CONSTANCIA Y SUPERACIÓN PASTORAL
Por JULIO GIRALDO*
La urbanización El Tesoro, en el municipio de Malambo, comienza a construirse por etapas y, muy pronto, se va llenando de familias que encuentran en este sitio un lugar digno para vivir y realizarse. Malambo es uno de esos municipios que posee como una magia especial que atrae; la gente llega y se queda, muchos son de todos los sitios de Colombia, vienen y hacen su vida luchando de sol a sol en distintos oficios para ganar el pan de cada día. Sin duda alguna, son muchos los inconvenientes que tienen que vencer en un comienzo para poder habitar el lugar: calles que parecen caminos de herradura, falta de agua potable y electricidad, deficiencia en el servicio de transporte y, lo más importante para cualquier asentamiento humano que empiece, tener una iglesia y su respectivo sacerdote. La constancia, la lucha y el deseo de superación, vencen todos los inconvenientes, y el barrio ya organizado comienza su proceso para construir una comunidad eclesial.
La historia comienza en el año 1980 cuando el padre Atilio González, siendo párroco de Santa María Magdalena, detecta, con su olfato pastoral, que muy cerca de su parroquia hay una urbanización que requiere ser atendida y evangelizada. El padre Atilio dialoga con sus habitantes y comienza a celebrar misas dominicales en distintos sitios, debajo de los árboles, en las azoteas de las casas, frente a las tiendas y hasta en los potreros; no hay un lugar fijo porque aún no hay un terreno en propiedad para empezar a construir una iglesia. La comunidad va creciendo y aparece el urbanizador de Bellavista, Gustavo Jurado, quien dona un lote de terreno para que en él sea construida la iglesia. Sus moradores rápidamente acondicionan el lugar, colocan una rústica cruz de madera y se inicia todo un trabajo comunitario para crear las condiciones que permitan vivir desde ya un ambiente de Iglesia y avanzar en la construcción del templo con casa cural para que, muy pronto, sea declarada parroquia.
En efecto, en el año 1981, se coloca la primera piedra con fondos monetarios obtenidos de la rifa de dos cortes de tela que un turco les había regalado; a partir de este momento toda la comunidad, muy motivada, hace bailes, bazares, retenes en la vía, empanadas, festivales, cada cual quiere aportar su granito de arena. Para el año 1984 tenían las paredes pero sin la viga de amarre, todo esto era fruto del trabajo de los feligreses motivados por el padre Atilio, el padre Marchena y algunos seminaristas que ya estaban trabajando con ellos en el noble propósito; pero la naturaleza les hizo pasar un mal rato cuando un vendaval destruyó las paredes que con tanto sacrifico habían construido. “Borrón y cuenta nueva”, dijeron sus habitantes y volvieron a empezar con más bríos que antes y, poco a poco, se hacían realidad sus sueños. Para la época, surge en la comunidad una santa discusión sobre el nombre que debería llevar la parroquia. Inicialmente se llamó Santa Marta; para el padre Atilio debería llamarse “Santa María de los pobres”, pero para la mayoría debería llamarse “Nuestra Señora de la Candelaria”. Ganó la candelaria por varios motivos: el padre Atilio nació el 2 de febrero, el coordinador de la junta también nació un 2 de febrero y varios miembros de la misma junta parroquial eran oriundos de El Banco (Magdalena) y Magangue (Bolívar), tierras devotas de la Virgen. Todas estas coincidencias no fueron más que señales de María Santísima para que esa nueva parroquia fuera puesta bajo su protección, con la advocación de Nuestra Señora de la Candelaria.
Ya entonces con nombre propio, escogido democráticamente por toda la comunidad e inspirado por la Virgen, sigue la lucha para terminar las paredes, sus columnas y ponerle un techo, ya que las misas se celebraban a pleno sol y cuando llovía, con paraguas en mano; se muestra la misericordia de Dios cuando aparece en la comunidad el entonces seminarista Carlos Crismath, un hombre que con su trabajo y vocación de servicio hacía los más pobres en pocos días se hizo al cariño y amor de toda la comunidad. Es él quien celebra en forma la primera Semana Santa; no habían imágenes, ni sagrario, ni ornamentos, pero este inquieto y entusiasta seminarista se las arregló de alguna manera y hasta hizo procesión con el santo sepulcro. Días después este seminarista es ordenado diácono, y el padre Atilio inteligentemente convence a Monseñor Félix María Torres para que envíe a Crismath para esa naciente comunidad; este hombre de Dios asume el compromiso y comienza su trabajo, es otro obrero más, en pantaloneta y camisilla carga carretillas llenas de piedra y materiales para los pisos, sube al techo para dirigir la instalación de las láminas de zinc que después de muchos tramites consiguieron con la Alcaldía Municipal y el Parque Pimsa. (El padre Crismath murió años después como misionero en África).
Especial mención en ésta crónica merece el padre Roberto Castro, quien comienza e impulsa la construcción de la casa cural; cuando fue nombrado como párroco de Malambo se presentó a la urbanización El Tesoro y le dijo a sus habitantes que el señor Arzobispo lo había enviado allí para que construyera la casa cural, que por favor no lo hicieran quedar mal, y el sermoncito se repetía cada vez que el padre Castro se encontraba con la comunidad. Todo se va dando, iglesia en construcción, casa cural en las mismas condiciones y una comunidad totalmente construida como unidad pastoral. Se dan, entonces, las circunstancias para que Monseñor Félix María Torres, por decreto No. 1393 del 2 de febrero de 1999, la erige como vicaría parroquial y nombra como su primer párroco al padre Luís Enrique Cuervo, quien asume el reto de terminar la iglesia y la casa cural. Su entrega fue total, contra viento y marea y hasta con su propio peculio ya que le tocó rifar su propio carro, gracias a todo esto hizo el milagro de terminar, mejorar y embellecer todo el complejo parroquial. El 2 de febrero de 2000 Monseñor Rubén Salazar Gómez firma el decreto 01 por el cual la erige como parroquia.
Rigiendo los destinos espirituales de los habitantes de la urbanización El Tesoro se encuentra desde hace 3 años el padre Diego Orozco, sacerdote de Cartago (Valle) quien, por su gran vocación de misionero, tenía maletas arregladas para irse de misionero a la República de Cuba, pero en última instancia Dios es quien decide y su Obispo le dice que debe venirse para Barranquilla en donde lo espera Monseñor Rubén Salazar, para confiarle un ministerio. El padre Diego acepta con humildad la orden de su Obispo y de inmediato se traslada a ‘La Arenosa’ donde lo nombran, desde su llegada, párroco de esta unidad pastoral. Encuentra una comunidad muy motivada, unas instalaciones parroquiales modestas, pero dignas y bien organizadas. Sus habitantes proceden de todas las regiones del país, y en términos generales son personas muy amables, de un corazón grande que colaboran y están atentos siempre de su párroco para que a éste no le falte nada. Son aproximadamente unos treinta y cinco mil habitantes, distribuidos pastoralmente en tres células: Nuestra Señora de la Candelaria; la de El Tesoro, Jesús Misericordioso y la célula del barrio La Luna, Inmaculada Concepción.
Es una parroquia joven, pero cuenta con todas las estructuras de la nueva evangelización. Existen grupos muy comprometidos, niños jóvenes, adultos y adultos mayores que trabajan intensamente para que su parroquia sea el centro espiritual, cultural y recreativo de toda la urbanización. El padre Diego debe multiplicarse para poder atender las tres células en donde celebra la Eucaristía, atiende las necesidades espirituales de su feligresía y administra los sacramentos; como en el perímetro de su parroquia existe una gran población de desplazados, con éstos realiza un trabajo especial de evangelización y ayuda material, para lo cual cuenta con la colaboración que presta el Banco de Alimentos.
La comunidad celebra con gran ardor religioso las fiestas tradicionales: Navidad, Semana Santa, fiesta de la Virgen del Carmen y su fiesta patronal que, precisamente en este año, debió celebrarse un día antes por razones del carnaval.
* Periodista – Historiador de la Arquidiócesis.
La urbanización El Tesoro, en el municipio de Malambo, comienza a construirse por etapas y, muy pronto, se va llenando de familias que encuentran en este sitio un lugar digno para vivir y realizarse. Malambo es uno de esos municipios que posee como una magia especial que atrae; la gente llega y se queda, muchos son de todos los sitios de Colombia, vienen y hacen su vida luchando de sol a sol en distintos oficios para ganar el pan de cada día. Sin duda alguna, son muchos los inconvenientes que tienen que vencer en un comienzo para poder habitar el lugar: calles que parecen caminos de herradura, falta de agua potable y electricidad, deficiencia en el servicio de transporte y, lo más importante para cualquier asentamiento humano que empiece, tener una iglesia y su respectivo sacerdote. La constancia, la lucha y el deseo de superación, vencen todos los inconvenientes, y el barrio ya organizado comienza su proceso para construir una comunidad eclesial.
La historia comienza en el año 1980 cuando el padre Atilio González, siendo párroco de Santa María Magdalena, detecta, con su olfato pastoral, que muy cerca de su parroquia hay una urbanización que requiere ser atendida y evangelizada. El padre Atilio dialoga con sus habitantes y comienza a celebrar misas dominicales en distintos sitios, debajo de los árboles, en las azoteas de las casas, frente a las tiendas y hasta en los potreros; no hay un lugar fijo porque aún no hay un terreno en propiedad para empezar a construir una iglesia. La comunidad va creciendo y aparece el urbanizador de Bellavista, Gustavo Jurado, quien dona un lote de terreno para que en él sea construida la iglesia. Sus moradores rápidamente acondicionan el lugar, colocan una rústica cruz de madera y se inicia todo un trabajo comunitario para crear las condiciones que permitan vivir desde ya un ambiente de Iglesia y avanzar en la construcción del templo con casa cural para que, muy pronto, sea declarada parroquia.
En efecto, en el año 1981, se coloca la primera piedra con fondos monetarios obtenidos de la rifa de dos cortes de tela que un turco les había regalado; a partir de este momento toda la comunidad, muy motivada, hace bailes, bazares, retenes en la vía, empanadas, festivales, cada cual quiere aportar su granito de arena. Para el año 1984 tenían las paredes pero sin la viga de amarre, todo esto era fruto del trabajo de los feligreses motivados por el padre Atilio, el padre Marchena y algunos seminaristas que ya estaban trabajando con ellos en el noble propósito; pero la naturaleza les hizo pasar un mal rato cuando un vendaval destruyó las paredes que con tanto sacrifico habían construido. “Borrón y cuenta nueva”, dijeron sus habitantes y volvieron a empezar con más bríos que antes y, poco a poco, se hacían realidad sus sueños. Para la época, surge en la comunidad una santa discusión sobre el nombre que debería llevar la parroquia. Inicialmente se llamó Santa Marta; para el padre Atilio debería llamarse “Santa María de los pobres”, pero para la mayoría debería llamarse “Nuestra Señora de la Candelaria”. Ganó la candelaria por varios motivos: el padre Atilio nació el 2 de febrero, el coordinador de la junta también nació un 2 de febrero y varios miembros de la misma junta parroquial eran oriundos de El Banco (Magdalena) y Magangue (Bolívar), tierras devotas de la Virgen. Todas estas coincidencias no fueron más que señales de María Santísima para que esa nueva parroquia fuera puesta bajo su protección, con la advocación de Nuestra Señora de la Candelaria.
Ya entonces con nombre propio, escogido democráticamente por toda la comunidad e inspirado por la Virgen, sigue la lucha para terminar las paredes, sus columnas y ponerle un techo, ya que las misas se celebraban a pleno sol y cuando llovía, con paraguas en mano; se muestra la misericordia de Dios cuando aparece en la comunidad el entonces seminarista Carlos Crismath, un hombre que con su trabajo y vocación de servicio hacía los más pobres en pocos días se hizo al cariño y amor de toda la comunidad. Es él quien celebra en forma la primera Semana Santa; no habían imágenes, ni sagrario, ni ornamentos, pero este inquieto y entusiasta seminarista se las arregló de alguna manera y hasta hizo procesión con el santo sepulcro. Días después este seminarista es ordenado diácono, y el padre Atilio inteligentemente convence a Monseñor Félix María Torres para que envíe a Crismath para esa naciente comunidad; este hombre de Dios asume el compromiso y comienza su trabajo, es otro obrero más, en pantaloneta y camisilla carga carretillas llenas de piedra y materiales para los pisos, sube al techo para dirigir la instalación de las láminas de zinc que después de muchos tramites consiguieron con la Alcaldía Municipal y el Parque Pimsa. (El padre Crismath murió años después como misionero en África).
Especial mención en ésta crónica merece el padre Roberto Castro, quien comienza e impulsa la construcción de la casa cural; cuando fue nombrado como párroco de Malambo se presentó a la urbanización El Tesoro y le dijo a sus habitantes que el señor Arzobispo lo había enviado allí para que construyera la casa cural, que por favor no lo hicieran quedar mal, y el sermoncito se repetía cada vez que el padre Castro se encontraba con la comunidad. Todo se va dando, iglesia en construcción, casa cural en las mismas condiciones y una comunidad totalmente construida como unidad pastoral. Se dan, entonces, las circunstancias para que Monseñor Félix María Torres, por decreto No. 1393 del 2 de febrero de 1999, la erige como vicaría parroquial y nombra como su primer párroco al padre Luís Enrique Cuervo, quien asume el reto de terminar la iglesia y la casa cural. Su entrega fue total, contra viento y marea y hasta con su propio peculio ya que le tocó rifar su propio carro, gracias a todo esto hizo el milagro de terminar, mejorar y embellecer todo el complejo parroquial. El 2 de febrero de 2000 Monseñor Rubén Salazar Gómez firma el decreto 01 por el cual la erige como parroquia.
LA PARROQUIA HOY
Rigiendo los destinos espirituales de los habitantes de la urbanización El Tesoro se encuentra desde hace 3 años el padre Diego Orozco, sacerdote de Cartago (Valle) quien, por su gran vocación de misionero, tenía maletas arregladas para irse de misionero a la República de Cuba, pero en última instancia Dios es quien decide y su Obispo le dice que debe venirse para Barranquilla en donde lo espera Monseñor Rubén Salazar, para confiarle un ministerio. El padre Diego acepta con humildad la orden de su Obispo y de inmediato se traslada a ‘La Arenosa’ donde lo nombran, desde su llegada, párroco de esta unidad pastoral. Encuentra una comunidad muy motivada, unas instalaciones parroquiales modestas, pero dignas y bien organizadas. Sus habitantes proceden de todas las regiones del país, y en términos generales son personas muy amables, de un corazón grande que colaboran y están atentos siempre de su párroco para que a éste no le falte nada. Son aproximadamente unos treinta y cinco mil habitantes, distribuidos pastoralmente en tres células: Nuestra Señora de la Candelaria; la de El Tesoro, Jesús Misericordioso y la célula del barrio La Luna, Inmaculada Concepción.
Es una parroquia joven, pero cuenta con todas las estructuras de la nueva evangelización. Existen grupos muy comprometidos, niños jóvenes, adultos y adultos mayores que trabajan intensamente para que su parroquia sea el centro espiritual, cultural y recreativo de toda la urbanización. El padre Diego debe multiplicarse para poder atender las tres células en donde celebra la Eucaristía, atiende las necesidades espirituales de su feligresía y administra los sacramentos; como en el perímetro de su parroquia existe una gran población de desplazados, con éstos realiza un trabajo especial de evangelización y ayuda material, para lo cual cuenta con la colaboración que presta el Banco de Alimentos.
La comunidad celebra con gran ardor religioso las fiestas tradicionales: Navidad, Semana Santa, fiesta de la Virgen del Carmen y su fiesta patronal que, precisamente en este año, debió celebrarse un día antes por razones del carnaval.
* Periodista – Historiador de la Arquidiócesis.
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