Por Jorge Eliécer Londoño Romero*
Aprovechando que en la Arquidiócesis se vive un ambiente de vocación, quiero compartirles mi experiencia.
Siendo un joven que apenas entraba a la mayoría de edad, ingresé a la universidad para estudiar ingeniería mecánica, que era mi gran anhelo. Viví lo que todo joven universitario vive: clases, parciales, fiestas y todo lo referente al ambiente universitario.
Viví en un mundo sumergido por los números, planos y máquinas. El estudio lo era todo para mí, hasta que un día, en una Eucaristía, el sacerdote pronunció una frase del papa Benedicto XVI, la cual me llegó a lo más profundo de mi corazón: “Joven a ti te digo, no tengas miedo, Dios no quita nada, Dios lo da todo”, y eso basto para que yo decidiera entrar al circulo vocacional y comenzar mi camino de discernimiento. En ese entonces, me encontraba en noveno semestre y a las puertas de terminar la carrera profesional. Cuando le comenté a mis amigos mi decisión de ingresar al Seminario, sus reacciones no fueron las mejores, algunos no me creían, otros se burlaron y otros no me prestaron atención; más tarde lo entendieron y lo aceptaron.
Al ingresar al Seminario, me encontré con una bella comunidad, que me aceptó sin reparo alguno. Sin embargo, muchos me preguntaban que tenía que ver la ingeniería con el sacerdocio y yo no sabía que responder. Estando ya en el Seminario recibe mi grado de ingeniero, lo cual me llenó de alegría por haber alcanzado una meta; pero la alegría de estar en el Seminario era todavía mayor. Poco a poco fui descubriendo que Dios nos va mostrando el camino cuando sabemos escuchar su voz. Así mismo, nos da los medios necesarios para realizar y cumplir nuestros sueños, sólo que alcanzarlos implica empeño, sacrificios, renuncias. Entendí entonces con mayor claridad lo que el Señor nos dice en Mateo 19, 29: “y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o campos por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna”.
Hoy, puedo decir con toda firmeza que, aunque digamos tener nuestra vida definida, Dios por medio de su plan salvífico, puede virar el sendero de nuestra vida, y puede mostrarnos un mejor camino que nos llene felicidad.
*Estudiante del Seminario Regional Juan XXIII. Ingeniero Mecánico universidad Autónoma del Caribe
Aprovechando que en la Arquidiócesis se vive un ambiente de vocación, quiero compartirles mi experiencia.
Siendo un joven que apenas entraba a la mayoría de edad, ingresé a la universidad para estudiar ingeniería mecánica, que era mi gran anhelo. Viví lo que todo joven universitario vive: clases, parciales, fiestas y todo lo referente al ambiente universitario.
Viví en un mundo sumergido por los números, planos y máquinas. El estudio lo era todo para mí, hasta que un día, en una Eucaristía, el sacerdote pronunció una frase del papa Benedicto XVI, la cual me llegó a lo más profundo de mi corazón: “Joven a ti te digo, no tengas miedo, Dios no quita nada, Dios lo da todo”, y eso basto para que yo decidiera entrar al circulo vocacional y comenzar mi camino de discernimiento. En ese entonces, me encontraba en noveno semestre y a las puertas de terminar la carrera profesional. Cuando le comenté a mis amigos mi decisión de ingresar al Seminario, sus reacciones no fueron las mejores, algunos no me creían, otros se burlaron y otros no me prestaron atención; más tarde lo entendieron y lo aceptaron.
Al ingresar al Seminario, me encontré con una bella comunidad, que me aceptó sin reparo alguno. Sin embargo, muchos me preguntaban que tenía que ver la ingeniería con el sacerdocio y yo no sabía que responder. Estando ya en el Seminario recibe mi grado de ingeniero, lo cual me llenó de alegría por haber alcanzado una meta; pero la alegría de estar en el Seminario era todavía mayor. Poco a poco fui descubriendo que Dios nos va mostrando el camino cuando sabemos escuchar su voz. Así mismo, nos da los medios necesarios para realizar y cumplir nuestros sueños, sólo que alcanzarlos implica empeño, sacrificios, renuncias. Entendí entonces con mayor claridad lo que el Señor nos dice en Mateo 19, 29: “y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o campos por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna”.
Hoy, puedo decir con toda firmeza que, aunque digamos tener nuestra vida definida, Dios por medio de su plan salvífico, puede virar el sendero de nuestra vida, y puede mostrarnos un mejor camino que nos llene felicidad.
*Estudiante del Seminario Regional Juan XXIII. Ingeniero Mecánico universidad Autónoma del Caribe
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