Se acerca la celebración de una de las fiestas de expresión popular más importante del país, el Carnaval de Barranquilla. Por tal motivo, encontramos por estos días en la prensa nacional, en los escenarios académicos y culturales, grandes disertaciones o estudios que justifican las fiestas, no sólo la de Barranquilla, sino otras manifestaciones culturales que se celebran por estas fechas en varias ciudades importantes del planeta. En dichos documentos, las justifican y clasifican como una respuesta antropológica y necesaria para calmar la opresión en que está sometida una determinada sociedad o grupo social. Y muchas personas justifican que el ‘sentido carnavalero’ se trasmita de generación en generación para que, y aunque pasen lustros o centurias, estas tradiciones populares no se mueran.
Y, aunque la Escritura y la Iglesia Católica no se oponen a esta celebración, si se exige que se viva como una verdadera expresión de nuestra cultura cristiana y no como una manifestación pagana. Nosotros, los que nos llamamos cristianos, no debemos vivir esa cultura de las fiestas de manera desenfrenada, sino, que estamos llamados a expresarnos de una manera diferente, bajo la luz de la cultura cristiana.
El Carnaval no debe significar embriagues y enajenación, no sólo de los sentidos, sino de los verdaderos valores de la vida. Ni debe entenderse como el desenfreno de algunas o de todas las pasiones que conviven con cada uno de los hombres y que por acción del Espíritu Santo las tenemos dominadas. Permitirse la embriagues y el desenfreno en esta época de Carnaval puede significar no solamente la muerte física y real, sino nuestra muerte espiritual, entendiendo esta como el rompimiento de la relación con Dios, y con ello, la inestabilidad de la relación con nuestra familia y con nosotros mismos.
Y es que expresión cultural, no debe bajo ningún punto de vista ser el irrespeto o la adoración pagana. Por ello, citando el documento de Santodomingo, nosotros debemos vivir la cultura cristina y vivir estas fiestas que son una expresión popular válida, para transformarlas hasta que lleguen a su verdadera expresión: una muestra de nuestro folclor, colores, música, sin irrespetar a nuestro hermano, sin perder el control de nuestros sentidos, ni caer en ese abismo oscuro de las drogas, el alcohol, sexo degradante y paganismo que se esconde de una manera sutil en muchos disfraces o bailes, y que de esa misma manera sutil, nos hacen cruzar la línea de lo verdadero.
De ninguna manera estamos satanizando el Carnaval, por el contrario, creemos firmemente que cuando vivimos como cristianos, nuestras expresiones folclóricas deben estar acorde con ese vivir. Estamos convencidos que sí es posible divertirse sin caer en la embriagues, en los excesos y sin faltarle al hermano en ningún sentido posible. Creemos firmemente que cuando se vive la cultura cristiana, no es para ‘esconderse’, sino para alejarse de las tentaciones, porque tenemos la fuerza del Espíritu Santo que nos da el discernimiento para ello.
Es importante destacar que hay que aprovechar todas las manifestaciones masivas para promover y vivir la verdadera experiencia de la solidaridad, del amor al más necesitado, de aquel que sufre.
A nosotros los cristianos, por el hecho del bautismo, se nos impone el deber de actuar para cambiar el estado de las cosas, las situaciones, lo cual se logra llevando el mensaje salvífico a todas partes a través de nuestro testimonio de vida. Y aunque parezca una locura o algo fuera de contexto, el pensar que en una fiesta de Carnaval se pueda promover la solidaridad o el amor a los demás, es posible que con nuestro actuar lo podamos lograr.
Que maravilloso sería…
- Que todos los católicos de la Arquidiócesis de Barranquilla, el sábado de Carnaval, viviéramos la ‘Batalla de los mercaditos a los necesitados’ y ese día donara un producto de la canasta familiar o un mercado en su parroquia.
- Si el domingo, viviéramos La Gran Parada celebrando la Eucaristía dominical a conciencia y le dedicáramos el tiempo a ese familiar viejo que hemos olvidado. Ya sea el nuestro padre, tío o abuelo. También dedicarle ese día a nuestra pareja y nuestros hijos.
- El lunes de Festival de Orquestas entonáramos cantos a Dios como una acción de gracias por todo su amor.
- El martes, en vez de derramar agua, la donáramos a los damnificados que tanto necesitan de agua potable.
- En vez de enterrar a Joselito, decidamos enterrar para siempre nuestros odios, egoísmos y todos los signos negativos que podamos tener, para así comenzar a amar de verdad a nuestra familia, que es la mayor bendición que podamos tener.
*Coordinador Comité de Comunicaciones de la unidad pastoral Sagrada Familia. cbarrios59@hotmail.com
Por Álvaro García, Pbro*
Un buen creyente pide discernimiento y sabiduría que le permita tener excelente participación en los diferentes eventos de nuestra región, porque no todo evento agrada al Señor, ni es digno de la presencia de la familia y mucho menos de los niños.
Pide tener la proyección del ahorro, para que las matrículas y pensiones de los hijos, no sean desperdiciadas en un evento de licor.
En todas las épocas, y con mayor razón en el Carnaval, se debe proteger la estabilidad de la familia y una buena relación con el soberano y poderoso Redentor.
En las carnestoléndicas, se incrementan los suicidios, la accidentalidad, la inseguridad, producto de los excesos, descuidos y el deseo a veces de querer huir de la realidad.
Es importante que se cuide la salud y no someter el cuerpo a la intensidad del sol, ayunos prolongados, gritos exagerados, histerias colectivas y no permitir la manipulación sombica que nos induzca al pecado.
*Párroco unidad pastoral Sagrada Familia.
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