Por: Fray Gilberto Hernández García, ofm
alvinxxi@yahoo.com.mx
Hace unos días los expertos en cambio climático nos han revelado que el calentamiento planetario es irreversible, que ya estamos dentro de él y que la Tierra está buscando un nuevo equilibrio. Además, coinciden en que el calentamiento es un fenómeno natural, pero que ha ido creciendo aceleradamente, sobre todo a raíz de la revolución industrial y las actividades humanas en ese contexto, a tal grado que la Tierra ya no es capaz de autorregularse.
Algunas organizaciones ecologistas nos señalan que cada año se emiten a la atmósfera cerca de 27 mil millones de toneladas de dióxido de carbono, en gran medida el causante del llamado efecto invernadero. Este fenómeno, a decir del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) –que involucra a 2.500 científicos de 130 países–, puede hacer que la temperatura planetaria en este siglo aumente entre 1,8 y 6,4 grados centígrados. Si se adoptan medidas que involucren a la mayor cantidad de responsables, es posible que el aumento se quede en 3 grados, pero no menos de eso. Los científicos ya nos han hablado de las consecuencias: los océanos subirán de 18 a 59 cm., inundando ciudades costeras, habrá una devastación fantástica de la biodiversidad y millones de personas correrán peligro de desaparecer.
Aunque algunos gobernantes han hablado de iniciar una revolución de las conciencias, de la economía y de la acción política, para hacer frente a este desafío. La lucha sería, no para detener la marcha del calentamiento porque es imposible, pero sí -por lo menos- para desacelerarlo mediante dos estrategias básicas: la adaptación a los cambios -quien no lo haga, correrá el peligro de morir-; y la disminución de las consecuencias letales, que favorezcan la supervivencia de la Tierra y, con ella, la de todos los organismos vivos, particularmente los humanos.
El recordado Juan Pablo II ya había lanzado la invitación a asumir esas nuevas actitudes ante el desafío que representa la depredación de la naturaleza: hablaba de conversión ecológica. Así insistía en su encíclica Evangelium Vitae: "[…] se debe recibir favorablemente la creciente atención a la calidad de vida y a la ecología, que se observa sobre todo en las sociedades más desarrolladas, en las que las expectativas de las personas no se centran tanto en los problemas de la supervivencia como en la búsqueda de una mejora global de las condiciones de vida”. De acuerdo con Juan Pablo II, no sólo está en juego una ecología física atenta a cuidar del hábitat de los diferentes seres vivientes, sino también una “ecología humana que haga más digna la existencia de las criaturas, protegiendo el bien fundamental de la vida en todas sus manifestaciones y preparando a las futuras generaciones un ambiente más cercano al proyecto del Creador”.
Convertirnos, pues, de depredadores del medio ambiente en verdaderos ministros de la creación, es el reto que hoy, ineludiblemente se nos presenta como imperativo. La misión consiste en cuidar de todos los seres y convertirnos en guardianes del patrimonio natural y cultural común, de tal forma que la biosfera continúe siendo un bien de toda vida, incluso en el futuro, y no solamente nuestro.
Algunas organizaciones ecologistas nos señalan que cada año se emiten a la atmósfera cerca de 27 mil millones de toneladas de dióxido de carbono, en gran medida el causante del llamado efecto invernadero.
¡Nuestra misión: cuidar de todos los seres y convertirnos en guardianes del patrimonio natural y cultural común!
alvinxxi@yahoo.com.mx
Hace unos días los expertos en cambio climático nos han revelado que el calentamiento planetario es irreversible, que ya estamos dentro de él y que la Tierra está buscando un nuevo equilibrio. Además, coinciden en que el calentamiento es un fenómeno natural, pero que ha ido creciendo aceleradamente, sobre todo a raíz de la revolución industrial y las actividades humanas en ese contexto, a tal grado que la Tierra ya no es capaz de autorregularse.
Algunas organizaciones ecologistas nos señalan que cada año se emiten a la atmósfera cerca de 27 mil millones de toneladas de dióxido de carbono, en gran medida el causante del llamado efecto invernadero. Este fenómeno, a decir del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) –que involucra a 2.500 científicos de 130 países–, puede hacer que la temperatura planetaria en este siglo aumente entre 1,8 y 6,4 grados centígrados. Si se adoptan medidas que involucren a la mayor cantidad de responsables, es posible que el aumento se quede en 3 grados, pero no menos de eso. Los científicos ya nos han hablado de las consecuencias: los océanos subirán de 18 a 59 cm., inundando ciudades costeras, habrá una devastación fantástica de la biodiversidad y millones de personas correrán peligro de desaparecer.
Aunque algunos gobernantes han hablado de iniciar una revolución de las conciencias, de la economía y de la acción política, para hacer frente a este desafío. La lucha sería, no para detener la marcha del calentamiento porque es imposible, pero sí -por lo menos- para desacelerarlo mediante dos estrategias básicas: la adaptación a los cambios -quien no lo haga, correrá el peligro de morir-; y la disminución de las consecuencias letales, que favorezcan la supervivencia de la Tierra y, con ella, la de todos los organismos vivos, particularmente los humanos.
El recordado Juan Pablo II ya había lanzado la invitación a asumir esas nuevas actitudes ante el desafío que representa la depredación de la naturaleza: hablaba de conversión ecológica. Así insistía en su encíclica Evangelium Vitae: "[…] se debe recibir favorablemente la creciente atención a la calidad de vida y a la ecología, que se observa sobre todo en las sociedades más desarrolladas, en las que las expectativas de las personas no se centran tanto en los problemas de la supervivencia como en la búsqueda de una mejora global de las condiciones de vida”. De acuerdo con Juan Pablo II, no sólo está en juego una ecología física atenta a cuidar del hábitat de los diferentes seres vivientes, sino también una “ecología humana que haga más digna la existencia de las criaturas, protegiendo el bien fundamental de la vida en todas sus manifestaciones y preparando a las futuras generaciones un ambiente más cercano al proyecto del Creador”.
Convertirnos, pues, de depredadores del medio ambiente en verdaderos ministros de la creación, es el reto que hoy, ineludiblemente se nos presenta como imperativo. La misión consiste en cuidar de todos los seres y convertirnos en guardianes del patrimonio natural y cultural común, de tal forma que la biosfera continúe siendo un bien de toda vida, incluso en el futuro, y no solamente nuestro.
Algunas organizaciones ecologistas nos señalan que cada año se emiten a la atmósfera cerca de 27 mil millones de toneladas de dióxido de carbono, en gran medida el causante del llamado efecto invernadero.
¡Nuestra misión: cuidar de todos los seres y convertirnos en guardianes del patrimonio natural y cultural común!
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