martes, abril 20, 2010

Ciencia y Ética


El embrión, ser y vida humana

Por Richar Sanchez Anillo, Pbro*

En esta edición hablaremos de un tema muy debatido y cuestionado desde el punto de vista científico y desde la perspectiva religiosa, La Identidad y Estatuto del Embrión Humano.

El término científico de embrión es el que usualmente se utiliza para referirse al ser humano desde la fertilización hasta el final de la octava semana de gestación; a partir del comienzo de la novena semana hasta el parto, el término científico es feto.

El embrión, sí sería un ser humano desde la concepción, pero se consideraría persona tan sólo en una fase posterior, pues el término persona, se dice que es, quien tiene la capacidad de actuar a conciencia, de presencia psicológica y reflexión. El embrión, evidentemente, no ha desarrollado todas sus capacidades por lo que no es todavía persona. Estas posiciones contraponen entonces el concepto de persona al de vida humana.

Dios Padre nos habla siempre a través de su Palabra para mostrarnos el camino y guiarnos, Él nos muestra su amor por cada embrión humano cuando con su mirada amorosa se vuelve a sus hijos, considerándonos desde nuestros inicios plenos y completos. Aunque seamos seres "informes" en nuestro seno materno, se recurre a las clásicas imágenes bíblicas para mostrarnos y por su parte la cavidad generadora de la madre se compara a "lo profundo de la tierra", es decir, a la constante vitalidad de la gran madre tierra (cf. v. 15).

Se utiliza el símbolo del alfarero y del escultor, que "forma", que plasma su creación artística, su obra maestra, precisamente como se decía en el libro del Génesis con respecto a la creación del hombre: "El Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo" (Gn 2, 7). Luego viene el símbolo del "tejido", que evoca la delicadeza de la piel, de la carne, de los nervios "entretejidos" sobre el esqueleto.

También Job evocaba con fuerza estas y otras imágenes para exaltar la obra maestra que es la persona humana, a pesar de estar golpeada y herida por el sufrimiento: "Tus manos me formaron, me plasmaron (...). Recuerda que me hiciste como se amasa el barro (...). ¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios" (Jb 10, 8-11).

Sumamente fuerte es la idea de que Dios ya ve todo el futuro de ese embrión aún "informe". En el libro de la vida del Señor ya están escritos los días que esa criatura vivirá y colmará de obras durante su existencia terrena. Así vuelve a manifestarse la grandeza trascendente del conocimiento divino, que no sólo abarca el pasado y el presente de la humanidad, sino también el arco todavía oculto del futuro. También se manifiesta la grandeza de esta pequeña criatura humana, que aún no ha nacido, formada por las manos de Dios y envuelta en su amor: un elogio bíblico del ser humano desde el primer momento de su existencia.

“La sangre de Cristo, mientras revela la grandeza del amor del Padre, manifiesta que precioso es el hombre a los ojos de Dios y que inestimable es el valor de su vida. Es en la sangre de Cristo donde todos los hombres encuentran la fuerza para comprometerse a favor de la vida. Ésta sangre es justamente el motivo más grande de esperanza, más aún, es el fundamento de la absoluta certeza que según el designio divino la vida vencerá.” (EV, 25). Esta frase es tomada del evangelio de la vida, del Sumo Pontífice Juan Pablo II, aquí nos habla sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, nos expone a ciencia cierta que tenemos como prójimo una responsabilidad ante el gran trabajo de cuidar nuestra vida y la de los demás, de conservar nuestra sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, la acogida de la vida forja las energías morales y capacita para la ayuda recíproca.

Esta carta encíclica, publicada precisamente un 25 de marzo, promulgado como el Día de la Vida, en el cual celebramos la solemnidad de la Encarnación de Jesucristo en el seno de la Virgen María; fue un llamado de atención y un avivamiento a una misión que todos en este mundo terrenal tenemos la obligación de ejercer: ¡El derecho a Vivir! y como ella misma expresa: “una confirmación precisa y firme del valor de la vida humana y de su carácter inviolable, y, al mismo tiempo, una llamada a todos y a cada uno, en nombre de Dios: ¡respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana. Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad! (EV, 5).

Amigos míos, hoy reconozcamos nuestra vida y la de los demás como un regalo de Dios. Que sigan brotando signos de una decidida transformación, como nos ha señalado el Papa Benedicto XVI, cultivando la armónica relación con Dios, con los demás, con nosotros mismos y con la creación. Que crezcan en número y en eficacia las instituciones y los centros de ayuda a la vida; que se difunda ampliamente lo que revela un ultrasonido acerca de la vida humana que se va gestando en el vientre de la mujer; se consoliden las iniciativas de apoyo a las personas débiles e indefensas; que crezca la medicina, la bioética, el bioderecho con sentido ético, con rostro humano y se fortalezca la familia como santuario de la vida.

*Licenciado en Teología y Filosofía. Especialista en Bioética. Párroco unidad pastoral San Luis Beltrán (Manatí). rsanchezanillo@yahoo.es

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