En nuestros tiempos vemos como muchas personas de todo el mundo se preocupan (o más procuran) viajar, conocer, hablar con personas de otras nacionalidades con el fin de conocer un poco más de aquel hermano que también Dios creó. Son esas personas quienes tienen una visión clara y profunda del verdadero significado de la cultura de la paz. Mientras más conozcamos a nuestros prójimo, sus costumbres, sus ideas y su manera de hacer muchas cosas, de esa misma forma responderemos con mayor tolerancia y amor por ellos.
La cultura tiene un significado ideológico pero a su vez espiritual en todos los hombres, su razón busca crear una identidad entre las personas con el fin de diferenciarse una de otras. Gracias a esto vemos un mundo lleno de variedad, diversidad y particularidad que dan un aporte significativo y un sinnúmero de experiencias entre quienes hacen parte de estas. Cuando se encuentra un punto en el que converjan todas estas culturas y los seres humanos comparten con alegría sus costumbres, también encontramos una experiencia de paz en la que sus protagonistas viven intensamente valores como la fraternidad, el amor y la hermandad.
Sin embargo, la capacidad de reconocernos nosotros mismos en el otro sin importar sus diferencias en la cultura lleva consigo una gran madurez y disponibilidad para responder al llamado que Dios no está haciendo “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé. Esto os mando: Que os améis unos a otros” (Juan 15, 11-17).
Pero esto solo es posible si asumimos una actitud de verdaderos cristianos comprometidos con vivir realidades en la que reconozcamos y encontremos más herramientas que nos sirvan como base para ser el cristiano que Dios quiere de cada uno de nosotros. Cuando hablamos de la interrelación de las culturas también nos referimos a la conciencia que debe tener cada una de ellas para que asuma una actitud de tolerancia y de fraternidad con las demás. Una cultura no podría llamarse cultura si no valora las demostraciones culturales que le son ajena.
Instrumento para llegar a la paz: ese es el reto
Son muchas las personas que se sienten orgullosos y felices por pertenecer a una cultura en especial. En nuestro país vemos como los costeños defienden sus costumbres, los cachacos respetan mucho sus tradiciones, los paisas hablan de lo buena que es su gente, entre otros; pero, ¿hasta qué momento este orgullo regionalista puede ser una herramienta de paz o de discordia entre las culturas?
Si bien es cierto, aunque nuestro orgullo sea muy grande por la región en que vivimos debemos tener claro que todos –absolutamente todos- ante los ojos de Dios somos sus hijos, creados a su imagen y semejanza, y con la responsabilidad innata e irrevocable de trabajar por la unión de todos los pueblos, para que se viva la paz, el amor y la corresponsabilidad entre las sociedades. Y precisamente, para alcanzar una verdadera paz entre las gentes es utilizando todas aquellas herramientas que nos regala el Evangelio de todos los días: la humildad, la sinceridad, la caridad, el respeto, el diálogo, etc., aunque para muchos son cosas que no tendrían que ver con este tema, sin lugar a dudas son piezas claves y fundamentales en nuestro deseo de querer tener una sociedad más justa, solidaria, digna, libre, en paz y que se viva el valor de la comunión desde las esferas en la que cada uno se desenvuelve.
No importa si es la gran mayoría de nuestros coterráneos los que asumen una actitud indiferente y casi grotesca con las demás personas diferentes a su cultura, nosotros, como verdaderos cristianos, debemos hacer la diferencia y no para llamar la atención o para que piensen que “somos buenas personas”, sino como respuesta al compromiso que tenemos con nuestro amor al Todopoderoso, a ser reflejo de su amor, a llevar su verdad; esa verdad que si la asumimos como nuestra fe plasmada en hechos palpables pueden ser grandes testimonios que cambien muchas vidas. De nada vale si conocemos la Palabra de Dios si no la ponemos en práctica y no porque nos toque sino porque creemos firmemente que es lo que amamos –la ley de Dios- y que es lo que nos llevará a un mejor encuentro entre hermanos y para llegar verdaderamente a Él.
El reto no es quizás conocer claramente lo que somos y de dónde venimos; el reto consiste en que eso que sabemos y vivimos a diario también pude ser utilizado para cambiar el mundo, para darle nuevos horizontes a la esperanza universal de la paz. Tal vez somos pocos los que tenemos conciencia acerca de lo importante que puede ser esto el ambiente cultural, pero lo que hagamos y como lo hagamos a favor del rescate de los buenos valores va a ser muy importante y significativo en este gran objetivo que debemos tener todos.
Identidad cultural fortaleciendo la identidad espiritual
Defender los bienes culturales de nuestra región no solo es un deber como ciudadanos, además es un deber que tenemos todos como cristianos. En medio de este mundo globalizado donde cada vez son más las pequeñas culturas que poco a poco desaparecen es indispensable tomar decisiones que vayan de acuerdo a la salvaguarda de quienes necesitan que también los representen, sobre todo si frente a otros son llamados “débiles”. Sin embargo, esto no significa que deberíamos olvidarnos de nuestros valores, principios y creencias como cristianos; al contrario, es esos momentos cuando debemos encontrar más oportunidades en la que podamos demostrar con mayor ahínco nuestras fe transformadora.
Si tomamos de la Palabra de Dios para moldear nuestra mirada frente al respeto de todas las culturas que nos rodean, desarrollaremos de una mejor manera nuestra tarea de llevar el Evangelio por medio de actos que profesen la fe desde su esencia misma. No basta tampoco con conocerlos y ser abiertos a las otras costumbres, la labor también consiste en brindar espacios para que los otros puedan expresarse, desarrollarse y transformarse como sea su necesidad.
Ver esto de la anterior manera nos ayudará a edificar la sociedad que Dios quiere y el mundo necesita, y nos llevará a un nuevo enfoque de la diversidad cultural que asuma compromisos, compañía y, sobre todo, posibilidades para quienes lo necesitan. Es así como abordaremos con mayores y mejores resultados nuestra vida en comunidad basada en todos aquellos aspectos que la hacen posible: la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la caridad, la dignidad y el respeto.
Busquemos ahora cuál puede ser nuestro aporte a nuestras propias culturas y a la igualdad con aquellas que también hacen parte del mundo en el que vivimos. Más que propiciar espacios se trata de respetarlos y de reconocerlos como el prójimo que tenemos y el cual Dios no ha dado para convivir, como hermanos, en su ley divina.
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