¿SE ACABARÁ EL MUNDO?
“El mundo se acaba para el que se muere”, es una expresión que se ha hecho común en nuestro lenguaje, ignorando lo que dice la Escritura: “Tuve fe, y por eso hablé. De igual manera, nosotros, con esa misma actitud de fe, creemos y también hablamos. Porque sabemos que Dios, que resucitó de la muerte al Señor Jesús, también nos resucitará a nosotros con Él, y junto con ustedes nos llevará a su presencia. Todo esto ha sucedido para bien de ustedes, para que, recibiendo muchos la gracia de Dios, muchos sean también los que le den gracias, para la gloria de Dios.
Por eso no nos desanimamos. Pues aunque por fuera nos vamos deteriorando, por dentro nos renovamos día a día. Lo que en esta vida es cosa ligera, que pronto pasa; pero nos trae como resultado una gloria eterna mucho más grande y abundante. Porque no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.
Nosotros somos como una casa terrenal, como una tienda de campaña no permanente; pero sabemos que si esta tienda se destruye, Dios nos tiene preparada en el cielo una casa eterna, que no ha sido hecha por manos humanas”. (2 Cor 4, 13 – 5, 1).
Este texto de San Pablo aborda con gran precisión el asunto del fin del mundo; un tema que por estos días ha retomado cierta actualidad no tanto por la publicidad o el cine, sino más bien por la ignorancia de muchos que, desconociendo su fe, se dejan sugestionar con las teorías más absurdas.
Ciertamente, San Pablo nos anuncia las realidades venideras; pero este “Fin de los tiempos” no es una invitación a la angustia o a la desesperación, todo lo contrario, nos fortalece para la vida temporal y nos ayuda a confiar aun en medio de las dificultades de cada día, por más difíciles que sean.
Resulta a veces desconcertante el modo en que tanta gente elige complicarse la existencia, hasta el punto de añadir, a los afanes de cada día como pago de servicios, problemas familiares, desempleo, inseguridad, entre otros, un listado de tragedias y premoniciones oscuras. ¿Acaso no es ya suficiente lo que vivimos día a día, como para estar angustiados por los mitos y las leyendas de los demás?
Volvamos más bien nuestros ojos a la Palabra de Dios, confiemos en ella, y pidamos al Señor la gracia del discernimiento, para que en medio de la confusión que hoy reina, podamos ser testigos convencidos del amor de Dios.
“El mundo se acaba para el que se muere”, es una expresión que se ha hecho común en nuestro lenguaje, ignorando lo que dice la Escritura: “Tuve fe, y por eso hablé. De igual manera, nosotros, con esa misma actitud de fe, creemos y también hablamos. Porque sabemos que Dios, que resucitó de la muerte al Señor Jesús, también nos resucitará a nosotros con Él, y junto con ustedes nos llevará a su presencia. Todo esto ha sucedido para bien de ustedes, para que, recibiendo muchos la gracia de Dios, muchos sean también los que le den gracias, para la gloria de Dios.
Por eso no nos desanimamos. Pues aunque por fuera nos vamos deteriorando, por dentro nos renovamos día a día. Lo que en esta vida es cosa ligera, que pronto pasa; pero nos trae como resultado una gloria eterna mucho más grande y abundante. Porque no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.
Nosotros somos como una casa terrenal, como una tienda de campaña no permanente; pero sabemos que si esta tienda se destruye, Dios nos tiene preparada en el cielo una casa eterna, que no ha sido hecha por manos humanas”. (2 Cor 4, 13 – 5, 1).
Este texto de San Pablo aborda con gran precisión el asunto del fin del mundo; un tema que por estos días ha retomado cierta actualidad no tanto por la publicidad o el cine, sino más bien por la ignorancia de muchos que, desconociendo su fe, se dejan sugestionar con las teorías más absurdas.
Ciertamente, San Pablo nos anuncia las realidades venideras; pero este “Fin de los tiempos” no es una invitación a la angustia o a la desesperación, todo lo contrario, nos fortalece para la vida temporal y nos ayuda a confiar aun en medio de las dificultades de cada día, por más difíciles que sean.
Resulta a veces desconcertante el modo en que tanta gente elige complicarse la existencia, hasta el punto de añadir, a los afanes de cada día como pago de servicios, problemas familiares, desempleo, inseguridad, entre otros, un listado de tragedias y premoniciones oscuras. ¿Acaso no es ya suficiente lo que vivimos día a día, como para estar angustiados por los mitos y las leyendas de los demás?
Volvamos más bien nuestros ojos a la Palabra de Dios, confiemos en ella, y pidamos al Señor la gracia del discernimiento, para que en medio de la confusión que hoy reina, podamos ser testigos convencidos del amor de Dios.
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