San Pablo vivo hoy
Por Johanna Milena Jurado*
Es motivo de gran alegría para todos continuar con la celebración de este año jubilar dedicado al Apóstol san Pablo, que dio inicio el pasado 28 de junio de 2008 y se extenderá hasta el 29 de junio de este año 2009, tal como lo ha dado a conocer el Papa Benedicto XVI.
Y es que la figura de este Gran Apóstol y la manera como amó a Cristo, lo vivió y se apasionó por anunciarlo a todos, debería enamorarnos, debería cautivar nuestra misión particular; sin embargo, es cierto que no se llega a amar lo que no se conoce. Por eso, a ti personalmente, a tu familia, a tu grupo parroquial, invito para que pidamos a Dios esta gracia especial, no sólo de conocer la vida y obra del apóstol, sino de “ADENTRARNOS DESDE SU EXPERIENCIA CON JESÚS, EN UNA EXPERIENCIA PERSONAL DEL AMOR QUE DIOS NOS TIENE COMO DISCIPULOS Y MISIONEROS EN EL MUNDO DE HOY”.
Todos, en alguna oportunidad, hemos tenido experiencias que marcan nuestras vidas, si nos detenemos un momento en ello vendrán a nuestra memoria recuerdos, situaciones, personas que guardamos profundamente en el corazón. Quizás algunas de estas experiencias se dieron en la niñez, en la adolescencia o en la edad adulta no importa, lo cierto es que, fáciles o difíciles, alegres o tristes, nos abrieron una perspectiva nueva ante la valoración de los detalles, los gestos, los sentimientos, las cosas, las circunstancias, las personas y hasta la misma vida.
Esto fue precisamente lo que le sucedió a san Pablo en su camino hacia Damasco, tal como lo narra el evangelista Lucas en los Hechos de los Apóstoles capítulo 9, 1-9. Te invito para que en un momento de oración y deseo sincero de encuentro con Dios, abras tu Biblia y busques este pasaje. Notamos que Pablo, entonces llamado Saulo, era un gran perseguidor de los cristianos, es decir de los que creían y anunciaban a Jesús Resucitado, puesto que defendía a toda costa la ley y los principios que había aprendido como buen judío, como buen fariseo; por tanto este nuevo grupo significaba una amenaza a sus tradiciones, a sus esquemas.
Sin embargo, este mismo Jesús le sale al encuentro en el camino a Damasco a donde Saulo se dirigía para llevar presos a Jerusalén a los cristianos que encontrara allí. Él queda envuelto en un resplandor de luz que lo deja ciego pero escucha al mismo tiempo una voz que le dice: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” y después: “Yo soy Jesús a quien tú persigues”.
Esta predilección de amor de parte de Dios hacia él, experimentada en medio de su ceguera y estas palabras que escuchó, se convirtieron en el hecho fundante de su discipulado y de la incansable misión por comunicar el mensaje de salvación a todas las naciones, hasta llegar a decir en su carta a los Gálatas: “Vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20).
Muchas más cosas habría por decir del Apóstol y de esta experiencia que marcó su vida, sin embargo sólo quiero que a partir de este primer acercamiento pidas humildemente a Jesús que puedas reconocerlo en el camino de tu vida, que puedas verlo en aquellas personas con quienes te encuentras a diario: hijos, amigos, padres, vecinos, compañeros de estudio, de trabajo, etc.
¿Cuántas veces andamos distraídos por la calle y aunque la voz de Jesús resuena en nuestro interior, no la escuchamos? Quizás ese Jesús presente en el consejo del buen amigo, en las palabras del sacerdote, en la sabiduría del anciano, en la inocencia del niño o en el suave susurro de la brisa. Cuántas veces su presencia ha estado más cerca de lo que nos imaginamos, pero siempre entre los afanes cotidianos, vamos en búsqueda de algo extraordinario y majestuoso, queremos y exigimos milagros inmediatos, pero le hacemos el quite a la espera, a la fe, al abandono total en las manos de Dios. ¿Cuántas veces queremos hacer nuestro propio camino, llenos de prepotencias y seguridades? Nos cuesta reconocer que nos equivocamos, que somos pequeños y débiles y juzgamos apresuradamente a los otros creyéndonos perfectos.
Pero a pesar de ello, Dios tiene su hora y su momento en nuestra historia personal. Basta que le abramos nuestro corazón, que creamos más en su gracia y en su amor capaz de perdonarnos, de darnos un nuevo camino, de acogernos así como somos para comunicarnos Vida en abundancia y, seguramente, encargarnos una misión. Nuestra tarea es descubrirla.
Ahora realiza la siguiente oración: Dios Amigo, aquí me tienes, tú conoces mi vida, conoces mis pasos, los deseos que hay en mi corazón. Sal a mi encuentro y pon tu mano sobre mis ojos para que pueda verte, para que pueda percibirte aún en las cosas más pequeñas y sea agradecido (a) contigo; toca también mis oídos para que aprenda a distinguir tu voz, envuélveme en tu amor divino como lo hiciste con el Apóstol Pablo y derriba todas mis seguridades y resistencias a tu gracia.
Pregúntame: ¿A quién persigues? Y hazme entender que estás presente en mis hermanos, en esa o esas personas a quienes todavía guardo odio y rencor. Pregúntame: “¿Qué buscas, cuáles son los ideales y sueños por los que luchas?”. Hazme experimentar tu amor y misericordia en la pequeñez de mi vida y ante todo hazme dócil a tu voluntad, acrecentando en mí, el deseo de encontrarme cada día contigo en la oración sencilla y cotidiana que brota de mi corazón de hijo (a) tuya y haz que en medio de las dificultades nunca pierda el horizonte. Hazme un hombre, una mujer de fe, esperanza y ante todo caridad y concédeme la gracia que ahora te pido a través de la intersección del Apóstol San Pablo, amado y elegido por ti. Amén
*Novicia. Comunidad Hermanas Paulinas. Miembro de la Comisión Arquidiocesana de Comunicadores Sociales y Periodistas.
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