Por Fray GILBERTO HERNÁNDEZ GARCÍA, OFM*
El ozono es un gas muy versátil en cuanto a sus usos y efectos: generado artificialmente tiene diversas aplicaciones, tanto en la industria como en la medicina; sin embargo es más conocido por el importante papel que desempeña en la atmósfera, aunque habrá que distinguir entre el ozono presente en la estratosfera y el de la troposfera. En ambos casos su formación y destrucción se deben a procesos fotoquímicos.
Mientras que el ozono ubicado en la zona más baja de la atmósfera —es decir la troposfera—, implicado en la contaminación, representa un verdadero problema para la salud humana o para la vegetación, el radicado en forma natural en la estratosfera, formando la denominada capa de ozono, ayuda como filtro de las radiaciones nocivas que llegan a la Tierra provenientes del Sol. Pero el equilibrio del ozono en la estratosfera se ve afectado por la presencia de contaminantes que “suben hasta la alta atmósfera donde catalizan la destrucción del ozono más rápidamente de lo que se regenera, produciendo así el agujero de la capa de ozono”. Entre los principales contaminantes responsables del “adelgazamiento” de esta protección terrestre, se encuentran los llamados clorofluorocarbonos (CFCs), inventados en 1930, “cuando se buscaban sustancias no tóxicas que sirvieran como refrigerantes para aplicaciones industriales”, y que después fueron empleados en la fabricación de plásticos, en aerosoles y para limpiar componentes electrónicos. Otras sustancias que lesionan la capa de ozono son el bromuro de metilo, los halones y el tetracloruro de carbono.
Ya desde 1974, los científicos habían señalado el menoscabo que estaba sufriendo la capa superior de ozono y advertían una potencial crisis global como resultado de esta progresiva destrucción, a la que se asocia el aumento en los casos de cáncer de piel, de cataratas oculares, supresión del sistema inmunitario en humanos y en otras especies, así como afecciones en los cultivos sensibles a la radiación ultravioleta.
Tratando de revertir estos efectos, en 1985 se adoptó el Convenio de Viena para la protección de la capa de ozono, al que siguieron varios acuerdos internacionales, entre los que destaca el Protocolo de Montreal, firmado el 16 de septiembre de 1987, que pretendía un recorte sustancial en la producción de los CFCs. Sin duda alguna, las investigaciones del químico mexicano Mario Molina —premio Nóbel de química en 1995—, han venido a dimensionar este problema y coadyuvado a tomar conciencia de sus consecuencias.
Aunque en el año 2000 la NASA informó que el “hoyo” en la capa de ozono se expandió hasta un tamaño récord de 28,3 millones de kilómetros cuadrados —algo así como tres veces más que el territorio de Australia o Estados Unidos, incluida Alaska—, los últimos estudios tienen un tono más optimista y nos hablan de una recuperación en este escudo protector, aunque ésta no se dará en el mediano plazo. Para proteger la capa de ozono habrá que disminuir a cero el uso de químicos clorofluorocarbonos. Los ciudadanos podemos colaborar descontinuando muchos productos en aerosol —desodorantes, insecticidas, limpiadores— que usamos cotidianamente.
* Autor invitado – Religioso franciscano - alvinxxi@yahoo.com.mx
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