jueves, febrero 25, 2010

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2010
« La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo »


La verdadera justicia se refleja en el amor sin límites de Dios hacia nosotros. Él fue tan bueno y misericordioso que nos entregó a Su hijo para nuestra salvación. Es hora, que como cristianos comprometidos con una Iglesia viva y de puertas abiertas al mundo entero, demos testimonio de ese inmenso amor, y hagamos ver que Dios ha sido grande con nosotros, pues su amor es justo, no diferencia clases sociales, económicas, políticas, religiosas, razas y nivel cultural, por el contrario nos ama a todos por igual.

En su mensaje para la Cuaresma, el Sumo Pontífice, Benedicto XVI, nos explica el verdadero significado de la justicia y da fe que sólo la obtendremos a plenitud si dejamos que Dios entre a nuestro corazón, pues la justicia va más allá de poseer aquellos bienes materiales que muchas veces pensamos son la garantía de la felicidad. El Papa Benedicto XVI afirma: “Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios, pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios”.

Pero, ¿De dónde proviene la injusticia que cada día vemos a nuestro alrededor? En ocasiones llegamos a pensar que es consecuencia de las exigencias del mundo, creemos que para ser poderosos necesitamos mucho dinero y poder ideológico, garantía de cosas pasajeras y olvidarnos de los demás. Por otra parte, estamos convencidos que aquellos que no son justos es a consecuencia del ambiente que les rodea, que lo que les ofrece la sociedad de consumo los lleva a ser egoístas. “La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original”.

Por tal motivo, se hace necesario, hoy más que nunca, ante tantas adversidades, especialmente las del pobre, el forastero, el huérfano, la viuda, el secuestrado y aquellos que lo han perdido todo por causas naturales o por el otro, que demos una mirada más profunda, olvidándonos de la autosuficiencia, de que sólo nos necesitamos a nosotros mismos para vivir en paz, que la vida es una constante competencia por la riqueza y el poder, que lo que pase a nuestro alrededor no nos importa si no llega a afectarnos. Es darnos cuenta que todos somos indispensables en el mundo para construir una sociedad de verdaderos hermanos, que mientras exista el egoísmo, la hipocresía y la intolerancia no llegaremos nunca a construir un mundo más humano. El Sumo Pontífice expresa: “Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad”.

Por último, la mayor muestra de humildad se refleja en aceptar que necesitamos de Otro, de Dios, para lograr nuestra salvación. El Papa afirma: “Hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor”.

Dios está a nuestro lado, si dejamos que Él entre a nuestro corazón y hagamos su voluntad, encontraremos la verdadera felicidad. Lo más importante es reflexionar y actuar para la construcción de una sociedad más justa, donde todos reciban lo necesario para vivir y donde la justicia se vea vivificada por el amor. ¡Nada nos falta cuando tenemos a Dios en nuestro corazón!

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