Juan Ávila Estrada
Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro
Es común encontrar, tirado por debajo de la puerta de nuestra casa, plegables de las llamadas “cadenas de oración” que nos invitan a reproducir dichos papeles para que, a su vez, también nos unamos a ellas y podamos de esa manera obtener bendiciones de parte de Dios o, lo contrario, grandes desgracias a quienes hagan caso omiso de la invitación u osen rasgar o botar el documento en cuestión.
También es fácil, al abrir el correo electrónico, encontrarnos con verdaderas obras de arte en “power point” que nos estimulan a orar durante pocos segundos siguiendo sencillamente el ritmo del clic del “mouse” que nos presenta cada diapositiva, pero al terminar “invitan” a reenviarlo a determinado número de personas para que se produzcan bendiciones o amenazas de desgracias a quien se atreva a borrarlo.
Al encontrarse en situaciones de estas son muchos los que están plenamente convencidos en quién han puesto su fe y otros, que aunque digan no creer en supersticiones, se unen a la cadena sólo “por si acaso”.
Los cristianos somos invitados por la Sagrada Escritura a que nos unamos como hermanos en la oración para suplicar a Dios unos por otros (que es lo que se llama la oración de intercesión) y, con mucha frecuencia, en nuestra liturgia encomendamos a quienes dirigen la Iglesia, los gobernantes, los enfermos, las familias, etc., en una verdadera fraternidad y comunión de hermanos en Jesucristo. Pero NUNCA, entiéndase bien, NUNCA ha amenazado el Señor a sus hijos con enviarles grandes desgracias a todos aquellos que se atrevan a borrar de su correo electrónico o echar a la caneca de la basura un papel que no es verdaderamente cadena de oración de intercesión sino únicamente una nueva forma de superstición.
Lo que he aprendido en todos estos años es que existe una fuerza poderosamente maligna que pervierte poco a poco todas aquellas cosas que queremos hacer para agradar a Dios; de modo que orar ya no es una fuente de bendición y de comunicación con el Señor, sino un camino para conseguir mágicamente éxitos o fracasos. Las reliquias religiosas dejaron de ser objetos de veneración para recordar a la persona amada, para volverse accesorios de vestir en la moda actual. ¿Ha visto cuántos de nuestros jóvenes cargan cruces y rosarios en sus cuellos con todas las formas posibles y en la pedrería más diversa haciendo de ellas verdaderas obras de arte? Pero pregúntele a cualquiera el significado religioso que eso tiene en su vida.
La oración dejó, pues, de ser un vehículo de comunicación con el Señor, un instrumento de adoración, de alabanza, de intercesión, de glorificación, para volverse sencillamente una superstición de quienes reproducen papeles a diestra y siniestra, o de internautas que creen en toda la basura que les llega a su mail.
Cuando nos hemos educado en la fe, conocemos la palabra de Dios y adoramos a Jesucristo en una experiencia de vida de Iglesia, sabemos exactamente diferenciar lo que es de Dios y lo que no. Comprendemos además que las bendiciones del Señor no dependen de la capacidad que tengamos para reproducir un papel o de reenviar un correo electrónico, sino de nuestra sumisión y obediencia a su palabra. Seguimos en la misma dinámica de aprender a captar cuál es el origen de las bendiciones y de los fracasos. Hay que evitar las dos posturas antagónicas: superstición y fe irracional (fanatismo).
Entendámoslo: necesitamos orar unos por otros, la solidaridad espiritual es signo de comunión y fraternidad; pero esto hace parte de un ejercicio en el que suplicamos a Dios por el bienestar del mundo y la salvación de todos y no de una cadena que, en vez de unirnos como hermanos, nos hace aborrecer a aquel que nos metió en ella bajo amenaza de perdición si nos atrevemos a romperla.
Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro
Es común encontrar, tirado por debajo de la puerta de nuestra casa, plegables de las llamadas “cadenas de oración” que nos invitan a reproducir dichos papeles para que, a su vez, también nos unamos a ellas y podamos de esa manera obtener bendiciones de parte de Dios o, lo contrario, grandes desgracias a quienes hagan caso omiso de la invitación u osen rasgar o botar el documento en cuestión.
También es fácil, al abrir el correo electrónico, encontrarnos con verdaderas obras de arte en “power point” que nos estimulan a orar durante pocos segundos siguiendo sencillamente el ritmo del clic del “mouse” que nos presenta cada diapositiva, pero al terminar “invitan” a reenviarlo a determinado número de personas para que se produzcan bendiciones o amenazas de desgracias a quien se atreva a borrarlo.
Al encontrarse en situaciones de estas son muchos los que están plenamente convencidos en quién han puesto su fe y otros, que aunque digan no creer en supersticiones, se unen a la cadena sólo “por si acaso”.
Los cristianos somos invitados por la Sagrada Escritura a que nos unamos como hermanos en la oración para suplicar a Dios unos por otros (que es lo que se llama la oración de intercesión) y, con mucha frecuencia, en nuestra liturgia encomendamos a quienes dirigen la Iglesia, los gobernantes, los enfermos, las familias, etc., en una verdadera fraternidad y comunión de hermanos en Jesucristo. Pero NUNCA, entiéndase bien, NUNCA ha amenazado el Señor a sus hijos con enviarles grandes desgracias a todos aquellos que se atrevan a borrar de su correo electrónico o echar a la caneca de la basura un papel que no es verdaderamente cadena de oración de intercesión sino únicamente una nueva forma de superstición.
Lo que he aprendido en todos estos años es que existe una fuerza poderosamente maligna que pervierte poco a poco todas aquellas cosas que queremos hacer para agradar a Dios; de modo que orar ya no es una fuente de bendición y de comunicación con el Señor, sino un camino para conseguir mágicamente éxitos o fracasos. Las reliquias religiosas dejaron de ser objetos de veneración para recordar a la persona amada, para volverse accesorios de vestir en la moda actual. ¿Ha visto cuántos de nuestros jóvenes cargan cruces y rosarios en sus cuellos con todas las formas posibles y en la pedrería más diversa haciendo de ellas verdaderas obras de arte? Pero pregúntele a cualquiera el significado religioso que eso tiene en su vida.
La oración dejó, pues, de ser un vehículo de comunicación con el Señor, un instrumento de adoración, de alabanza, de intercesión, de glorificación, para volverse sencillamente una superstición de quienes reproducen papeles a diestra y siniestra, o de internautas que creen en toda la basura que les llega a su mail.
Cuando nos hemos educado en la fe, conocemos la palabra de Dios y adoramos a Jesucristo en una experiencia de vida de Iglesia, sabemos exactamente diferenciar lo que es de Dios y lo que no. Comprendemos además que las bendiciones del Señor no dependen de la capacidad que tengamos para reproducir un papel o de reenviar un correo electrónico, sino de nuestra sumisión y obediencia a su palabra. Seguimos en la misma dinámica de aprender a captar cuál es el origen de las bendiciones y de los fracasos. Hay que evitar las dos posturas antagónicas: superstición y fe irracional (fanatismo).
Entendámoslo: necesitamos orar unos por otros, la solidaridad espiritual es signo de comunión y fraternidad; pero esto hace parte de un ejercicio en el que suplicamos a Dios por el bienestar del mundo y la salvación de todos y no de una cadena que, en vez de unirnos como hermanos, nos hace aborrecer a aquel que nos metió en ella bajo amenaza de perdición si nos atrevemos a romperla.
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