Un mundo posible, una fe renovada
“Es bueno tener una religión, siempre y cuando no interfiera en la vida privada de las personas”. Este concepto que implica no compromiso, prima entre la mayoría de los creyentes de hoy. Es así como la ausencia de Dios en los hogares, en las aulas de clase y en los diferentes estamentos de la sociedad, ha llevado a muchos a abusar del poder y la autoridad que tienen, y a otros, a delegar en profesores y personal encargado de los niños y adolescentes la formación en valores, respeto a Dios y normas de sana convivencia. La religión, a diferencia de Dios, no puede hacer que las parejas se amen, tampoco que los hijos se comporten adecuadamente, y mucho menos que la comunidad responda a los ideales de orden, justicia, paz y libertad.
Pensamos que por el hecho de ser católicos ya nuestra vida cambió; pero lo cierto es que el mundo sigue cambiando y Dios nos manda a cambiar. Vivimos una época de cambios vertiginosos. Los nuevos descubrimientos científicos, la revolución de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, los movimientos ambientalistas, la caída de los sistemas financieros de las grandes potencias, una nueva crítica y participación en los escenarios políticos, las nuevas organizaciones eclesiásticas… no son otra cosa que desafíos que el liderazgo cristiano debe comprender, en los que debe intervenir y transformar con una mentalidad diferente.
Pero, ¿Cuáles son esos desafíos que hay que afrontar? Investigando un poco, me permito exponer las siguientes ideas:
1. El sitial de Dios. Dios debe estar situado en un contexto socio-cultural actual, no lejano, sino presente y en constante interrelación con el individuo.
2. Los procesos de cambio. Hay que empezar procesos de cambio de mentalidad, teniendo en cuenta el contenido socio-cultural y elaborar procesos de aprendizaje que reemplacen otros modelos de pensamiento ya caducos.
3. La voluntad de Dios. Es necesario aceptar y vivir la voluntad de Dios.
4. Formación y entrenamiento. Requerimos de formación y entrenamiento misionero para poder llevar una vida cristiana y a su vez, portar el mensaje, ya no sólo a nuestros círculos más cercanos, sino a todos.
El común de los cristianos desconoce o ha olvidado la verdad de la Revelación y las enseñanzas de la Iglesia. Es por eso, como lo expresara el Santo Padre Juan Pablo II a los obispos de las regiones noroccidentales de Canadá, presentes en Roma con motivo de la visita "ad limina”, que no solamente debemos repetir, sino explicar. En otras palabras, hace falta una nueva apologética que responda a las exigencias actuales y tenga presente que la tarea de los sacerdotes (y cristianos en general), no consiste en imponer nuestras razones, sino en conquistar almas, y que no debemos entrar en discusiones ideológicas, sino defender y promover el Evangelio, usando un lenguaje común para con quienes ven las cosas de manera diversa y no comparten nuestras afirmaciones.
Sólo basta con pasear la mirada por el panorama que tenemos delante: en las escuelas y colegios del mundo se han retirado, no sólo los crucifijos, sino las clases formativas en ética, valores y temor de Dios. Esto ha dado como resultado una juventud confundida, sin claros derroteros espirituales. La participación de la juventud se limita, en el mejor de los casos, a ir a misa los domingos, bodas y bautizos. La razón de esto podría ser la falta de formación. Es que todos estamos ocupados en mil cosas, inmersos en nuestros problemas o exigencias personales: de la casa, del grupo, en actividades de trabajo, etc., y lamentablemente, argumentamos que no tenemos tiempo para prepararnos, para empezar a conocer lo que es ser un verdadero seguidor de Cristo.
Hay que reconocer que la formación requiere esfuerzo y tiempo. La formación implica invertir muchos años de investigación y práctica. Por otro lado, el entrenamiento demanda plazos cortos y prácticas puntuales. Por ejemplo, ser entrenado para impartir el estudio guiado de los Evangelios, enseñanza de la liturgia, catequización a niños y adultos, pero sobre todo ser testigos vivos de Jesús Resucitado.
La educación y el entrenamiento son acciones que promueven la fe y el cambio de actitud en las personas. Por esa razón, cada enseñanza que va a ser impartida a la comunidad debe ser planeada cuidadosamente y diseñarse con base en el propósito, meta y objetivos que se pueden formular a partir de las necesidades y carencias del grupo a quien va dirigida.
Si nos empeñamos, podríamos llegar a influir positivamente en la comunidad de la que hacemos parte, tal vez dejando la inquietud:
* Animadora de la pastoral bíblica parroquial. Unidad pastoral Sagrada Eucaristía.
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