jueves, mayo 10, 2007

MINORÍA DE EDAD Y OLVIDO DE LA SAGRADA ESCRITURA

¿POR QUÉ HAY CATÓLICOS QUE DEJAN LA IGLESIA Y SE VAN A LAS SECTAS?

Por CLOTARIO HEMER CERVANTES, Pbro.
Párroco Santísima Trinidad

En esta entrega intento establecer, en la medida de lo posible, la parte de responsabilidad que tiene la Iglesia misma en este fenómeno, que es materia de comentarios a todos los niveles en ambientes públicos y privados, y en los medios de comunicación hablados y escritos. Porque no podemos negar que la propia Iglesia tenga algo que ver en este éxodo. ¿En qué forma o de qué manera pudiera decirse que la propia Iglesia católica tenga algo de responsabilidad en el abandono de muchos de sus hijos de la fe que la Tradición transmite desde los Apóstoles hasta nuestros días?

Los invito a analizar los siguientes hechos:
1. La minoría de edad de los laicos en la Iglesia.
2. El desconocimiento de la Biblia de los católicos.
Estas situaciones tuvieron su prudente justificación en los respectivos momentos, pero habiendo cesado las causas que las motivaron, como suele suceder en muchos comportamientos colectivos, han persistido como conductas estereotipdas, incluso cuando han desaparecido las causas que motivaron su aparición.
3. El folklorismo de los encuentros religiosos de las sectas, especialmente la mímica o los gestos y el baile, las palmas, frente a la sobriedad de la liturgia católica. Emotividad frente a racionalidad.
4. Imposibilidad de los párrocos católicos de hacer un seguimiento permanente de las familias católicas y entablar relaciones personales de pastor a rebaño.

¿Por qué los laicos o seglares han sido como menores de edad durante tanto tiempo en la Iglesia Católica? Digo durante largo tiempo, porque no siempre ha sido así. En efecto, si damos un vistazo al Nuevo Testamento veremos que Jesús eligió a sus apóstoles para que “estuvieran con él” para “enviarlos a predicar” (Mc 3,13), los formó muy bien y después les ordenó “Id y amaestrad a todas las gentes”, “enseñándoles a guardar todas cuantas cosas os ordené” (Mt 28,19.20). Y Lucas dedica su evangelio a un amigo suyo convertido para que “reconozcas la solidez de las enseñanzas que recibiste” (Lc 1,4). En las cartas paulinas, podremos darnos cuenta cómo fueron las cosas desde el principio. En la sola carta a los romanos, san Pablo nombra a 34 personas que trabajaron con él en las tareas de la predicación del evangelio. Ninguna de ellas era obispo o presbítero. Eran laicos. (Rom 16,3-24). Y entre los padres de la Iglesia, san Agustín en su sermón de la fiesta de los santos Pedro y Pablo, el 29 de junio dice así: “El Señor Jesús, antes de su pasión, como sabéis, eligió a sus discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó la totalidad de la Iglesia casi en todas partes. Por ello, en cuanto que él solo representaba en su persona a la totalidad de la Iglesia, pudo escuchar estas palabras: Yo te daré las llaves del reino de los cielos. Porque estas llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia única. De ahí la excelencia de la persona de Pedro, en cuanto que él representaba la universalidad y la unidad de la Iglesia, cuando se le dijo: Yo te entrego, tratándose de algo que ha sido entregado a todos.” Más adelante dice: “No es que él fuera el único de los discípulos que tuviera el encargo de apacentar las ovejas del Señor”.

Con esto quiero demostrar que los laicos no son menores de edad en la Iglesia. Esta situación no está contenida en la doctrina de la Iglesia ni en su práctica. Por otra parte, en los primeros tiempos de la Iglesia la incorporación de los paganos requería un riguroso procedimiento para evitar que recibieran el bautismo por curiosidad o por cualquier motivo distinto al de seguir a Jesucristo. Este largo y riguroso proceso se llamaba catecumenado. Si un pagano quería recibir el bautismo tenía que dirigirse a un obispo o buscar la mediación de un conocido cristiano ante la comunidad. Si era esclavo necesitaba el permiso de su señor. En África y en Roma se les admitía primero como oyentes y debían ser instruidos a parte. Con semejante preparación los laicos nada tenían que envidiar a los clérigos en materia de conocimiento de la fe. Con la caída del imperio de Occidente se dio una nueva agrupación de los pueblos de Europa y la Iglesia jugó aquí un papel preponderante. Desde este momento la fe ya no es una opción sino una imposición de los reyes y emperadores a sus súbditos. Se daban conversiones en masa. Con esto sufrió debilitamiento el examen y la instrucción de los catecúmenos, se hizo más difícil, y las catequesis preparatorias tendieron a desaparecer. El catecumenado se redujo a la preparación inmediata al bautismo. ¿Qué efectos producía esto? Un laicado incapaz de asumir tareas en la pastoral de la Iglesia, incapaz de recibir responsabilidades apostólicas. Todo tenían que asumirlo los clérigos. Sobrevino el clericalismo que dura hasta el día de hoy.

Reflejo de esto podemos verlo en la vida de san Pedro Claver, quien cuenta que, después de recibir esclavos africanos que llegaron en un barco el 30 de mayo de 1627: “Fuimos rompiendo por medio de la mucha gente, hasta llegar a los enfermos, de que había una gran manada echados en el suelo, muy húmedo y anegadizo, por lo cual estaba terraplenado de agudos pedazos de tejas y ladrillos, y ésta era su cama, con estar en carnes sin un hilo de ropa...Hecho esto entramos en el catecismo del santo bautismo, y sus grandiosos efectos en el cuerpo y en el alma, y hechos capaces de ellos, y respondiéndonos a las preguntas hechas sobre lo enseñado, pasamos al catecismo grande: Uno remunerador, castigador, etc. Luego les pedimos afectos de dolor, de aborrecimiento de sus pecados, etc. Estando ya capaces, les declaramos los misterios de la Santísima Trinidad, Encarnación y Pasión, y poniéndoles delante una imagen de Cristo, Señor nuestro, en la cruz, que se levanta de una pila bautismal, y de sus sacratísimas llagas caen en ella arroyos de sangre, les rezamos, en su lengua, el acto de contrición.” (Liturgia de las Horas (IV) p.1911-1913).

La actuación de los misioneros españoles con los indígenas no creo que fuera muy diferente. Los procedimientos actuales no es que sean muy diferentes en el bautismo de los niños. Se supone que los padres y padrinos de los bautizados se comprometen a seguir educando en la fe a sus hijos, pero en la práctica no es así. No es raro descubrir, a veces, que las motivaciones del bautismo no siempre corresponden al deseo de hacer de los niños verdaderos discípulos de Cristo e hijos de la Iglesia. No es que estos motivos queden excluidos, pero tampoco figuran como las razones religiosas de los padres de familia ni de los padrinos. Un laicado así no podrá nunca asumir tareas de adultos en la Iglesia y es presa fácil de las sectas, en las que tienen que asumir el compromiso de conquistar adeptos y llevarlos al pastor, lo que los hace sentirse personas importantes.

La minoría de edad de los laicos se volvió algo aceptado y generalizado. En los manuales de teología y los textos de catequesis se dividía la Iglesia docente (=la que enseña) e Iglesia discente (=la que aprende). El antiguo código de derecho canónico definía a los laicos como los que no son clérigos. Un manual de Acción Católica la definía como “la colaboración de los laicos en las tareas de la Iglesia” (Monseñor Cibardi). En esta manera de entender la Iglesia, se la presentaba como una pirámide, cuya estrecha cima la constituía la jerarquía y la amplia base los fieles. Me estoy refiriendo al decenio 1950-1960 hacia atrás, antes del concilio Vaticano II, que definió la Iglesia como pueblo de Dios en el que pastores y fieles caminan unidos en el mundo. Incluso, aun en la definición de laicos del Vaticano II todavía hay un rezago clericalismo. Se dice que con “el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia” (Lumen Pentium 31). El nuevo Código de Derecho Canónico supera clara y vigorosamente el clericalismo. El canon 204,1 dice que “Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo. El parágrafo 2 dice: “Esta Iglesia, constituida y ordenada como sociedad en este mundo, subsiste en la Iglesia Católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él.” Ya no aparece en la definición Iglesia jerárquica. El canon 208 es más claro todavía, porque dice: “Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan en la edificación del cuerpo de Cristo” y el canon 211 es todavía más enfático: “Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvación alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero.” Está claro, pues, que los laicos no son unos menores de edad en la Iglesia, pero tardará mucho tiempo en que tomen conciencia de su “deber y derecho” para que la salvación alcance a los hombres de todo tiempo y del orbe entero.

La prohibición de la lectura de la Biblia en las lenguas vernáculas se dio cuando Martín Lutero rompió la unidad de la Iglesia de occidente con su doctrina de la sola Escritura y la sola fe. Los reyes de los pueblos anglosajones sobre todo aprovecharon esta coyuntura para romper con la Iglesia, se unieron a Lutero, quien tradujo la Biblia al Alemán, lo mismo hicieron en Inglaterra y Francia. El momento pedía prudencia en lo referente a la lectura de la Biblia en las lenguas del pueblo. Sólo se debía leer en las lenguas originales y en la lengua latína, pues las traducciones podían inducir a errores y herejías. Con el tiempo desapareció la situación polémica y la prohibición era innecesaria, pero la inercia mantuvo la despreocupación por la lectura de la Biblia en los fieles católicos. Hoy día, gracias a Dios y al concilio Vaticano II que, en su constitución dogmática sobre la Divina Revelación, despejó el horizonte y urgió a clérigos y laicos la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (No. 25). A pesar de todo esto, todavía en la Iglesia partimos siempre de la palabra humana, catecismo, teología y aducimos como prueba la Escritura. Pero podríamos partir de la Escritura, palabra de Dios y deducir de allí la palabra humana, la teología, la catequesis. La Escritura goza hoy día de un gran aprecio en todo el mundo, incluyendo a los no creyentes. Y el manejo de la Escritura de parte de los pastores protestantes entusiasma a muchos de nuestros fieles.

La quinta conferencia del CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana), se reunirá en el mes de mayo de este año en la ciudad de Aparecida de Brasil y el tema será precisamente cómo hacer del cristiano un discípulo de Cristo y un evangelizador. Es necesario que el cristiano deje de ser un menor de edad en la Iglesia católica. En síntesis, la minoría de edad de los laicos y el olvido de la Sagrada Escritura son factores que provocan o facilitan el éxodo de muchos católicos hacia otras confesiones.

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