Desde hace ocho años atrás, nuestra Iglesia Arquidiocesana ha venido trabajando con gran tesón y alegría en un proceso de ‘nueva evangelización’ que tiene como objetivo llevar a todos los fieles del Atlántico a una experiencia vital con la persona de Jesús. Ella, como madre y maestra, ha demarcado un camino pedagógico para lograr tal fin. Entre los distintos tópicos que hallamos tenemos el de trabajar con valores para cada año como medio para alcanzar fines bien concretos de fraternidad y conversión, entre otros.
Este año 2007 ha estado marcado por el trabajo en torno a la virtud de la ‘justicia’ y mes a mes cada uno de los valores propuestos ha pretendido hacernos tomar conciencia que sin fundamentos esenciales de convivencia no hay justicia y sin justicia no hay evangelización posible.
Es interesante descubrir que el proceso de evangelización que la Iglesia Católica realiza pretende permear de manera integral cada uno de los aspectos vitales de nuestra existencia. Hoy no se puede entender un Evangelio encerrado en los templos y vivido de una manera eminentemente piadosa atendiendo, exclusivamente, nuestra relación emotiva con Dios y desconociendo las realidades del mundo en que vivimos y nuestra dimensión social y fraterna.
No en pocas oportunidades han existido personas que, enemigos de la evangelización, quieren negarnos la posibilidad de iluminar desde la Palabra de Dios todos los acontecimientos de nuestro entorno pensando, erróneamente, que el único amor que pide Dios es a Él y al cielo que nos promete. Pero cuando leemos sesudamente la Sagrada Escritura nos percatamos que toda ella está invitándonos a vivir de modo pleno la virtud de la justicia como anticipo de la caridad y la misericordia.
A veces, como cristianos, pensamos que la Justicia es el valor más sublime de una persona; sin embargo, ella nos lleva a entender que con Justicia apenas alcanzamos a dar a los demás aquello que merecen, mientras que la caridad nos permite ir más allá de lo reglamentario otorgando incluso lo que no merecen. Pero para poder llegar al la virtud teologal del amor es necesario haber asimilado la Justicia como principio antecedente que le da vida y sustento. Pensémoslo de esta manera: la Sagrada Escritura en el Antiguo Testamento nos enseña: “Ojo por ojo y diente por diente”. Esta regla es eminentemente regla de Justicia; se pretendía impedir que la venganza excediera el daño que se padeció. La comunidad judía deseaba por medio de ella evitar abusos y desmanes entre sus miembros y darle un límite a todas las acciones humanas. Claro está que dicha ley fue abolida por Jesús en virtud de una nueva ley que es la del perdón, fruto del amor.
Es inconcebible entonces querer poseer la caridad cuando, a veces, ni siquiera la justicia es para nosotros importante pues a todas luces la venganza del hombre siempre quiere ir a la delantera del que lo violentó.
EL CAMINO RECORRIDO
Reflexionemos un poco sobre los distintos valores que desde enero nos propuso la Iglesia Arquidiocesana de Barranquilla para alcanzar la Justicia: amor a la verdad, honestidad, reparación de las ofensas, cumplimiento del deber, responsabilidad, cuidado de lo público, promoción de los derechos, cuidado de lo nuestro, fidelidad, construcción de la paz y defensa de la vida. Cada uno de estos valores trabajados pueden ,aunados, llevarnos a que si aún no hemos sido capaces de tener la virtud de la Caridad como eje fundamental de la vida, por lo menos la justicia sea una virtud que nos permita construir unas relaciones con la sociedad y con la naturaleza más sólidas y respetuosas.
Justicia no es sólo honradez, ni sólo verdad; es eso y más. Ella es el motor esencial que mueve las relaciones entre los seres humanos. Aquella que en medio de las diferencias de raza, de lengua o de cultura nos permiten reconocer que si no hay amor por lo menos hay un principio de igualdad que nos permite tratarnos como pares y no como esclavos unos de otros.
Pero esta virtud cardinal se cultiva desde los inicios de nuestra vida humana, cuando desde niños empezamos a entender la diferencia entre el bien y el mal y somos capaces de salvaguardar los derechos de los demás y defender los propios. Cuando hablamos de derechos y deberes, estamos hablando de justicia; ella nos impele a dar lo propio y recibir lo nuestro. Ella no pide más de lo que realmente merecemos pero no acepta menos de lo que hemos conquistado. La justicia es pues la virtud del equilibrio, distinto a igualdad, pues lo justo es que quien más estudia mejor gane pero jamás acepta que el mejor posicionado acapare aquello que le pertenece a los otros.
Si queremos que la palabra de Dios, en la que creemos como Palabra revelada, deje de ser tenida por muchos como un narcótico que produce somnolencia e indiferencia ante las injusticias humanas, so pretexto de aguardar una vida feliz para los que aguantan y sufren pasivamente, necesitamos blandirla como la principal defensora de los derechos del hombre y la Carta Magna de las relaciones personales y sociales que pregona en cada una de sus líneas que no puede ser el hombre un verdadero hijo de Dios si no está dispuesto a darle a su corazón un toque de auténtica justicia.
Creemos, desde el Evangelio, que la respuesta a los grandes problemas del mundo no estan en un Dios que lo hace todo por nosotros sino en un Dios que ha dado los lineamientos fundamentales para que no nos devoremos los unos a los otros como depredadores y aprendamos, desde la justicia, a marcar los límites de la avaricia.
Son muchos los males que atentan contra la virtud teologal de la justicia: el acaparamiento, el despilfarro, el engaño, el nepotismo, etc. Muchas son las leyes que se establecen en los países como fórmulas para logar el equilibrio de la justicia; entre nosotros, tal vez la última consiste en la ley de la meritocracia que pide escoger para un puesto público a aquel que haya hecho mérito propio para obtenerlo, no por simpatía política sino por capacidad y preparación para el cargo ofrecido.
Creo que es un buen ejercicio llevar a todos los miembros de nuestras comunidades, creyentes y no creyentes, a iniciar un proceso de renovación humana cultivando la justicia como virtud fundante de las buenas relaciones. Si no somos capaces de amarnos, por lo menos que seamos capaces de respetarnos en la justicia y no traspasar los límites que exige la convivencia entre humanos.
Creo que el mundo lo mínimo que necesita hoy es una gran dosis de esta virtud para que la guerra deje de ser nuestra espada de Damocles, pendiendo siempre sobre nuestro cuello y temiendo en qué momento se va romper la cuerda para degollarnos. No exigen nuestros pueblos que se les regalen las cosas, simplemente pide que se obre con suficiente justicia con cada uno de ellos para que sus desgracias no los obliguen a defender su existencia amenazando la existencia de los demás. Quien pisotea la justicia se amarra sí mismo una soga al cuello y se vuelve verdugo de su propia vida, puesto que la justicia se equilibra a sí misma yéndose en contra de quien la maltrató. La justicia no aguanta por mucho tiempo que se le dañe, no espera interminablemente de manera pasiva su restauración, ella tiene en sí misma la fuerza interior para restablecerse aún a costa de los que la perjudican. Quien es injusto no asegura su permanencia en el mundo pues la injusticia desata con ella muchos otros vicios y males en el mundo incapaz de soportar para siempre el caos. ¿Recuerdan a Zaqueo? Su avaricia y deshonestidad le granjeó un gran número de enemigos. Cuando devolvió lo robado equilibró las diferencias y cuando compartió sus bienes con los demás se ganó ser llamado hijo de Abrahám. Lo primero le trajo el respeto, lo segundo, la salvación.
Termina el año de la Justicia, pero no por ello podemos creer que todo está hecho. Apenas hemos dado los primero pincelazos para darle forma a toda esta obra de la Nueva Evangelización. Nunca olvide, sin justicia la evangelización es una farsa.
*P. Juan Avila Estrada
Párroco de San Carlos Borromeo y Padre Nuestro.
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