La Conferencia Episcopal de Colombia –CEC- es la segunda más antigua de América Latina, después de la de México. Comenzó sus actividades el 14 de septiembre de 1908, con la primera Asamblea de 15 Obispos que tuvo lugar en Bogotá. Para unirnos a la celebración del centenario de nuestra Conferencia, publicaremos a partir de esta edición una serie de artículos escritos por el periodista Javier Darío Restrepo. Esta es una iniciativa del Departamento de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal.
Por JAVIER DARÍO RESTREPO *
Los diez dirigentes políticos que se reunieron en Medellín para ponerle fin a la dictadura del general Rafael Reyes, estaban decididos a hacerlo sin disparar un tiro. Unas semanas antes había concluido en Bogotá la primera reunión de la Conferencia Episcopal Colombiana. Trece Obispos y dos Vicarios capitulares, habían trabajado durante un mes y medio para encontrar la palabra pastoral oportuna para la feligresía colombiana. En aquellos años, de una población de un poco más de cuatro millones, el 95% se consideraba católico. Los dos hechos no tienen conexión alguna, pero reflejan de algún modo la situación que vivía el país en aquellos meses finales de 1908.
El quinquenio de Reyes era un régimen desgastado. Había cerrado el Congreso, había intervenido el poder judicial, le daba directivas al Banco Central, languidecían los partidos políticos, se incrementaba el gasto público, la prensa se sentía acorralada. Consciente del clima de resentimientos que había dejado la guerra de los mil días, el general había impulsado una política de colaboración partidista con el nombramiento de dos ministros liberales en un gabinete de cinco, y había reformado la Escuela Militar para que hijos de familias liberales se prepararan para hacer parte de la oficialidad. Pero esta nueva dirección suponía un difícil cambio de mentalidad. En la Asamblea de Antioquia la propuesta de inclusión de un liberal entre 27 senadores fue negada “porque a un liberal no se le podía llamar a un puesto público por nombramiento de elección. Carlos E. Restrepo, al dar cuenta del episodio, agregó que la decisión se había tomado “en nombre de la soberanía social de Jesucristo.”
Convocados por disposición del Papa Pío X, los Obispos colombianos acometieron el estudio de situaciones como esa, como parte de la misión de la nueva institución eclesial. Eran hombres curtidos en las tareas pastorales y agudos observadores de la vida de la sociedad, que se habían reunido por primera vez. Verse allí, después de recorrer los azarosos caminos de entonces, en largas y fatigantes jornadas, fue la respuesta al primer desafío, que no fue el mayor.
Los cien mil muertos de la guerra de los mil días, el 2.5% de la población, habían dejado una huella de resentimientos que seis años después no se habían apagado. La ofensa por la pérdida de Panamá se mantenía viva y una iniciativa oficial de negociaciones con Estados Unidos fue vista y acusada como traición a los intereses y al honor nacionales.
En este cuadro se enmarcaba el rechazo del partido liberal a la intervención del clero en la política. Tan grave había llegado a ser esa situación que Roma debió intervenir. Por mandato del Papa, el Cardenal Rampolla dirigió al Arzobispo de Bogotá, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, dos cartas: una para recordar que la Iglesia no intentó condenar a todos los partidos que se apelan liberales; que no es lícito notar al liberalismo con censura teológica; que declarar a los de un partido como apartados del nombre católico, “es introducir malamente las funciones políticas en el campo religioso, destruir la concordia y abrir la puerta a multitud de calamidades.”
En la segunda carta el Cardenal pedía al Arzobispo velar para que los sacerdotes “sean ajenos a las agitaciones políticas” porque “han sido constituidos pastores de todas las almas.” Por el mismo tiempo, el Obispo de Pasto había actuado y predicado al contrario: obligaba a los penitentes liberales a dejar constancia escrita de condena del liberalismo; en la guerra de los mil días había exhortado “a los soldados de Cristo a tomar los fusiles,” porque, argüía, “la guerra fortalece la sana aversión a las ideas liberales.” Así se había formalizado una división que en 1908 no había desaparecido.
Los obispos sesionaron durante un mes y suscribieron dos pastorales colectivas. La primera, fechada el catorce de septiembre, día de la instalación de la Conferencia, estuvo dedicada a tratar “un punto que mira a la libertad de la Iglesia.” Habían arreciado los ataques de la prensa contra la presencia de sacerdotes extranjeros en la educación: “se quiere negar el agua y el fuego a sacerdotes y religiosos dedicados a la enseñanza,” con el argumento, explicaron los obispos, de que ocupan puestos de trabajo que deben darse a maestros colombianos. Según las estadísticas citadas en el documento, en los 2.117 planteles existentes, regidos por 531 directores y 797 directoras, sólo 80 eran religiosos. Mencionaba la Pastoral a las 50 hermanas de la caridad que habían muerto en la guerra de los mil días prestando sus servicios caritativos y a los religiosos misioneros que trabajan, todos, en climas deletéreos y a quienes se acusaba como “predicadores de la guerra.” Según la Conferencia, se trataba de una consigna masónica para atacar las comunidades religiosas. La reacción de los obispos fue la de prohibir la lectura de periódicos y hojas volantes con calumnias a religiosos y prelados y a renglón seguido anunciaron que harían uso de la ley de prensa contra esas publicaciones.
La Pastoral Colectiva, fundacional de la Conferencia, apareció un mes después. Los 15 prelados habían examinado y sometido a reflexión la difícil situación política para concluir en una afirmación de respeto a la Constitución y a las leyes del país, en la condena a la sedición y en la reiteración de su cooperación a la obra de la concordia nacional. Con este anuncio, con su llamamiento al apaciguamiento “de las iras de los partidos políticos”, con su enunciado de “la paz como obra de la justicia”, aquella Conferencia señaló un rumbo que se ha mantenido y profundizado a lo largo de un siglo.
Han cambiado los métodos. El de entonces partía del hecho sociológico de “unas mismas creencias,” y señalaba como objetivo de la acción pastoral “poner a las sociedades humanas bajo la disciplina de la Iglesia” dentro del “único partido del orden, que puede traer la paz, el partido de los que siguen a Dios.”
La reflexión de las Conferencias Episcopales durante estos cien años y la historia misma, se encargarían de eliminar la ambigüedad de esa fórmula. Voces tan autorizadas como la del Papa Benedicto XVI, diría un siglo después: “La lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos. En efecto, la fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios.” (Jesús de Nazaret, Planeta Bogotà, 2007, p.65.)….
Desde aquella Conferencia hasta hoy han pasado cien años en que esta institución eclesiástica ha ganado en madurez hasta llegar a ser la instancia moral y religiosa de mayor credibilidad en el país. Lo era entonces, con títulos que hoy han ganado vigor y méritos.
* Autor invitado. Periodista, escritor y maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. comunicacionsocial@cec.org.co
Por JAVIER DARÍO RESTREPO *
Los diez dirigentes políticos que se reunieron en Medellín para ponerle fin a la dictadura del general Rafael Reyes, estaban decididos a hacerlo sin disparar un tiro. Unas semanas antes había concluido en Bogotá la primera reunión de la Conferencia Episcopal Colombiana. Trece Obispos y dos Vicarios capitulares, habían trabajado durante un mes y medio para encontrar la palabra pastoral oportuna para la feligresía colombiana. En aquellos años, de una población de un poco más de cuatro millones, el 95% se consideraba católico. Los dos hechos no tienen conexión alguna, pero reflejan de algún modo la situación que vivía el país en aquellos meses finales de 1908.
UN PAÍS EN CONVALECENCIA
El quinquenio de Reyes era un régimen desgastado. Había cerrado el Congreso, había intervenido el poder judicial, le daba directivas al Banco Central, languidecían los partidos políticos, se incrementaba el gasto público, la prensa se sentía acorralada. Consciente del clima de resentimientos que había dejado la guerra de los mil días, el general había impulsado una política de colaboración partidista con el nombramiento de dos ministros liberales en un gabinete de cinco, y había reformado la Escuela Militar para que hijos de familias liberales se prepararan para hacer parte de la oficialidad. Pero esta nueva dirección suponía un difícil cambio de mentalidad. En la Asamblea de Antioquia la propuesta de inclusión de un liberal entre 27 senadores fue negada “porque a un liberal no se le podía llamar a un puesto público por nombramiento de elección. Carlos E. Restrepo, al dar cuenta del episodio, agregó que la decisión se había tomado “en nombre de la soberanía social de Jesucristo.”
Convocados por disposición del Papa Pío X, los Obispos colombianos acometieron el estudio de situaciones como esa, como parte de la misión de la nueva institución eclesial. Eran hombres curtidos en las tareas pastorales y agudos observadores de la vida de la sociedad, que se habían reunido por primera vez. Verse allí, después de recorrer los azarosos caminos de entonces, en largas y fatigantes jornadas, fue la respuesta al primer desafío, que no fue el mayor.
Los cien mil muertos de la guerra de los mil días, el 2.5% de la población, habían dejado una huella de resentimientos que seis años después no se habían apagado. La ofensa por la pérdida de Panamá se mantenía viva y una iniciativa oficial de negociaciones con Estados Unidos fue vista y acusada como traición a los intereses y al honor nacionales.
EL CLERO POLÍTICO
En este cuadro se enmarcaba el rechazo del partido liberal a la intervención del clero en la política. Tan grave había llegado a ser esa situación que Roma debió intervenir. Por mandato del Papa, el Cardenal Rampolla dirigió al Arzobispo de Bogotá, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, dos cartas: una para recordar que la Iglesia no intentó condenar a todos los partidos que se apelan liberales; que no es lícito notar al liberalismo con censura teológica; que declarar a los de un partido como apartados del nombre católico, “es introducir malamente las funciones políticas en el campo religioso, destruir la concordia y abrir la puerta a multitud de calamidades.”
En la segunda carta el Cardenal pedía al Arzobispo velar para que los sacerdotes “sean ajenos a las agitaciones políticas” porque “han sido constituidos pastores de todas las almas.” Por el mismo tiempo, el Obispo de Pasto había actuado y predicado al contrario: obligaba a los penitentes liberales a dejar constancia escrita de condena del liberalismo; en la guerra de los mil días había exhortado “a los soldados de Cristo a tomar los fusiles,” porque, argüía, “la guerra fortalece la sana aversión a las ideas liberales.” Así se había formalizado una división que en 1908 no había desaparecido.
LAS PRIMERAS PASTORALES
Los obispos sesionaron durante un mes y suscribieron dos pastorales colectivas. La primera, fechada el catorce de septiembre, día de la instalación de la Conferencia, estuvo dedicada a tratar “un punto que mira a la libertad de la Iglesia.” Habían arreciado los ataques de la prensa contra la presencia de sacerdotes extranjeros en la educación: “se quiere negar el agua y el fuego a sacerdotes y religiosos dedicados a la enseñanza,” con el argumento, explicaron los obispos, de que ocupan puestos de trabajo que deben darse a maestros colombianos. Según las estadísticas citadas en el documento, en los 2.117 planteles existentes, regidos por 531 directores y 797 directoras, sólo 80 eran religiosos. Mencionaba la Pastoral a las 50 hermanas de la caridad que habían muerto en la guerra de los mil días prestando sus servicios caritativos y a los religiosos misioneros que trabajan, todos, en climas deletéreos y a quienes se acusaba como “predicadores de la guerra.” Según la Conferencia, se trataba de una consigna masónica para atacar las comunidades religiosas. La reacción de los obispos fue la de prohibir la lectura de periódicos y hojas volantes con calumnias a religiosos y prelados y a renglón seguido anunciaron que harían uso de la ley de prensa contra esas publicaciones.
La Pastoral Colectiva, fundacional de la Conferencia, apareció un mes después. Los 15 prelados habían examinado y sometido a reflexión la difícil situación política para concluir en una afirmación de respeto a la Constitución y a las leyes del país, en la condena a la sedición y en la reiteración de su cooperación a la obra de la concordia nacional. Con este anuncio, con su llamamiento al apaciguamiento “de las iras de los partidos políticos”, con su enunciado de “la paz como obra de la justicia”, aquella Conferencia señaló un rumbo que se ha mantenido y profundizado a lo largo de un siglo.
Han cambiado los métodos. El de entonces partía del hecho sociológico de “unas mismas creencias,” y señalaba como objetivo de la acción pastoral “poner a las sociedades humanas bajo la disciplina de la Iglesia” dentro del “único partido del orden, que puede traer la paz, el partido de los que siguen a Dios.”
La reflexión de las Conferencias Episcopales durante estos cien años y la historia misma, se encargarían de eliminar la ambigüedad de esa fórmula. Voces tan autorizadas como la del Papa Benedicto XVI, diría un siglo después: “La lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos. En efecto, la fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios.” (Jesús de Nazaret, Planeta Bogotà, 2007, p.65.)….
Desde aquella Conferencia hasta hoy han pasado cien años en que esta institución eclesiástica ha ganado en madurez hasta llegar a ser la instancia moral y religiosa de mayor credibilidad en el país. Lo era entonces, con títulos que hoy han ganado vigor y méritos.
* Autor invitado. Periodista, escritor y maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. comunicacionsocial@cec.org.co
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