia no puede pretender ser amigo de sus hijos olvidando su rol de papá o mamá; considerar hoy que es más importante ser amigos que padres es dejarlos en la orfandad. Recordemos que los amigos no mantienen a lo amigos, ni los visten, ni los regañan cuando se equivocan, y no siempre están al lado cuando se les necesita, mientras que los padres si.
Si bien la amistad con los hijos es necesaria, esta no debe prevalecer sobre la relación padre-hijo, pues la camaradería entraría a borrar los parámetros del respeto mutuo que se deben mantener. Muy difícil le quedaría a un papá que es más amigo que padre de su propio hijo, regañarle y exigirle cuando la situación lo amerita. Esta mentalidad moderna da al traste con relaciones que tienen características particulares y concretas en la vida de familia. Por otra parte es necesario dejar que los hijos crezcan al ritmo de la naturaleza y no de los impulsos acelerados de la sociedad que pretenden hacer un “macho” de un pre-adolescente o una “mujer” a quien acaba de soltar las muñecas. Se debe ejercer control social de los negocios públicos (tiendas, bares y estaderos) para que no vendan licor a menores de edad y menos aún pedir a los niños que consigan bebidas alcohólicas para sus propios padres en casa.

Sería además interesante enseñar a los hijos a divertirse sanamente sin necesidad de licor, y no establecer una relación indestructible entre alegría y borrachera o entre fiesta y vino como si este fuera requisito para pasar momentos agradables. Hay que desligar cumpleaños, grados, playa, descanso, música, celebraciones sacramentales del consumo de bebidas embriagantes. El licor no va al estómago si no a la cabeza y allí realiza su obra. Hay que cambiar la mentalidad de que el aguardiente o el whisky entonan para pasarla mejor, pues la verdadera alegría está en pasarla junto a quienes se ama.

Pregúntese ¿Por qué se enoja cuando otro emborracha a su hijo y no se cuestiona cuando usted mismo lo hace? ¿Considera que un niño que empieza a tomar a su lado será realmente capaz de ejercer control sobre su voluntad para decir “no” al licor que le ofrecen sus amigos? No es necesario ser adivino para profetizar que el consumo de trago a temprana edad malogrará la capacidad intelectiva de las personas y le llevará por el camino sin retorno de la destrucción, la ruina y la muerte.

Hoy es más importante recuperar espacios de sano esparcimiento y de compartir en familia para que la seguridad de tener un padre o una madre que nos ama dé la fortaleza para saber conducir nuestra vida al éxito y a la bendición.

* Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro









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