Por William Romero, Pbro*
La postmodernidad quizás es una de las épocas que más dificultad ha presentado para identificar las características más importantes de la sociedad, porque abarca tantas cosas al mismo tiempo, que no resulta fácil determinar el significado en todos los aspectos.
En épocas anteriores, se notaba claramente que las personas se identificaban por su nombre, incluso los apellidos surgían de la misma condición y realidad de la persona, demostraban una identidad, un contexto, una situación. El nombre mostraba también las características propias de la persona y por lo tanto, servía como un medio real de identidad, determinaba unas características que lo hacían diferente a los demás.
Hoy las circunstancias son diferentes, valdría la pena hacer una comparación entre los nombres de las personas del siglo anterior y las de nuestro siglo, la mayoría de nombres en la actualidad dependen del artista o del personaje importante, de unir unos siglas o vocablos que sintetizan los nombres de los progenitores, ya no se mira el santoral (libro que contiene vidas o hechos de santos) para colocar el nombre a la persona, sino que se observa la marca del electrodoméstico, el lugar donde se encuentra o las circunstancias que se están viviendo, no será extraño que hayan nacido: uribes, chavez, obamas, benedictos y quizá muchos conflictos, jaques, entre otros.
En nuestros días, no es importante el nombre como identidad, ya que la identidad es un código, es un número, no se pregunta cuál es su nombre, sino el número de identidad, por tal motivo, lo esencial no es la persona, sino lo que representa, quizás los antecedentes o la importancia para la sociedad.
Esta realidad también se ve reflejada en la vida espiritual; el sincretismo religioso se ha convertido en una característica del ser humano postmoderno. No es extraño encontrar personas que se sienten motivadas ante las múltiples tendencias y diversidad de creencias religiosas, pues se tiene la certeza que existe un sólo Dios y que por tanto se le adora de la misma manera en cualquier confesión religiosa, pero esta forma de pensar, es producto de la misma sociedad, pues cuando no se tiene identidad, se confunde y por lo tanto, todo da lo mismo, tiene el mismo valor, sin lograr diferenciar entre lo verdadero y lo falso.
En nuestros tiempos, no tiene importancia para muchos, participar de la celebración Eucarística, vivir los sacramentos, formar parte de un grupo de oración o de una confesión religiosa, así como tampoco es de preocuparse el lugar dónde se realizan estas actividades, la persona que lo hace, pues todo da lo mismo y todos hacen lo mismo.
Por lo tanto, es fundamental volver al Evangelio, observar cuáles son las características propias de los cristianos, cuáles son las razones por las que las personas promueven otras formas de acercarse a Dios y otras manifestaciones religiosas. Es vital revisar la historia y descubrir los motivos fundamentales por los cuales esa persona realiza determinadas actividades, descubrir las razones que lo inducen a participar de los diferentes grupos de confesiones religiosas, pues conocer el fundamento de los cosas, nos permite determinar el verdadero valor y sentido de las mismas, de esa manera tendremos la oportunidad de elegir de manera deliberada y con total libertad la orientación religiosa y la confesión más indicada.
Es necesario volver la mirada a Cristo, identificar el fundamento de la doctrina, revisar las páginas del Evangelio y comprender lo que nos ofrece el mundo actual, de tal manera que, creer en Cristo no sea sólo una teoría o una consigna publicitaria, sino que en verdad practiquemos la Palabra de Dios y vivamos de la misma manera como el Señor nos enseñó, no podemos seguir pensando en una religiosidad donde todo da lo mismo o donde lo importante radica en tener unas prácticas culturales y rituales, sino en una identidad como verdaderos cristianos. La confrontación de la cotidianidad con el Evangelio, nos mostrará nuestra identidad como cristianos.
* Párroco unidad pastoral Cristo Sacerdote.
La postmodernidad quizás es una de las épocas que más dificultad ha presentado para identificar las características más importantes de la sociedad, porque abarca tantas cosas al mismo tiempo, que no resulta fácil determinar el significado en todos los aspectos.
En épocas anteriores, se notaba claramente que las personas se identificaban por su nombre, incluso los apellidos surgían de la misma condición y realidad de la persona, demostraban una identidad, un contexto, una situación. El nombre mostraba también las características propias de la persona y por lo tanto, servía como un medio real de identidad, determinaba unas características que lo hacían diferente a los demás.
Hoy las circunstancias son diferentes, valdría la pena hacer una comparación entre los nombres de las personas del siglo anterior y las de nuestro siglo, la mayoría de nombres en la actualidad dependen del artista o del personaje importante, de unir unos siglas o vocablos que sintetizan los nombres de los progenitores, ya no se mira el santoral (libro que contiene vidas o hechos de santos) para colocar el nombre a la persona, sino que se observa la marca del electrodoméstico, el lugar donde se encuentra o las circunstancias que se están viviendo, no será extraño que hayan nacido: uribes, chavez, obamas, benedictos y quizá muchos conflictos, jaques, entre otros.
En nuestros días, no es importante el nombre como identidad, ya que la identidad es un código, es un número, no se pregunta cuál es su nombre, sino el número de identidad, por tal motivo, lo esencial no es la persona, sino lo que representa, quizás los antecedentes o la importancia para la sociedad.
Esta realidad también se ve reflejada en la vida espiritual; el sincretismo religioso se ha convertido en una característica del ser humano postmoderno. No es extraño encontrar personas que se sienten motivadas ante las múltiples tendencias y diversidad de creencias religiosas, pues se tiene la certeza que existe un sólo Dios y que por tanto se le adora de la misma manera en cualquier confesión religiosa, pero esta forma de pensar, es producto de la misma sociedad, pues cuando no se tiene identidad, se confunde y por lo tanto, todo da lo mismo, tiene el mismo valor, sin lograr diferenciar entre lo verdadero y lo falso.
En nuestros tiempos, no tiene importancia para muchos, participar de la celebración Eucarística, vivir los sacramentos, formar parte de un grupo de oración o de una confesión religiosa, así como tampoco es de preocuparse el lugar dónde se realizan estas actividades, la persona que lo hace, pues todo da lo mismo y todos hacen lo mismo.
Por lo tanto, es fundamental volver al Evangelio, observar cuáles son las características propias de los cristianos, cuáles son las razones por las que las personas promueven otras formas de acercarse a Dios y otras manifestaciones religiosas. Es vital revisar la historia y descubrir los motivos fundamentales por los cuales esa persona realiza determinadas actividades, descubrir las razones que lo inducen a participar de los diferentes grupos de confesiones religiosas, pues conocer el fundamento de los cosas, nos permite determinar el verdadero valor y sentido de las mismas, de esa manera tendremos la oportunidad de elegir de manera deliberada y con total libertad la orientación religiosa y la confesión más indicada.
Es necesario volver la mirada a Cristo, identificar el fundamento de la doctrina, revisar las páginas del Evangelio y comprender lo que nos ofrece el mundo actual, de tal manera que, creer en Cristo no sea sólo una teoría o una consigna publicitaria, sino que en verdad practiquemos la Palabra de Dios y vivamos de la misma manera como el Señor nos enseñó, no podemos seguir pensando en una religiosidad donde todo da lo mismo o donde lo importante radica en tener unas prácticas culturales y rituales, sino en una identidad como verdaderos cristianos. La confrontación de la cotidianidad con el Evangelio, nos mostrará nuestra identidad como cristianos.
* Párroco unidad pastoral Cristo Sacerdote.
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