lunes, marzo 09, 2009


Reexpresar y actualizar las practicas cuaresmales
Por Johan Llanos Berdugo*

A continuación quiero presentar un resumen de unas reflexiones sobre la Cuaresma, realizadas por Gianfranco Venturi en “Rivista di Pastoral Litúrgica”, y citadas en la revista “Vida Pastoral”.

Existe el peligro de concebir la Cuares­ma como un tiempo de grandes catequesis, prácticas ascéticas o compromiso caritativo; un período en el que “nosotros” nos damos más a las “cosas de Dios”. Aunque la cuaresma es sólo un poco de lo anterior, no es una obra nuestra, no es una búsqueda nuestra de Dios, un acercarnos nosotros a Dios, un “hacer penitencia” nosotros, un caminar nosotros; no es una iniciativa nuestra. El verdadero y principal actor es Jesús, que nos implica en su itinerario de regreso al Padre y nos conduce a participar en su Pascua. Se sigue de ello que la Cuaresma no se reduce a un camino individual; tiene como sujeto todo un pueblo que se pone en seguimiento de Jesús y revive su experiencia.

Al hablar de la Cuaresma, los autores recurren a las categorías tradicionales del desierto, ayuno, oración, limosna o de otras iniciativas de caridad. ¿Cómo reexpresarlas para el hombre de hoy sin traicionar su significado profundo? No es fácil. Ofrezco algunas ideas esquemáticas que cada uno puede ampliar y ejemplificar.

El desierto: Es el lugar del vacío de las cosas, del silencio que sólo rompe el murmullo del viento, del vivir de lo esencial. En el desierto se privilegia la dimensión de la escucha por encima de la del habla.

Hoy vivimos inmersos en un continuo bombardeo, por ejemplo, de mensajes publicitarios. Estamos como sepultados en informaciones (también religiosas para algunos). Consecuentemente, corremos el riesgo de estar saciados, de ser aquellos que son “remolcados”, de la gente que se cree libre y en cambio es arrastrada por la corriente de lo que se dice o se escenifica. Nuestras respuestas son superficiales, no vienen de lo profundo y no llevan el sello de nuestra verdadera personalidad. Hay necesidad de ser capaces de seleccionar los mensajes, meditar y poder vivir una vida dignamente humana. Vivir el desierto de la Cuaresma quiere decir entonces, hacer hoy un vacío y preguntarse: ¿de qué estoy lleno?, ¿qué cosa tiene peso en mi mente, en mi corazón?; hacer hoy silencio: crear el clima de espera, tener la capacidad de presentir una presencia que antes, en el ruido, no era advertida.

El ayuno: Tenemos tantas cosas y una infinidad de posibilidades; acabamos por centrarnos en todas hasta estimarlas a todas como igualmente necesarias; los deseos se acumulan creando una latente insatisfacción. La Cuaresma es el tiempo para descubrir lo que mas vale y consecuentemente ayunar, es decir, dejar de lado lo que no tie­ne valor, o vale poco, o lo que es nocivo (el pecado). Descubrir lo que verdaderamente vale y apostar todo a ello. El ayuno no es un fin en si mismo, sino que lleva a interesarse por el otro, además, nace y esta motivado por el amor al otro. Entre las cosas que valen más esta el escuchar. Escuchamos en la relación con el otro: en este caso ayunar quiere decir, dejar de lado lo que nos impida u obstaculice la escucha. Nos preocupamos por tener esto o aquello y nos olvidamos de que hay más alegría en el dar que en el recibir. Ayunar será para nosotros pasar del acumular al condividir.

La penitencia (ponerse en forma): A la larga perdemos costumbres buenas y adquirimos otras malas o menos buenas. Hacemos las cosas por costumbre y con cansancio. Las virtudes -las grandes habilidades del cristiano- se atrofian por falta de ejercicio. Dejamos de luchar contra nuestros defectos y sobre todo con­tra lo que parezca trasgresión a la Ley del Señor. Acabamos por alejarnos de Dios. Hacer penitencia significa entonces, ante todo, tomar conciencia, a la luz de la Palabra de Dios, de nuestra situación, y comprender, movidos por el Espíritu Santo, que estamos equivocados y debemos “corregir la puntería” (el pecado es "fallar el blanco"). “Ejercitarse” en centrar nuevamente nuestra vida en Dios y en el prójimo, y así reconstruirnos a nosotros mismos según el modelo de Cristo. Y por último, un momento negativo de purificación de la mente y del actuar, y uno positivo de reedificación de nosotros mismos.

La oración (tiempo para volver a casa): Tenemos poco tiempo para estar con nosotros mismos, para estar con Dios. Tantos factores nos llevan a “vivir fuera” y acabamos por tener miedo a entrar en nosotros mismos. Las varias prácticas de piedad y la oración misma pueden correr el riesgo de ser expresiones de acciones exteriores. Jesús nos invita a "volver a casa", y recuperar la intimidad con Dios y con nosotros mismos. Sólo recuperando el diálogo con Dios, nos reencontraremos a nosotros mismos y el valor auténtico de las cosas que hacemos.

La limosna, la caridad (tiempo para aprender a no vivir para sí, sino para los demás): Estamos continuamente tentados de pensar en obrar sólo en función de nosotros mismos, “autocentrados”: las exigencias de los otros nos tocan marginalmente. La limosna es un pequeño signo de que las exigencias del otro entran a formar parte de nuestro horizonte. La Cuaresma es el tiempo en que estas exigencias del otro, o, mejor, el otro entran a nuestro horizonte para que nosotros nos descentremos, y así hagamos de él, el centro de nuestro obrar. Puede parecer una derrota o una sujeción, pero en realidad esta revolución acaba por ser la victoria sobre nosotros mismos y la recuperación de la verdadera libertad.


* Ing. en Telecomunicaciones. Universidad Autónoma del Caribe.
Lic. Ciencias Religiosas. Facultad de Teología Pontificia U. Javeriana.
Diplomado en Teología Bíblica. Universidad del Norte.
Email: jojellabe11@hotmail.com

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