lunes, agosto 10, 2009

Encuentros con el Arzobispo

La vida
Por Julio Giraldo*

Jesús es el único dueño y Señor de la vida como lo expresaron los obispos y arzobispos de Colombia en la Octogésima Séptima Asamblea Plenaria del Episcopado colombiano, la cual se llevó a cabo en el mes de y cuyo tema central fue la vida. Hoy, nuestro Arzobispo, también Presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Rubén Salazar Gómez, se referirá a este tema que preocupa a tantos colombianos debido a las situaciones que se presentan en nuestros días, las cuales destruyen y van degradando este regalo divino.

Julio Giraldo: Un hecho preocupante en la actualidad es el desprecio por la vida en Colombia. ¿Cómo ve Usted esta situación?

Arzobispo: Los atentados contra la vida se multiplican hoy desgraciadamente, en nuestra patria. Hay amenazas que proceden de la naturaleza misma, pero que hubieran podido ser evitadas o que se agravan por la desidia culpable y la negligencia de aquellos que muchas veces podrían evitarlas o que son fruto de la destrucción del medio ambiente en búsqueda de un lucro irracional. Hay amenazas contra la vida como fruto de situaciones de violencia, odio, intereses contrapuestos que nos llevan a agredirnos unos a otros con homicidios, guerras, matanzas y genocidios, como lo experimentamos día a día en nuestra patria; amenazas éstas que se agigantan con el comercio de armas en el nivel internacional, pero también al interior de los países. Hay amenazas contra la vida que nacen de la injusta distribución de las riquezas de la tierra que condena a millones de personas en el mundo a la miseria, al hambre, a la enfermedad, a la muerte prematura. Hay amenazas contra la vida que nacen del comercio de drogas, de la trata de personas, de la prostitución, de la implementación de modelos de sexualidad que, además de ser destructores del amor, son también portadores de graves riesgos para la vida. Hay amenazas contra la vida que nacen de un desconocimiento de la dignidad humana del feto no nacido, o de la sacralidad de la vida del enfermo terminal o del anciano inútil.

J. G:
¿Qué hay detrás de estas situaciones? ¿Por qué hemos llegado hasta aquí?

Arzobispo: ¿Cuáles son las causas de estas amenazas? En el fondo hay una profunda crisis de la cultura del mundo en el que vivimos hoy. Crisis originada por el poner en tela de juicio los fundamentos mismos del saber y de la ética que hace cada vez más difícil ver con claridad el sentido del hombre, de sus derechos y de sus deberes. A esto se añade una situación de descomposición del tejido social fruto de las dificultades, causadas por la complejidad creciente de la sociedad, en la que las personas, los matrimonios y las familias se quedan solas con sus problemas. Por otra parte, en nuestra patria sobre todo, son cada día más frecuentes las situaciones de pobreza extrema, angustia o desesperación, de consecuencias intolerables de la injusticia, tantas veces casi institucionalizada, y de la violencia que no da tregua. Asistimos a una especie de espiral de violencia contra la vida que engendra permanentemente más violencia, más muerte y más destrucción.

J. G: Todas las religiones y las filosofías proclaman la inviolabilidad de la vida. ¿Por qué no han sido escuchadas? ¿Qué hacer para que esta situación cambie?

Arzobispo: Una vez más la respuesta es simple: Hay que volver a Dios, hay que redescubrir que la vida no nos pertenece, sino que la hemos recibido para que la defendamos, la protejamos, la promovamos. Y esto no se logra sin un cambio radical en la educación desde –yo diría sin temor a equivocarme- el seno mismo de la madre. La violencia no es algo connatural al hombre sino que se aprende. El amor y el respeto por los demás, en cambio, sí es connatural al corazón humano pero, a veces desde el seno mismo del hogar en que se nace, se va asesinando esta predisposición para sustituirla por la agresividad, la injusticia y la violencia. El fenómeno de la violencia intrafamiliar que se ha agudizado en los últimos años es profundamente preocupante porque precisamente allí, en los hogares, se están incubando generaciones cada vez más violentas. El mundo moderno ha querido sustituir a la familia fundamentada en el matrimonio por cualquier clase de unión y esto está teniendo consecuencias nefastas: niños y jóvenes sin amor, al borde de la depresión y del abismo del sinsentido de la existencia, que van a ser incapaces de brindar amor.

En ese contexto, nosotros los que creemos en la fuerza del amor tenemos que comprometernos a ser testigos del amor. Desde hace muchos años la Iglesia viene proclamando la necesidad de construir juntos una “civilización del amor”, es decir, una civilización marcada por la justicia, la solidaridad, la corresponsabilidad, la fraternidad; fuerzas, las únicas, capaces de engendrar la paz. Y el cimiento de esa construcción es el profundo respeto a la vida. A toda vida. En todo momento de la vida. Desde el primer momento de su concepción hasta el término natural de la existencia.

La vida es el gran regalo que hemos recibido de Dios y Cristo vino a dárnosla en plenitud, gracias a Su muerte y a Su resurrección. Acojámosla como don y como tarea. Así cambiaremos esta sociedad de muerte por una sociedad de vida y podremos poner las bases firmes para la construcción de la paz que tanto anhelamos en Colombia.

* Periodista - Historiador. julioetica@yahoo.com

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