Estamos próximos a celebrar la Navidad. Para muchos, principio de parranda sin fin, para otros, señal de que ha nacido el Salvador y su presencia se restablece entre nosotros.
Por JUAN ÁVILA ESTRADA, Pbro.
Párroco San Carlos Borromeo y Padre Nuestro
Se me ocurre pensar lo que ha sido la vida de Jesús y qué poco le ha importado a muchos que Aquel que lo tenía todo se hizo dueño de nada para ganarnos a todos que lo queremos todo.
Digo que, nosotros que lo queremos todo, pedimos al que nada tuvo que nos de todo. Piense un poco: ¿de qué fue dueño Jesús? Nació en un pesebre prestado (Lucas 2,6-7); inició su predicación en una barca prestada (Lucas 5,3-4); entró a Jerusalén en un borrico prestado (Mateo 21,2-3); celebró la última cena en una casa prestada (Mateo 26,18-19); fue enterrado en un sepulcro prestado (Jn. 19,41-42). Alguna vez me hicieron pensar las palabras de Jesús, quien afirmó: “las aves tienen nidos y las zorras madrigueras, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Dicho en palabras nuestras: “éste no tiene dónde caerse muerto”; y tan cierto fue que no tuvo derecho a morir en el suelo, sino que tuvo que ser levantado en lo alto en aquello que fue su única posesión: una cruz.
Pero Aquel que lo prestó todo para hacer todo y darnos el todo, nos ha hecho entender poco a poco el poder que tiene para dársenos como la mayor riqueza del hombre.
Es aquí donde entro a reflexionar: ¿Cómo puede nacer nuevamente Jesús en un mundo que cree poseerlo todo? Sin duda alguna, mediante el mismo sistema de préstamo que utilizó entre los suyos. Sin garganta humana no hay palabras eternas; sin corazón humano no hay amor divino; sin manos humanas no hay milagros; sin pies humanos no hay pasos de mensajeros que anuncian la paz. Por eso, el pesebre del mundo de hoy está en la vida de cada persona y la capacidad que cada uno tenga para “prestarle” su vida y dejar que la Palabra vuelva a hacerse carne para habitar entre nosotros.
Es interesante entender que el Dios en el que creemos no es etéreo, sino que se materializó en el tiempo y en el espacio para que pudiéramos tener acceso a Él.
Hoy se hace presente en un pan prestado, un poco de vino prestado y un altar prestado. El dueño de todo presta todo para hacer todo por todos. Esa totalidad de Cristo viene expresada al final del evangelio de san Mateo cuando dice: “Vayan a TODOS y prediquen TODO lo que les he enseñado y he aquí que estaré con ustedes TODOS los días hasta el fin del mundo”.
No hay duda: el amor de Dios es verdad. ¡Tiene que ser verdad! Si no fuera de esta manera no podríamos entender la vida de Jesús, ella sería el fraude más grande de la historia de la humanidad que, incluso, se le ha ocurrido dividir la historia y el tiempo a partir de su nacimiento. Imagínese un rey que nace entre animales, que es reconocido por simples pastores, que es vitoreado por niños, enfermos, mujeres de mala reputación y colgado, no sentado, en un trono de madera en forma de cruz. ¡Esto si es la locura de Dios! El dueño de todo que renuncia a su condición divina para elevarnos a Él; que habiendo hecho todo sin nosotros, aprende a necesitar de nosotros para seguir haciendo historia y, aún así, no nos dejamos abismar por un amor tan inconmensurable, tan extraño e ilógico.
Por eso, cada pesebre me acongoja el corazón y siento pena, no por Él sino por mí, ya que todo lo hizo para que pudiéramos ser dueños del tesoro más grande que podemos poseer: su Gracia, su salvación, su eternidad, ¡Él mismo!
Hoy no tengo un pesebre de madera o de plástico para Jesús. No requiero de su presencia de esta manera. Hoy tengo para él un corazón abierto a su renacimiento, a su amor.
Declaremos en esta Navidad y por siempre que no hay prueba más grande de amor que siendo el Señor el dueño de nuestra vida, pida prestada la vida para seguir engendrando vida. Que cada Eucaristía celebrada, donde le prestamos pan, nos lo siga devolviendo convertido en alimento de eternidad para cuantos lo comen; que cada hogar abra las puertas de par en par a su presencia avasallante y que cada gesto de amor lo vuelva bendición. Una navidad diferente, eso es lo que necesitamos.
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