Cuando el presidente Carlos Lleras Restrepo logró la aprobación de la Ley 1 de 1968 sobre Reforma Agraria, lo hizo convencido de que "si no hacemos la reforma agraria nos lleva el diablo". Lo mismo había pensado la Conferencia Episcopal desde diez años antes.
En la pastoral de cuaresma de 1958, los obispos defendieron la expropiación de terrenos cuando el dueño no los cultiva o sólo los usa para criar ganados. En ese caso, escribían: "falta gravemente a la justicia social" y el gobierno debe "expropiar esos terrenos y parcelarlos para beneficio común". Es de desear, agregaban, "que al alcance de todos esté el poseer una tierra que puedan cultivar por sí mismos". "La reforma agraria es hoy una de las necesidades más apremiantes que presenta nuestro país", reiteraron en septiembre de 1960, cuando le dedicaron al tema una densa y extensa declaración. Para la Conferencia Episcopal era claro que el campesino sin tierras carecía de oportunidades de educación y de acceso a la escala social; y que se lo mantenía "sin recursos de producción y sin posibilidades de conseguir el mínimo de condiciones que exige una vida humana digna".
En la pastoral de cuaresma de 1958, los obispos defendieron la expropiación de terrenos cuando el dueño no los cultiva o sólo los usa para criar ganados. En ese caso, escribían: "falta gravemente a la justicia social" y el gobierno debe "expropiar esos terrenos y parcelarlos para beneficio común". Es de desear, agregaban, "que al alcance de todos esté el poseer una tierra que puedan cultivar por sí mismos". "La reforma agraria es hoy una de las necesidades más apremiantes que presenta nuestro país", reiteraron en septiembre de 1960, cuando le dedicaron al tema una densa y extensa declaración. Para la Conferencia Episcopal era claro que el campesino sin tierras carecía de oportunidades de educación y de acceso a la escala social; y que se lo mantenía "sin recursos de producción y sin posibilidades de conseguir el mínimo de condiciones que exige una vida humana digna".
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