Por Mario Fontalvo*
¿Se imagina usted cómo sería su vida con menos de un dólar al día? Lo más seguro es que no hubiese podido ir hoy a trabajar por tener tan sólo para pagar un trayecto en bus. Tampoco hubiera tenido dinero para las tres comidas del día, ni mucho menos para las de mañana o para las de toda la vida. Es claro, además, que no tendría todos esos productos y servicios que ofrece el mercado para facilitarnos la existencia; andaría sin celular, sin televisión y sin Internet, por citar tan sólo a los íconos más representativos, favoritos y absorbentes en esta era tecnológica. Es más, creo que yo no estaría escribiendo este artículo por no tener computador.
En fin, a pesar de estas hipotéticas situaciones, a estas instancias lo más probable es que aún nos siga pareciendo difícil hacernos a la idea de concebir una vida, contando con sólo dos mil pesos diarios en el bolsillo, o incluso menos. Sin embargo, esta es la realidad de cerca de 1.000 millones de personas que viven en condiciones de indigencia en todo el mundo, según lo reporta el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
En el caso de América Latina, la cifra de indigentes supera los 100 millones de personas, y en Colombia se calcula que hay 8 millones de personas en similar condición, sumadas a los 20 millones de colombianos que viven en situación de pobreza, es decir el 46% de la población cuyo ingreso familiar no supera un millón cien mil pesos. Así lo reveló el informe de actualización sobre las condiciones de pobreza en Colombia, presentado por la comisión de expertos de entidades del Gobierno Nacional y algunas universidades, a finales de agosto de 2009.
Lamentablemente, para estos millones de colombianos la pequeña lista de carencias imaginadas con las que inicié esta reflexión, resulta apenas una aproximación muy lejana, elaborada a tientas y con una mirada un tanto benévola y a la vez ingenua, de lo que en realidad viven aquellos a los que no les alcanza siquiera para comprar un litro de leche diario. Ellos sí saben lo que es andar repartiendo las necesidades de su día entre cuatro monedas de quinientos pesos, defendiendo su dignidad de ser humano con lo poco que tienen empuñado en su mano.
Percibir esta realidad en este tiempo de cuaresma que iniciamos, nos coloca ante múltiples interrogantes sobre cómo estamos viviendo como católicos esta invitación que nos hace la Iglesia, de llevar a nuestra vida diaria prácticas de auténtico sacrificio y penitencia. Y es que el ver reflejada nuestra vida de comodidades frente al viacrucis de privaciones de nuestros hermanos más necesitados, nos debe ayudar a reflexionar sobre el verdadero sentido del ayuno y la abstinencia, pero sobre todo acerca de la caridad cristiana.
Vienen bien a la ocasión las palabras pronunciadas por nuestro recordado Papa Juan Pablo II, en su mensaje para la Cuaresma de 1999: “La Cuaresma, vivida con los ojos puestos en el Padre, se convierte así en un tiempo singular de caridad, que se concretiza en las obras de misericordia corporales y espirituales (…) Existen situaciones de miseria permanente que han de sacudir la conciencia del cristiano y llamar su atención sobre el deber de afrontarlas con urgencia, tanto de manera personal como comunitaria”
Asimismo S.S. Benedicto XVI, con motivo de la Cuaresma en el 2009 expresó que “el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos (...).Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño”
Por eso, para nosotros los creyentes el ayuno y la abstinencia deben ir más allá de la práctica religiosa que respetamos y acogemos tan sólo por unos días, y que para algunos ya es una pieza de museo en el mundo contemporáneo. Vivir plenamente este tiempo desde esta invitación a la renuncia de lo que nos gusta pero que esclaviza, debe conllevarnos a una auténtica transformación espiritual, y por consiguiente, a un decidido cambio de vida, desprendida de los bienes materiales, y mucho más cercana a las necesidades de nuestros hermanos. Sólo así, viviendo en la sencillez y en la solidaridad podremos encontrar la plenitud de nuestras vidas, en la felicidad y en la paz que deja en nuestro interior el darnos, al igual que Cristo, como ese pan que se reparte y se multiplica para todos aquellos que viven con menos de dos mil pesos cada día.
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