El espíritu de la Cuaresma
El tiempo cuaresmal debe ser para el cristiano un proceso de conversión auténtico
*Por Joel Hoyos
La Cuaresma, como los demás tiempos litúrgicos que la Iglesia nos propone para nuestra santificación, no puede verse sujeta al ‘pasivismo’ fatal de un cristianismo vacío y anquilosado, sino, por el contrario, debe hacer parte de la dinámica propia de un proceso de conversión auténtico.
Pensar en un cristianismo vacío, nos remite a aquellos cristianos de meros ritos y cumplimientos, de emergentes manifestaciones de piedad, pero que paradójicamente hacen su vida a espaldas de Dios.
La pregunta que se puede formular al respecto tendría mucho que ver con el hecho concreto, de porqué todos los años se insiste en lo mismo de parte de la Iglesia. La respuesta versaría, en nuestro condicionamiento espacio-temporal, es decir, jamás se repite nada en nuestra vida con idénticas características. Nuestra historia avanza progresivamente, los propósitos que tuvieron su razón de ser en un momento específico de nuestra existencia, palidecen, o al menos adquieren una connotación diversa con el cambio del tiempo. Por consiguiente, aún cuando la pregunta se mantenga en el inconsciente colectivo cristiano, la respuesta varía. Nuestra vida debe encontrar la suficiente profundidad en el sentido propio de la fe. Cada año vivido debe mirarse como una verdadera oportunidad para crecer y perfeccionar las virtudes humanas y cristinas, que ordenan nuestra existencia cada vez con mayor fuerza y acierto a la santidad.
Comúnmente se relaciona la Cuaresma con la privación, más aún, subsiste en la mente no de unos pocos, que la Cuaresma es ese ‘bálsamo’ que calma el grito desesperado de la conciencia, al verse empecatada y entenebrecida por la culpa. Por otro lado viene definida bajo el simplismo de prácticas tradicionales. Si bien, no se puede disociar históricamente de lo anterior, tendríamos que decir que en estos presupuestos no se agota, ni mucho menos se reduce. La Cuaresma entendida desde su teología propia, no se entiende inconexa de la Pascua, por ende, debemos entender este tiempo litúrgico como un camino de preparación a la vivencia del misterio central de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
Redescubrir el sentido sublime del sacrificio de Jesús en la cruz, es una de las motivaciones primeras que aquilatan el tiempo cuaresmal. Pero no sólo nos prepara y dispone los medios para tal fin, sino que nos impulsa a dar el paso fundamental y radical para nacer a la vida que se genera eternamente en el corazón de la Pascua del Señor.
La conversión y la Cuaresma están íntimamente unidas, sería inverosímil llegar a creer que se vivió plenamente la Cuaresma mientras la vida siga su curso ininterrumpido de abstracción al bien y enajenación al mal.
El cambio de mentalidad y de actitud, que no son mágicos, deben ser el resultado final de un cristiano que durante el tiempo de la Cuaresma asume una vida con carácter pascual. Cada ser humano antes de existir es pensado por Dios, quien lo impregna de su imagen, para que preguste en este mundo finito los dones eternos de la felicidad plena. La Iglesia ha entendido claramente esta premisa, es por tal razón que incansablemente labora en nombre de Jesús para que todo hombre y mujer descubra el sentido último de su existencia. Para que cada ser humano encuentre las respuestas concretas de su vida. Y la Cuaresma no tiene otro fin que éste: orientar el ser y el quehacer del cristiano en clave permanente de conversión, sólo así será posible asociar nuestra vida limitada y marginada por el pecado a la vida límpida y plena de Dios.
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