lunes, marzo 09, 2009


“Te seguiré adondequiera que vayas”:
La respuesta de 10 hombres a Cristo


El Señor, sin desfallecer, sigue llamando; sigue haciendo su obra en aquellos que, de manera consciente y libre, responden con la entrega de su propia vida para configurarse con Él y anunciar el Evangelio.

Por Jaime Alberto Marenco Martínez*

La Iglesia que peregrina en el territorio atlanticense recibió una gran bendición el pasado 28 de febrero: dos nuevos sacerdotes fueron ordenados y, junto con ellos, ocho jóvenes recibieron el ministerio del diaconado. Johan Acendra De Oro y Emis del Cristo Contreras Narváez, son los nuevos presbíteros que entran a engrosar las filas de quienes se han entregado radicalmente a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Asimismo, la Iglesia ordena diáconos a: Daniel Antonio Cantillo Cabrera, Miguel Samuel Gómez Pestana, Luis Alfonso De La Rosa Mercado, Azael Elías Gutíerrez Pérez, Geovanny Enrique Mercado Sarmiento, Juan Carlos Sermeño Matínez, Jair Alfonso Panza De La Hoz, Roberto Rafael Tarra Pallares.

En momentos en que la Costa Caribe de Colombia pareciera no escapar de las tendencias dispersas, poco profundas y anticristianas que ofrece el mundo de hoy a la familia, y de manera especial a la juventud, resulta verdaderamente “noticioso” encontrarse con jóvenes dispuestos a ser, en la totalidad de su existencia, discípulos misioneros de Cristo. Es importante, entonces, resaltar este hecho que acontece en nuestra Iglesia particular.

“La ordenación de dos presbíteros y de ocho diáconos son un regalo especial de Cristo, el Señor, a nuestra Arquidiócesis, ya que la Iglesia como comunidad de creyentes no puede existir sin la presencia en su seno de aquellos a quienes el Señor elige para que sean -por el sacramento del orden- su presencia en medio de los fieles”, así entiende Monseñor Rubén Salazar Gómez, Arzobispo de Barranquilla y Presidente del Episcopado Colombiano, este acontecimiento eclesial. Y agrega: “Por este sacramento, el Señor continúa actuando personalmente a través de sus sacerdotes. Es Él quien continúa predicando el evangelio por medio de los labios de los sacerdotes. Es Él quien continúa arrancando del pecado y de la muerte a aquellos que son constituidos hijos de Dios por el bautismo y la confirmación celebrados por los sacerdotes. Es Él quien continúa impartiendo el perdón de los pecados, reconciliando con Dios y con los hermanos por medio de la absolución sacramental impartida por los sacerdotes. Es Él quien transforma los dolores del enfermo en su propia pasión para la salvación del mundo por medio del sacramento de la unción de los enfermos administrado por los sacerdotes. Es Él quien prolonga a lo largo del tiempo su entrega de amor a la Iglesia por medio de la entrega de amor de los esposos manifestada y posibilitada por el sacramento del matrimonio presenciado por los sacerdotes. Y, sobre todo, es Él quien continúa ofreciéndose por todos al Padre, entregando su cuerpo y su sangre en sacrificio redentor para que todos, alimentándonos de Él, tengamos su vida en nosotros y podamos transformar el mundo con la fuerza de nuestro amor, por medio de la celebración de su muerte y su resurrección en el sacramento de la Eucaristía celebrado por los sacerdotes”.

Ante estas apreciaciones de nuestro Arzobispo, podemos descubrir la trascendencia del sacerdocio en la vida de aquel que ha dado su “sí”, pues el sacramento del orden no implica un compromiso profesional ni mucho menos un cargo que se asume al interior de la Iglesia. Bien lo explica Monseñor Rubén: “El sacerdote -ya sea obispo, presbítero o diácono- debe reflejar a Cristo, único y eterno sacerdote. Por esto, su vida debe ser una manifestación permanente de Cristo; debe hacerlo presente en sus palabras, que no pueden ser sino las palabras de Cristo como la Iglesia nos las transmite en el Evangelio; debe transparentarlo en las celebraciones litúrgicas, momentos privilegiados de la presencia salvadora de Cristo en medio de su pueblo; debe testimoniarlo en su vida de servicio de entrega total -en la pobreza, la castidad y la obediencia- a la porción del Pueblo de Dios que el Señor le encomienda. Si esto es necesario en cualquier época, se impone con mayor razón hoy cuando vivimos un cambio de época con profundas transformaciones en todos los aspectos de la vida del ser humano: cambios políticos, económicos, culturales, religiosos. Hoy, el sacerdote debe ser Cristo mismo que ilumina, fortalece, consuela, orienta, libera, acoge, reúne, para que en el mundo pueda darse la fe, el amor y la esperanza.”
En nuestra Arquidiócesis, el sacerdote hoy es el gran animador de toda la vida de la comunidad. “No es un funcionario, no es un profesional, sino aquel que, configurado con Cristo, viviendo la vida misma de Cristo, unido a Él por la oración y la entrega de la existencia, puede conducir al Pueblo de Dios hacia el encuentro permanente con el Dios que salva y de esta manera contribuir a que la sociedad en que vivimos sea más justa, más fraterna, más solidaria: una sociedad en paz”, aclara monseñor Rubén.

La formación que conduce a la “Configuración con Cristo”
En el caso concreto de la Arquidiócesis de Barranquilla, el candidato al sacerdocio discierne su vocación en un proceso formativo que se desarrolla en el Seminario Regional Juan XXIII, teniendo como marco referencial el Proceso Diocesano de Renovación y Evangelización –PDRE-. De esta manera, la formación del futuro sacerdote en el seminario no es ajena a los caminos de nueva evangelización por los que avanza la Arquidiócesis con la intención precisa de transformar la sociedad atlanticense desde los valores del Evangelio.

Este proceso formativo induce al seminarista a, primero, descubrir su verdadera vocación para, luego, concretar su configuración con Cristo, es decir, su identificación plena con Aquel que lo ama hasta el extremo y lo ha llamado al sacerdocio. “La vocación sacerdotal es un don absolutamente gratuito que Dios Padre concede a algunos miembros de la Iglesia, para que –configurados con su hijo Jesucristo por la acción del Espíritu Santo- sirvan en y desde la Iglesia a la salvación del mundo.”[1]

Así, la formación sacerdotal en el Seminario Regional Juan XXIII integra en el candidato al “orden sagrado” el desarrollo de cuatro dimensiones, las cuales ayudan a hacer realidad la respuesta personal a la llamada del Señor. Estas dimensiones son: humana, espiritual, intelectual y pastoral. El crecimiento integral de éstas permite que el proceso de formación sea como un movimiento progresivo, armónico y dinámico hacia la madurez de la persona en el campo humano, cristiano y ministerial.

Disfrutemos el regalo
Para nuestra Arquidiócesis, el regalo de dos presbíteros y ocho diáconos se hace aún más motivo de alegría porque -como todos sabemos- padecemos una terrible escasez de sacerdotes. “El Señor, por medio de estas ordenaciones presbiterales y diaconales, nos muestra una vez más su amor y nos manifiesta claramente que continúa realizando su obra de salvación en medio de nosotros”, concluye el Arzobispo.

Bien lo anotaba la madre Teresa de Calcuta, dirigiéndose a los sacerdotes en un retiro espiritual en Roma: “¡Qué estupenda y maravillosa responsabilidad la del sacerdote: ser un delegado de Jesucristo, ofrecer en su nombre el sacrificio expiatorio y encargarse de instruir al pueblo en nuestra santa religión; y para todo esto esforzarse por ser santos, porque nadie da de lo que no tiene!”

Unámonos en oración por la santidad del padre Johan y el padre Emis del Cristo, así como por los nuevos diáconos.

* Comunicador Social – Periodista
Seminarista del Ciclo Filosófico del Seminario Regional Juan XXIII
marencomar@hotmail.com

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