La criatura sin su Creador se diluye
Por Ayrton de los Santos Torres Soñett*
Vivimos en una época marcada por un pluralismo de pensamientos, opiniones; por un relativismo que afecta profundamente nuestra realidad. Una época caracterizada por el materialismo, donde la “yoidad” del hombre predomina ante los intereses comunitarios y ante la búsqueda del bien común.
Hoy, más que nunca, la humanidad trata de silenciar a Dios, de reducirlo a un segundo y hasta tercer plano, pero no se da cuenta que en Dios el hombre encuentra la plena realización de su existencia y que sin Él el mundo va cayendo lentamente en un caos a causa de muchos vacíos éticos, pero principalmente por vivir lejos de Dios.
¿Puede verdaderamente la humanidad ser feliz sin Dios? ¿Es duradera o efímera esa felicidad? Felicidad que el hombre cree tener en el placer sexual, no sabiendo que éste es momentáneo y no satisface plenamente; felicidad que el hombre cree encontrar como consecuencia al poseer riquezas y dinero, no descubriendo que éstas sólo satisfacen la mera materialidad y corporeidad del hombre; felicidad que el hombre cree tener al poseer mucho poder que, en numerosos casos, es ejercido negativamente.
Somos testigos de un drama sin precedentes que ha afectado al mundo entero; en el campo político predominan los intereses personales olvidando casi por completo la búsqueda del desarrollo comunitario; en el campo económico las grandes potencias mundiales se preocupan por cada día seguir desarrollándose, mientras en otros lugares la gente muere de hambre; en el campo social y humano el egoísmo, el narcisismo, el relativismo moral, van creando seres humanos cada vez más individualistas y egoístas. Pensemos en los horrores que en nuestra cotidianidad suceden: el suicidio, la violación al derecho a la vida, el aborto, la eutanasia, las drogas, la prostitución, la pornografía, la explotación, la pérdida del verdadero sentido de familia y la tergiversación del verdadero significado de la palabra amor, son realidades que aparentemente para nuestra sociedad “son buenas”, pero si miramos meticulosamente nos daremos cuenta que estos hechos van degradando la dignidad del hombre, generando un mundo sumergido en la desesperanza y una sociedad cada vez más confundida. ¿Será que esta realidad es felicidad? ¿Es consecuencia todo esto del vivir en Dios? Seguramente no lo es, esta es la realidad de un mundo que ha gritado ¡Dios ha muerto!, que pregona al hombre que es capaz de todo y que no necesita de Dios, un hombre que se ha declarado “dios”. Pero como emanación nos encontramos con un mundo vacío, oscuro, donde algunos de los seres humanos han perdido el camino y la esencia de la vida, un mundo donde los valores no importan, donde lo verdaderamente importante es triunfar por encima de quien sea y a costa de lo que sea, ¿No es acaso esta realidad producto del vivir sin Dios?
Ya es hora que todos nosotros reaccionemos y nos demos cuenta del camino que estamos llevando. La humanidad sin Dios va camino al fracaso. Hoy más que nunca debemos aceptar esa invitación de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Como discípulos y misioneros del Señor debemos asumir, el estilo de vida de los apóstoles cuyo centro y misión era pregonar a todas las naciones a Jesús, el Mesías, el Cristo. El milagro que el mundo necesita es el amor, hay que dejarnos abrazar por ese fuego y llenar nuestra humanidad de esperanza. Sólo esa realidad transformará nuestra realidad y dará como resultado un mundo nuevo, un mundo donde la Palabra de Dios viva en el corazón de cada hombre. Debemos aceptar el misterio de la cruz de Cristo, para reorientar nuestro corazón y así beber de la misericordia de Dios y reflejar en nuestra vida el misterio de Jesús. Que en este tiempo demos toda nuestra libertad a Dios, para que Él con su gracia nos utilice para que nuestra luz brille y poder ser sal de la tierra y luz del mundo.
* II de Filosofía. Seminario Regional Juan XXIII. ayrtondelossantos@hotmail.com
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