Por Johanna Milena Jurado*
“Nos comportamos afablemente con ustedes como una madre cuida a sus hijos con amor” (1 Tesalonicenses 2, 7)
No hay escena más hermosa que contemplar a una madre sosteniendo en sus brazos a su pequeño bebé para alimentarlo, cuidarlo y protegerlo. Sabemos que en el vientre materno el bebé es alimentado por ella a través del cordón umbilical. Después de su nacimiento y de acuerdo al proceso de desarrollo el niño o niña, va recibiendo progresivamente los alimentos líquidos hasta ir poco a poco asimilando los sólidos.
San Pablo no sólo debió haber comprendido esta experiencia, sino que la tuvo que haber contemplado para aplicar este proceso en la formación de sus comunidades en cuanto a la asimilación del Evangelio. “Les di a beber leche y no alimento sólido, porque aún no podían asimilarlo” (1 Corintios 3, 2).
Así, palabras como alimentar, sufrir dolores de parto, fecundidad, esterilidad, corazón, vida, seno materno; propias dentro de un contexto femenino, forman sorprendentemente parte de las expresiones de San Pablo, quien las utiliza de forma natural para expresar su profunda experiencia en cuanto al nacimiento y conformación de sus comunidades: “Hijos míos, por quienes estoy sufriendo de nuevo dolores de parto hasta que Cristo llegue a tomar forma definitiva en ustedes” (Gál. 4, 19).
Esta figura paterna-materna, tan presente en sus escritos indica la calidad de su dimensión humana, la profundidad de sus emociones: alegría, dolor, esperanza, y la intensidad de su pasión por Cristo, tanto que llega a asumir actitudes de sensibilidad, ternura, intuición y también celo por los que ha engendrado para Cristo y se dejan engañar para seguir otros caminos. (Cf. Gál. 1, 6).
Dicen que cuando uno se detiene ante una obra de arte, puede adivinar en ella las cualidades del artista, ya sea pintor, músico, escritor; de la misma manera, muchas características del perfil humano y espiritual de San Pablo, sin duda las habrá heredado de sus progenitores. Encontramos por ejemplo, cómo San Pablo reconoce en su propia madre, la acción de Dios que lo elige y lo ama desde su concepción: “Dios que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura bondad…” (Gál. 1, 15).
Su madre es partícipe de su vocación porque le dio la vida y sin duda, de ella aprendió la importancia del trabajo, la laboriosidad, el sacrificio, la constancia, la madurez y la entrega de la misma vida por lo que se ama: “Tanto amor les teníamos que ansiábamos entregarles no sólo el Evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas” (1 Tes. 2, 8) ¿Y eso no es lo que hacen las madres?
Son sus comunidades las que también lo hacen sentirse padre con actitudes muy definidas: Trabaja día y noche entre penas y fatigas, con el buen ejemplo a través de una conducta limpia, animando sin cesar: “Saben que tuvimos con ustedes la misma relación que un padre tiene con sus hijos” (1 Tes. 2, 9 - 12) La única alegría y esperanza para los padres son los hijos, así para San Pablo lo son sus comunidades.
La familia por tanto, está en el corazón de San Pablo, pues su estrategia misionera consistía en ir de ciudad en ciudad formando comunidades vivas a partir de la familia y recomendando: “Hijos, obedezcan a sus padres…y ustedes padres, no irriten a sus hijos, sino edúquenlos, corríjanlos y enséñenles tal como lo haría el Señor” (Ef. 6, 1 - 4). Así mismo, insistía en que las comunidades juntas formaban la única familia de Dios como cuerpo (1 Cor. 12, 27).
Para finalizar, San Juan Crisóstomo ha dicho: “El corazón de San Pablo era el corazón de Jesucristo”. Contemplemos en él, el corazón de un padre, de una madre tierna y a la vez fuerte, un corazón lleno de solicitud y abnegación: “Porque aunque tuvieran diez mil maestros en la vida cristiana, padres no tienen muchos, he sido yo quien los engendré a la vida cristiana por medio del Evangelio (1 Cor. 4, 15).
Que el acercamiento a este perfil de la personalidad de San Pablo anime a muchos padres y madres para que se acerquen a sus hijos con amor y ternura sin descuidar jamás la tarea que Dios les ha encomendado que es la de velar por ellos, por su familia hasta la entrega de la propia vida. Que Dios los bendiga a todos, especialmente a las mamitas en este mes dedicado a ellas.
*Novicia. Comunidad Hermanas Paulinas. Miembro de la Comisión Arquidiocesana de Comunicadores Sociales y Periodistas.
“Nos comportamos afablemente con ustedes como una madre cuida a sus hijos con amor” (1 Tesalonicenses 2, 7)
No hay escena más hermosa que contemplar a una madre sosteniendo en sus brazos a su pequeño bebé para alimentarlo, cuidarlo y protegerlo. Sabemos que en el vientre materno el bebé es alimentado por ella a través del cordón umbilical. Después de su nacimiento y de acuerdo al proceso de desarrollo el niño o niña, va recibiendo progresivamente los alimentos líquidos hasta ir poco a poco asimilando los sólidos.
San Pablo no sólo debió haber comprendido esta experiencia, sino que la tuvo que haber contemplado para aplicar este proceso en la formación de sus comunidades en cuanto a la asimilación del Evangelio. “Les di a beber leche y no alimento sólido, porque aún no podían asimilarlo” (1 Corintios 3, 2).
Así, palabras como alimentar, sufrir dolores de parto, fecundidad, esterilidad, corazón, vida, seno materno; propias dentro de un contexto femenino, forman sorprendentemente parte de las expresiones de San Pablo, quien las utiliza de forma natural para expresar su profunda experiencia en cuanto al nacimiento y conformación de sus comunidades: “Hijos míos, por quienes estoy sufriendo de nuevo dolores de parto hasta que Cristo llegue a tomar forma definitiva en ustedes” (Gál. 4, 19).
Esta figura paterna-materna, tan presente en sus escritos indica la calidad de su dimensión humana, la profundidad de sus emociones: alegría, dolor, esperanza, y la intensidad de su pasión por Cristo, tanto que llega a asumir actitudes de sensibilidad, ternura, intuición y también celo por los que ha engendrado para Cristo y se dejan engañar para seguir otros caminos. (Cf. Gál. 1, 6).
Dicen que cuando uno se detiene ante una obra de arte, puede adivinar en ella las cualidades del artista, ya sea pintor, músico, escritor; de la misma manera, muchas características del perfil humano y espiritual de San Pablo, sin duda las habrá heredado de sus progenitores. Encontramos por ejemplo, cómo San Pablo reconoce en su propia madre, la acción de Dios que lo elige y lo ama desde su concepción: “Dios que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura bondad…” (Gál. 1, 15).
Su madre es partícipe de su vocación porque le dio la vida y sin duda, de ella aprendió la importancia del trabajo, la laboriosidad, el sacrificio, la constancia, la madurez y la entrega de la misma vida por lo que se ama: “Tanto amor les teníamos que ansiábamos entregarles no sólo el Evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas” (1 Tes. 2, 8) ¿Y eso no es lo que hacen las madres?
Son sus comunidades las que también lo hacen sentirse padre con actitudes muy definidas: Trabaja día y noche entre penas y fatigas, con el buen ejemplo a través de una conducta limpia, animando sin cesar: “Saben que tuvimos con ustedes la misma relación que un padre tiene con sus hijos” (1 Tes. 2, 9 - 12) La única alegría y esperanza para los padres son los hijos, así para San Pablo lo son sus comunidades.
La familia por tanto, está en el corazón de San Pablo, pues su estrategia misionera consistía en ir de ciudad en ciudad formando comunidades vivas a partir de la familia y recomendando: “Hijos, obedezcan a sus padres…y ustedes padres, no irriten a sus hijos, sino edúquenlos, corríjanlos y enséñenles tal como lo haría el Señor” (Ef. 6, 1 - 4). Así mismo, insistía en que las comunidades juntas formaban la única familia de Dios como cuerpo (1 Cor. 12, 27).
Para finalizar, San Juan Crisóstomo ha dicho: “El corazón de San Pablo era el corazón de Jesucristo”. Contemplemos en él, el corazón de un padre, de una madre tierna y a la vez fuerte, un corazón lleno de solicitud y abnegación: “Porque aunque tuvieran diez mil maestros en la vida cristiana, padres no tienen muchos, he sido yo quien los engendré a la vida cristiana por medio del Evangelio (1 Cor. 4, 15).
Que el acercamiento a este perfil de la personalidad de San Pablo anime a muchos padres y madres para que se acerquen a sus hijos con amor y ternura sin descuidar jamás la tarea que Dios les ha encomendado que es la de velar por ellos, por su familia hasta la entrega de la propia vida. Que Dios los bendiga a todos, especialmente a las mamitas en este mes dedicado a ellas.
*Novicia. Comunidad Hermanas Paulinas. Miembro de la Comisión Arquidiocesana de Comunicadores Sociales y Periodistas.
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