Por Jaynes Hernández Natera*
La madurez en la fe es producto de creer en tres verdades: La primera es que Dios es Todopoderoso, nada le es imposible por Su omnipotencia, y Él me ama, la segunda hace referencia a tener la firme certeza en Su paternidad, y la tercera verdad es que Él es fiel a Sus promesas, y quiere el bien para mí, en Su tiempo.
A veces confundimos el significado de fe con las palabras: optimismo o positivismo, pues esta supuesta “fe” sólo se basa en un conjunto de factores que influyen en el alcanzar una meta, untado de una valoración del ego, con la concepción de que todo lo puedo hacer porque lo quiero y tengo capacidad para realizarlo. Otras veces se confía en el poder de Dios, pues pensamos que tiene la obligación de darnos lo que le pedimos, pero se desconoce que el amor de Dios es ilimitado, y es fiel a Sus promesas. La Biblia está llena de promesas y Cristo es la Promesa cumplida, como nos recordó Juan Pablo II en una homilía en el año 2.000: “Jesús es la realización de la promesa de Abraham y el cumplimiento de la ley dada a Moisés”.
El tiempo de Dios es para nuestro bien. El nos ama y nosotras le amamos al tener fe, ya que la fe sin amor se debilita al no encontrar respuesta rápida a lo que se pide. Cuando se ignora a Dios, no se puede hablar de que se tiene fe, es el caso, por ejemplo de una persona que al amanecer tiene la disposición de conseguir una ganancia egoístamente, causando daños y perjuicios a otros, por lo cual, luego de pensar esto y llegada la noche lo consigue dejando lágrimas y dolor.
La fe es un don, una virtud teologal, nos la engendra Dios en el corazón, en la mente y en el espíritu; es tener la certeza de que siendo amadas por Dios que es amor, Él quiere nuestro bien, sólo así comprendemos la razón porque una persona dura más en sanarse que otra, o porque no se sanó y falleció.
La fe es escuela en el dolor, en el sufrimiento, como ocurrió en la vida de muchos personajes, es el caso de Sor María Faustina de kowalska, quien tenía tuberculosis; San Ezequiel Moreno, el cual murió de cáncer; nuestro venerable Juan Pablo II, tenía más de una enfermedad, y así muchos más hombres y mujeres bienaventurados que esculpieron la fe en su corazón aún con dolor y sufrimientos. Por su parte, otros tras una enfermedad grave se sanaron y recibieron la fuerza de seguir en el trabajo de la evangelización, en el amor al prójimo; la lista de los que confiaron en ser amados por Dios es larga y al ser sanados dieron frutos en obras y palabras de amor.
Hebreos 11,1 nos dice: “Fe es la consistencia de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve”. De igual forma, en Marcos 5, 25-34 hay una clara explicación de lo que significa tener fe. Fue el caso de una mujer que desde hacía 12 años estaba enferma, con derrames de sangre, ella confiaba que el amor de Dios, estaba en Jesús, y que a través de Él recibiría Su misericordia, pues a nadie había visto hablar y obrar con tanto afecto y entrega, como a Jesús; ante sus ojos estaba la única oportunidad de tocar el Amor, de recuperar su identidad femenina.
Ese día con una fe valiente toma la decisión de reencontrarse con la vocación a la vida, a la que Dios le llamó y por el efecto del cumplimiento de la ley escrita en Levítico 15, 19 - 32. Además se sumaba a su enfermedad, el sufrimiento en el alma de la soledad que oprime más que el dolor físico, el dolor del desamor de la comunidad.
Plan de la mujer enferma para alcanzar el amor de Dios (Marcos 5, 25-34)
Sin palabras no podía clamar de que quería ser sanada, pero confiaba que a través de Jesús, recibiría el favor de Dios Todopoderoso, que ya había tenido misericordia de leprosos, endemoniados, paralíticos, ciegos, sordos y muchos otros enfermos.
Ella se decidió e hizo su parte, tender la mano, abrir el corazón; ante la pregunta de Jesús, se postró en adoración, confesó toda la verdad de haberle tocado con el corazón. Su plan resultó, se sanó y además Él la llamó hija: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia”. Ella recupera su derecho a tener una familia, a poder sentarse en cualquier silla, a recibir una caricia, un beso, un abrazo, ya que en doce años no la había sentido, ahora sí podía acariciar un niño, acercarse al templo, se acabaron las humillaciones, había un arco iris ante sus ojos, había resucitado ante el pueblo como hija de Abraham, padre de la fe. El mismo Jesús la llamó hija y elogia su fe, cuando a muchos les había llamado hombres de poca fe.
Esta mujer en sus doce años de soledad, se acercó más a Dios y creció en esa fe valiente al conocer al Maestro, fue decidida a ir donde estaba Jesús y tocarle, Dios no estaba sordo durante esos doce años, ni la había olvidado, la estaba cultivando en la fe para la gloria de Dios Padre, y para que el pueblo reconociera que su hijo el verbo encarnado, era la encarnación de su amor misericordioso. Pienso que primero la tocó Dios Padre, para abrirle el corazón, para abandonarse en él, en el evangelio se dice que gastó su dinero, visitó muchos los médicos posibles, también a los sacerdotes, ya no tenía nada, solo tenía la esperanza, la fe que lo imposible sería posible tocando al Amor de Dios, lo único que le quedaba, había perdido el de los hombres, En sus largos días y noches recitaría con tanto clamor salmos, para hablar con Dios invisible, el que no huiría ante su impureza.,
Quizás algunas estemos enfermas o un familiar, y pasa el tiempo sin respuesta, creamos que hay una razón de amor, a veces es para conversión, para unión familiar, para crecer espiritualmente, seamos valientes y toquemos a Cristo en los sacramentos, en la Palabra de Dios, ¿Con qué disposición escuchamos la proclamación del evangelio en la eucaristía, nos dejamos tocar por Su Palabra, por su misericordia en el sacramento de la reconciliación, le amas y crees que te ama al recibir el sacramento del Amor? ¡Eres amada cree y ya no estarás sola, ten fe que Su amor purifica el tuyo, Toca su amor y déjate tocar por su misericordia, tocar es tener fe con amor!.,
*Miembro de la Comisión de Pastoral Vocacional. jaynesher@hotmail.com
La madurez en la fe es producto de creer en tres verdades: La primera es que Dios es Todopoderoso, nada le es imposible por Su omnipotencia, y Él me ama, la segunda hace referencia a tener la firme certeza en Su paternidad, y la tercera verdad es que Él es fiel a Sus promesas, y quiere el bien para mí, en Su tiempo.
A veces confundimos el significado de fe con las palabras: optimismo o positivismo, pues esta supuesta “fe” sólo se basa en un conjunto de factores que influyen en el alcanzar una meta, untado de una valoración del ego, con la concepción de que todo lo puedo hacer porque lo quiero y tengo capacidad para realizarlo. Otras veces se confía en el poder de Dios, pues pensamos que tiene la obligación de darnos lo que le pedimos, pero se desconoce que el amor de Dios es ilimitado, y es fiel a Sus promesas. La Biblia está llena de promesas y Cristo es la Promesa cumplida, como nos recordó Juan Pablo II en una homilía en el año 2.000: “Jesús es la realización de la promesa de Abraham y el cumplimiento de la ley dada a Moisés”.
El tiempo de Dios es para nuestro bien. El nos ama y nosotras le amamos al tener fe, ya que la fe sin amor se debilita al no encontrar respuesta rápida a lo que se pide. Cuando se ignora a Dios, no se puede hablar de que se tiene fe, es el caso, por ejemplo de una persona que al amanecer tiene la disposición de conseguir una ganancia egoístamente, causando daños y perjuicios a otros, por lo cual, luego de pensar esto y llegada la noche lo consigue dejando lágrimas y dolor.
La fe es un don, una virtud teologal, nos la engendra Dios en el corazón, en la mente y en el espíritu; es tener la certeza de que siendo amadas por Dios que es amor, Él quiere nuestro bien, sólo así comprendemos la razón porque una persona dura más en sanarse que otra, o porque no se sanó y falleció.
La fe es escuela en el dolor, en el sufrimiento, como ocurrió en la vida de muchos personajes, es el caso de Sor María Faustina de kowalska, quien tenía tuberculosis; San Ezequiel Moreno, el cual murió de cáncer; nuestro venerable Juan Pablo II, tenía más de una enfermedad, y así muchos más hombres y mujeres bienaventurados que esculpieron la fe en su corazón aún con dolor y sufrimientos. Por su parte, otros tras una enfermedad grave se sanaron y recibieron la fuerza de seguir en el trabajo de la evangelización, en el amor al prójimo; la lista de los que confiaron en ser amados por Dios es larga y al ser sanados dieron frutos en obras y palabras de amor.
Hebreos 11,1 nos dice: “Fe es la consistencia de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve”. De igual forma, en Marcos 5, 25-34 hay una clara explicación de lo que significa tener fe. Fue el caso de una mujer que desde hacía 12 años estaba enferma, con derrames de sangre, ella confiaba que el amor de Dios, estaba en Jesús, y que a través de Él recibiría Su misericordia, pues a nadie había visto hablar y obrar con tanto afecto y entrega, como a Jesús; ante sus ojos estaba la única oportunidad de tocar el Amor, de recuperar su identidad femenina.
Ese día con una fe valiente toma la decisión de reencontrarse con la vocación a la vida, a la que Dios le llamó y por el efecto del cumplimiento de la ley escrita en Levítico 15, 19 - 32. Además se sumaba a su enfermedad, el sufrimiento en el alma de la soledad que oprime más que el dolor físico, el dolor del desamor de la comunidad.
Plan de la mujer enferma para alcanzar el amor de Dios (Marcos 5, 25-34)
Sin palabras no podía clamar de que quería ser sanada, pero confiaba que a través de Jesús, recibiría el favor de Dios Todopoderoso, que ya había tenido misericordia de leprosos, endemoniados, paralíticos, ciegos, sordos y muchos otros enfermos.
Ella se decidió e hizo su parte, tender la mano, abrir el corazón; ante la pregunta de Jesús, se postró en adoración, confesó toda la verdad de haberle tocado con el corazón. Su plan resultó, se sanó y además Él la llamó hija: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia”. Ella recupera su derecho a tener una familia, a poder sentarse en cualquier silla, a recibir una caricia, un beso, un abrazo, ya que en doce años no la había sentido, ahora sí podía acariciar un niño, acercarse al templo, se acabaron las humillaciones, había un arco iris ante sus ojos, había resucitado ante el pueblo como hija de Abraham, padre de la fe. El mismo Jesús la llamó hija y elogia su fe, cuando a muchos les había llamado hombres de poca fe.
Esta mujer en sus doce años de soledad, se acercó más a Dios y creció en esa fe valiente al conocer al Maestro, fue decidida a ir donde estaba Jesús y tocarle, Dios no estaba sordo durante esos doce años, ni la había olvidado, la estaba cultivando en la fe para la gloria de Dios Padre, y para que el pueblo reconociera que su hijo el verbo encarnado, era la encarnación de su amor misericordioso. Pienso que primero la tocó Dios Padre, para abrirle el corazón, para abandonarse en él, en el evangelio se dice que gastó su dinero, visitó muchos los médicos posibles, también a los sacerdotes, ya no tenía nada, solo tenía la esperanza, la fe que lo imposible sería posible tocando al Amor de Dios, lo único que le quedaba, había perdido el de los hombres, En sus largos días y noches recitaría con tanto clamor salmos, para hablar con Dios invisible, el que no huiría ante su impureza.,
Quizás algunas estemos enfermas o un familiar, y pasa el tiempo sin respuesta, creamos que hay una razón de amor, a veces es para conversión, para unión familiar, para crecer espiritualmente, seamos valientes y toquemos a Cristo en los sacramentos, en la Palabra de Dios, ¿Con qué disposición escuchamos la proclamación del evangelio en la eucaristía, nos dejamos tocar por Su Palabra, por su misericordia en el sacramento de la reconciliación, le amas y crees que te ama al recibir el sacramento del Amor? ¡Eres amada cree y ya no estarás sola, ten fe que Su amor purifica el tuyo, Toca su amor y déjate tocar por su misericordia, tocar es tener fe con amor!.,
*Miembro de la Comisión de Pastoral Vocacional. jaynesher@hotmail.com
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