Algunas consideraciones para el Año Litúrgico
Por Edgardo Bernales Altamar, Pbro*
Probablemente pensarás que me propongo hablar de fútbol, goles, el equipo del alma, rojiblanco o quizás darle algunos consejos públicos al reconocido jugador que lleva por nombre el mismo de este artículo, Teófilo. No me incomodaría hablar de fútbol, pero soy consciente que para esto ya hay muchos que lo saben hacer y lo hacen muy bien.
Entonces ¿por qué aparece Teófilo si no se va a hablar de fútbol? La última semana de noviembre comenzaremos el nuevo Año Litúrgico correspondiente al Ciclo C (la Liturgia dominical está organizada en tres ciclos, cada uno con un evangelista diferente); este año corresponde la proclamación del Evangelio de san Lucas. Precisamente, Lucas a dedicado, sea su Evangelio como los Hechos de los Apóstoles, a un tal Teófilo (Lc 1,4; Hch 1,1) o mejor al “ilustre Teófilo”.
¿Quién es el ilustre Teófilo?
A ciencia cierta no sabemos quién era este ilustre señor, pero la mayoría de los estudiosos afirman que se trataría de un creyente a quien Lucas desea proporcionarle una sólida garantía de la formación inicial en la fe que ha comenzado a recibir (catequesis): “Para que comprendas la solidez de las enseñanzas que has recibido”. Pero, no sólo esto es interesante; desde los primeros siglos del cristianismo se hizo la interpretación simbólica del nombre, como si fuera la designación de los lectores de la obra lucana, en el sentido de “amado-amante de Dios” (theo: “Dios”-philos: “amado”, “amante”, “amigo”). Debo confesar que me gusta especialmente esta segunda idea porque consideraría a Teófilo, el amigo de Dios, como el representante del lector cristiano de todos los tiempos. Todo esto para afirmar que el nuevo Año Litúrgico se podría intuir como un verdadero itinerario de fe propuesto por la Iglesia, que es Madre y Maestra, a todos los amigos-amantes de Dios.
Es hora de vivir el Adviento
Aquí no paran las sorpresas, y no estamos hablando de resultados de fútbol ni del campeonato colombiano. Como bien sabemos, iniciamos el Año Litúrgico con el tiempo de Adviento; siempre los momentos importantes de la vida se preparan y esto es lo que precisamente hacemos durante este tiempo litúrgico: Celebramos la primera venida de Cristo “en la humildad de la carne” y la segunda que será “en la majestad de Su Gloria” (prefacio de Adviento). Son dos momentos fuertes de la única historia de salvación que abrazamos y proclamamos en este tiempo y cuyos elementos comunes son la “venida” y la “espera”.
Sin temor a exagerar, se puede decir que es en este Ciclo C en el que el Adviento adquiere su relieve más completo; y esto por diversos motivos.
· El primer motivo: Lucas es el evangelio “mariano” por excelencia. Lucas es el evangelista que nos trae mayores detalles de la Virgen María (Lc 1-2), protagonista sin lugar a dudas de este tiempo de preparación y el mejor modelo del Adviento porque lo “esperó con inefable amor de Madre” (prefacio de Adviento). María visita a Isabel y hace su “adviento” en la casa de Zacarías (Lc 1, 39-56) y el Hechos (Hch 1,14) se mantuvo perseverante en la espera del don del Espíritu en Pentecostés.
· Un segundo motivo es la presentación de Juan el Bautista. Lucas es, nuevamente, el único que nos habla de su concepción y nacimiento, de quiénes eran sus padres y cuál es su papel en la historia de salvación (Lc 1). En el evangelio el Bautista está situado en las coordenadas de la historia política y religiosa de Israel, pero su misión profética apunta a la universalidad “todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,6), tema querido por Lucas. Igualmente, la voz del Precursor invitando al cambio de mentalidad, conversión, se hace sentir fuertemente en estos días de Adviento como lo hizo en el desierto preparando la venida del Salvador (Lc 3,1-22).
· El tercer motivo es el ambiente de alegría y confianza en la espera del Señor en el tiempo presente, que aparecen con claridad en el Evangelio. El Adviento está profundamente marcado por la espera de la Navidad y su misterio que llena de alegría y vigilancia atenta a todos los creyentes; quién más que Lucas que está salpicado de alegría y sonrisa en todo su Evangelio para ambientar este tiempo: “Alégrate, el Señor está contigo” (Lc 1,28; 46-55).
En la misma dinámica, Lucas nos hace tres invitaciones, por así llamarlas, necesarias para vivir cada Adviento: pobreza, renuncia y oración. Lucas es sensible al tema de los pobres que son los primeros destinatarios de la Buena Noticia (Lc 2, 8-20; 4, 18-19); es el pobre quien puede acoger totalmente al que se ha hecho pobre para enriquecer a la humanidad: Jesucristo, el Salvador misericordioso. En esta línea presenta también el tema de la renuncia y el desapego; para seguir a Cristo no sólo se debe abandonar “las redes y el padre” como nos cuenta Mateo, sino todo (5,11) porque sólo así el creyente abre a la posibilidad de recibir el don del amor más grande. Por último, la oración no sólo por los himnos que del Evangelio ha tomado la litúrgica cristiana (“Magnificat”, “Benedictus”, “Gloria in excelsis”, “Nunc dimittis”), sino por la presentación que hace de Jesús como el gran orante a quien le tenemos que decir en este tiempo con insistencia «enséñanos a orar» (Lc 11,1).
Estas tres invitaciones -pobreza, renuncia y oración- nos permitirán vivir el ambiente del Adviento y preparar mucho mejor nuestra vida a la gran celebración de la Navidad, al misterio de Cristo, centro de la historia de salvación, que año tras año celebramos y actualizamos. Pero no podemos olvidar una última cosa: sólo el Espíritu Santo nos permitirá vivir un Adviento pleno y lleno de esperanza, y en esto Lucas sí que es especialista. Ya desde las primeras páginas del Evangelio aparece la acción del Espíritu (Lc 1,15), atraviesa toda la narración (Lc 4,18ss) y se proyecta a lo largo de todo el libro de los Hechos (Lc 2). Así como en el Evangelio es el que mueve e impulsa la actividad de Jesús, en los Hechos es el principio de crecimiento de la comunidad y la garantía de la proclamación de la Buena Nueva.
Que sea entonces el Espíritu del Señor, que con tanto entusiasmo proclama Lucas en su Evangelio, quien nos guíe en este itinerario celebrativo del Adviento y nos permita como Teófilo ir creciendo en nuestra amistad con el Señor para que expectantes vigilemos sin desfallecer y seamos en y para el mundo motivo de esperanza.
A estas alturas, sólo espero que todos los que se llaman Teófilo, es decir, todos los amantes de Dios, permitan que las palabras del Evangelio de Lucas canten, florezcan y resuenen dentro de sí en este nuevo Año Litúrgico y el Adviento que estamos por comenzar, de tal modo que, el alma se convierta en un “caracol repleto del eco del mar de Dios”.
Entonces ¿por qué aparece Teófilo si no se va a hablar de fútbol? La última semana de noviembre comenzaremos el nuevo Año Litúrgico correspondiente al Ciclo C (la Liturgia dominical está organizada en tres ciclos, cada uno con un evangelista diferente); este año corresponde la proclamación del Evangelio de san Lucas. Precisamente, Lucas a dedicado, sea su Evangelio como los Hechos de los Apóstoles, a un tal Teófilo (Lc 1,4; Hch 1,1) o mejor al “ilustre Teófilo”.
¿Quién es el ilustre Teófilo?
A ciencia cierta no sabemos quién era este ilustre señor, pero la mayoría de los estudiosos afirman que se trataría de un creyente a quien Lucas desea proporcionarle una sólida garantía de la formación inicial en la fe que ha comenzado a recibir (catequesis): “Para que comprendas la solidez de las enseñanzas que has recibido”. Pero, no sólo esto es interesante; desde los primeros siglos del cristianismo se hizo la interpretación simbólica del nombre, como si fuera la designación de los lectores de la obra lucana, en el sentido de “amado-amante de Dios” (theo: “Dios”-philos: “amado”, “amante”, “amigo”). Debo confesar que me gusta especialmente esta segunda idea porque consideraría a Teófilo, el amigo de Dios, como el representante del lector cristiano de todos los tiempos. Todo esto para afirmar que el nuevo Año Litúrgico se podría intuir como un verdadero itinerario de fe propuesto por la Iglesia, que es Madre y Maestra, a todos los amigos-amantes de Dios.
Es hora de vivir el Adviento
Aquí no paran las sorpresas, y no estamos hablando de resultados de fútbol ni del campeonato colombiano. Como bien sabemos, iniciamos el Año Litúrgico con el tiempo de Adviento; siempre los momentos importantes de la vida se preparan y esto es lo que precisamente hacemos durante este tiempo litúrgico: Celebramos la primera venida de Cristo “en la humildad de la carne” y la segunda que será “en la majestad de Su Gloria” (prefacio de Adviento). Son dos momentos fuertes de la única historia de salvación que abrazamos y proclamamos en este tiempo y cuyos elementos comunes son la “venida” y la “espera”.
Sin temor a exagerar, se puede decir que es en este Ciclo C en el que el Adviento adquiere su relieve más completo; y esto por diversos motivos.
· El primer motivo: Lucas es el evangelio “mariano” por excelencia. Lucas es el evangelista que nos trae mayores detalles de la Virgen María (Lc 1-2), protagonista sin lugar a dudas de este tiempo de preparación y el mejor modelo del Adviento porque lo “esperó con inefable amor de Madre” (prefacio de Adviento). María visita a Isabel y hace su “adviento” en la casa de Zacarías (Lc 1, 39-56) y el Hechos (Hch 1,14) se mantuvo perseverante en la espera del don del Espíritu en Pentecostés.
· Un segundo motivo es la presentación de Juan el Bautista. Lucas es, nuevamente, el único que nos habla de su concepción y nacimiento, de quiénes eran sus padres y cuál es su papel en la historia de salvación (Lc 1). En el evangelio el Bautista está situado en las coordenadas de la historia política y religiosa de Israel, pero su misión profética apunta a la universalidad “todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,6), tema querido por Lucas. Igualmente, la voz del Precursor invitando al cambio de mentalidad, conversión, se hace sentir fuertemente en estos días de Adviento como lo hizo en el desierto preparando la venida del Salvador (Lc 3,1-22).
· El tercer motivo es el ambiente de alegría y confianza en la espera del Señor en el tiempo presente, que aparecen con claridad en el Evangelio. El Adviento está profundamente marcado por la espera de la Navidad y su misterio que llena de alegría y vigilancia atenta a todos los creyentes; quién más que Lucas que está salpicado de alegría y sonrisa en todo su Evangelio para ambientar este tiempo: “Alégrate, el Señor está contigo” (Lc 1,28; 46-55).
En la misma dinámica, Lucas nos hace tres invitaciones, por así llamarlas, necesarias para vivir cada Adviento: pobreza, renuncia y oración. Lucas es sensible al tema de los pobres que son los primeros destinatarios de la Buena Noticia (Lc 2, 8-20; 4, 18-19); es el pobre quien puede acoger totalmente al que se ha hecho pobre para enriquecer a la humanidad: Jesucristo, el Salvador misericordioso. En esta línea presenta también el tema de la renuncia y el desapego; para seguir a Cristo no sólo se debe abandonar “las redes y el padre” como nos cuenta Mateo, sino todo (5,11) porque sólo así el creyente abre a la posibilidad de recibir el don del amor más grande. Por último, la oración no sólo por los himnos que del Evangelio ha tomado la litúrgica cristiana (“Magnificat”, “Benedictus”, “Gloria in excelsis”, “Nunc dimittis”), sino por la presentación que hace de Jesús como el gran orante a quien le tenemos que decir en este tiempo con insistencia «enséñanos a orar» (Lc 11,1).
Estas tres invitaciones -pobreza, renuncia y oración- nos permitirán vivir el ambiente del Adviento y preparar mucho mejor nuestra vida a la gran celebración de la Navidad, al misterio de Cristo, centro de la historia de salvación, que año tras año celebramos y actualizamos. Pero no podemos olvidar una última cosa: sólo el Espíritu Santo nos permitirá vivir un Adviento pleno y lleno de esperanza, y en esto Lucas sí que es especialista. Ya desde las primeras páginas del Evangelio aparece la acción del Espíritu (Lc 1,15), atraviesa toda la narración (Lc 4,18ss) y se proyecta a lo largo de todo el libro de los Hechos (Lc 2). Así como en el Evangelio es el que mueve e impulsa la actividad de Jesús, en los Hechos es el principio de crecimiento de la comunidad y la garantía de la proclamación de la Buena Nueva.
Que sea entonces el Espíritu del Señor, que con tanto entusiasmo proclama Lucas en su Evangelio, quien nos guíe en este itinerario celebrativo del Adviento y nos permita como Teófilo ir creciendo en nuestra amistad con el Señor para que expectantes vigilemos sin desfallecer y seamos en y para el mundo motivo de esperanza.
A estas alturas, sólo espero que todos los que se llaman Teófilo, es decir, todos los amantes de Dios, permitan que las palabras del Evangelio de Lucas canten, florezcan y resuenen dentro de sí en este nuevo Año Litúrgico y el Adviento que estamos por comenzar, de tal modo que, el alma se convierta en un “caracol repleto del eco del mar de Dios”.
*Licencia en Teología Bíblica. Pontificia Universidad de la Santa Cruz - Italia.
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