Una mirada desde la fe a la sociedad actual
La vida humana está en relación constante con diversas realidades de vital importancia para el sano desarrollo de la existencia. Sobre este punto no hay objeción alguna. Sólo basta dar un ligero vistazo al vasto mundo de relaciones que se construyen en torno a una persona concreta, para constatar cuántos y cuáles son los medios que necesariamente se ven comprometidos de una u otra forma en el crecimiento, desarrollo y realización de la vida.
Eso indica que todos tenemos cierto grado de responsabilidad y corresponsabilidad mutuo. Por lo cual, los cambios que a partir de acciones particulares se generen, afectarán directa o indirectamente a los demás, en la misma línea, todo aquello que deje de hacerse por la construcción positiva del entorno se traducirá en involución e irresponsabilidad.
La situación actual de la sociedad versa sobre un indiferentismo ético, moral, religioso, cívico y democrático, que pone en riesgo el dinamismo natural de la vida. Las acciones que se hacen, en muchos casos carentes de principios de bondad, violentan los espacios físicos y mentales de la gran mayoría de los individuos. Al parecer el mal y el bien en la conciencia de las personas sólo aparecen como realidades inconsistentes, hecho que condiciona la manera de relacionarse y de intervenir en el mundo.
El paso critico de la modernidad a la ‘postmodernidad’ arrastró consigo algunos esquemas humanistas moribundos, en los cuales se pondera al ser en particular, al punto de crear un antropocentrismo radical, evocando la filosofía de Protágoras, erigiendo al hombre como ‘medida de todas las cosas’, provocando así un relativismo marcante y dañino.
Establecer al ser humano centro del universo mismo, es entenebrecer las posibilidades de progreso objetivo, dado que el paradigma a alcanzar es en definición un paradigma de limitada proyección. El hombre por el hombre.
En un mundo alterado negativamente por la aceptación del mal como bien, donde se establecen justificaciones subjetivas que presentan el bien como mal, ha ido generando progresivamente en la conciencia moral de las personas cierta laxitud, que se manifiesta en la no importancia dada a este respecto en su actuar. Actualmente caminamos en una sociedad sensual~céntrica. Todo se ve reducido al deleite sensual individual, convirtiendo al hombre y a la mujer, antropológicamente definidos como multidimensionales, en sólo uni-dimensionales.
La historia ha demostrado que las ideologías aunque fuertes son cambiantes. Algunas mutan al punto de perder su esencia, otras simplemente ancladas en concepciones absurdas desaparecen en su totalidad. Sin embargo, sería inadecuado desconocer el daño que pueden causar en la sociedad.
¿Cómo debería estar organizada la sociedad? ¿Hacia dónde deben dirigir su mirada el hombre y la mujer de hoy? Cambiar la estructura mental del hombre y la mujer postmodernos, parecería ser en primera instancia un cometido casi que imposible, no obstante, se lograría en la medida que se brinden las herramientas necesarias para que el ser humano redescubra su papel fundamental en la construcción de un mundo mejor. La sociedad debe someterse a cambios de capital importancia, en efecto, sería darle buen uso a los recursos naturales; desinstalar de la mente de la gran mayoría de los encargados del recto gobierno de los pueblos, la idea de que la política es sólo un medio de realización personal egoísta, convirtiendo ésta en el culmen de una carrera profesional, a su vez darle el verdadero sentido de servicio y orden; que el gobierno de turno garantice la idoneidad de los encargados de impartir educación a los jóvenes, que las universidades e institutos técnicos y tecnológicos sean de verdad centros de formación y no de corrupción o deformación social; que se prestaran servicios de salud con calidad, oportunidad, igualdad y participación; que
Si el hombre y la mujer buscan vivir su libertad evadiendo su responsabilidad en la vivencia de los valores esenciales, obtendremos un hombre y una mujer ex – céntricos, sin sentido verdadero en sus vidas, viviendo de manera disipada e indiferente. El valor donde confluyen todos los valores trascendentales está precisamente en el Valor Absoluto por excelencia, Dios. Cuando el hombre vuelva su mirada a Dios se auto descubrirá, se redefinirá y tratará de trasformar y transformarse. No se trata de volver la sociedad teocrática, ni generar un neo panteísmo, se trata de volver sobre lo fundamental, cimentar la vida en la verdadera libertad. Vencer de manera radical el absurdo relativismo moral que sucumbe cataclismicamente a la humanidad al sin sentido. Sólo en y desde Dios se le puede brindar a la humanidad un cambio significativo.
* Seminarista III de Teología – Diócesis de Magangué – Seminario Regional Juan XXIII – libero1988@hotmail.com
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