Dice Monseñor Rubén Salazar Gómez que el Evangelio es la gran fuerza socializadora que fomenta el cambio en las personas y las involucra de manera positiva y productiva al tejido social.
Por MARTHA GUARÍN RODRÍGUEZ *
Cifrando sus esperanzas en el desarrollo de un ambicioso plan de evangelización para conseguir profundos y positivos cambios en nuestra realidad social, llegó hace ocho años y medio, a asumir el liderazgo pastoral de la Iglesia de Barranquilla y el Atlántico, Monseñor Rubén Salazar Gómez.
Anclar en este puerto y buscar el faro en este territorio no le resultó una ruta desconocida. Su brújula lo orientaba siempre a estas tierras, a través del lazo familiar con María Luz, su hermana. De tal manera que deshacer la maleta que traía como Obispo de Cúcuta fue para él un encuentro definitivo con el Caribe, al que aprendió a querer a través del contacto que tuvo con el Río Magdalena, desde el departamento del Tolima. En la tierra del bunde recibió su ordenación sacerdotal después de estudiar en la Universidad Gregoriana en Roma, donde obtuvo licenciatura en Teología.
Al llegar a ‘La Arenosa’, su visión de lo que conocía y cuanto acontecía lo motivaron a anunciar el 15 de mayo de 1999, en el primer encuentro con su feligresía en la Catedral Metropolitana, que su reto era construir una Iglesia muy fuerte, para servir mejor, con un esquema de trabajo proyectado a 30 años. Ya hay resultados: de 70 parroquias el número se ha elevado a 127 en su conjunto en el Atlántico. “Partimos de un principio de fe, que la predicación del Evangelio es el mejor aporte que uno puede dar para la convivencia y para la paz. Por lo tanto, para lograr una transformación fundamental en Barranquilla y el Departamento se requiere llevar el Evangelio a más personas con el convencimiento que así se gesta un genuino proceso de formación social.”
En algunos casos se han empezado a crear parroquias, incluso en sitios donde faltan sacerdotes –con el convencimiento- y los resultados así lo están mostrando, que las comunidades se están interesando, y están solicitando más presencia y radio de acción de la Iglesia para sus barrios. De tal manera, que esa debilidad o ausencia de sacerdotes ha mostrado fortalezas de las comunidades, que se comprometen a sacar adelante sus parroquias con palustre y ladrillo en mano. Optimista, un poco más allá, Monseñor Rubén dice que eso ha generado procesos de organización, acercamiento y contactos extraordinarios con los laicos, y que con la implementación de una campaña por la cultura vocacional ya se empiezan a notar resultados en el número de sacerdotes en esta Arquidiócesis.
Esta acogida hacia el proyecto de crear una Iglesia muy fuerte para servir mejor, ha traído también como consecuencia que los encuentros habituales que él tiene con su clero se orienten hacia el fomento de una solidaridad con mayor conciencia, para la reconstrucción del tejido social. “Es que toda evangelización debe llevar anexo un trabajo social, eso no se puede desconocer. La verdadera evangelización tiene que encarnarse en nuestra realidad social, porque cuando la persona recibe el Evangelio empieza socialmente a cambiar, a integrarse más claramente en el tejido social. Lo digo porque el Evangelio es la gran fuerza socializadora que nosotros tenemos en nuestra patria.”
Le pregunto cómo se pueden cuantificar esos resultados a la luz de las repercusiones en nuestra sociedad. “Es difícil asegurarlo, pues esta es una tarea espiritual y analizar hasta dónde penetra, hasta dónde las personas se vuelven verdaderamente hacia Dios, es algo que nos motiva a trazar planes para lograr esas transformaciones fundamentales del ser humano y de la realidad social, que se necesitan de manera permanente en Colombia y de manera esencial en el Atlántico”. Eso lo ha llevado a observar, producto de sus continuas visitas a todas las parroquias, que los costeños tienen una gran cuota de hospitalidad, pero que son valores que hay que impulsarlos al máximo para que esa solidaridad innata se organice mejor y se vaya plasmando en obras mucho más comunitarias, más amplias, para que se puedan ver más claramente a nivel de barrio, ciudad y de todos los estamentos.
Cuando le planteo que uno encuentra a mucha gente mostrando sus fortalezas espirituales a través de sus actitudes diarias, pero que la muerte y el mal imperan, señala que “la ciudad que encontré ha cambiado y se ha modernizado en muchos aspectos, pero también observo un deterioro en ciertos barrios marginales, a pesar de la presencia de la Iglesia, y subrayo, de paso, que pese a ello nunca nos hemos retirado de esos contextos porque es allí donde se requiere de un diálogo conducente.”
Pero no se da por vencido cuando le digo que esa sí que es una tarea difícil. A lo que argumenta: “Antes del fin del mundo nosotros nunca habremos podido decir que ya la tarea está hecha. Todos los días hay que empezar de nuevo, porque estamos convencidos que Dios es amor y en Él todo se puede.”
Llegamos al punto de lo terrenal, de los hechos tangibles. Monseñor Rubén, que en sus inicios sacerdotales fue director del Departamento de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Colombiana y representante de los países bolivarianos en el consejo ejecutivo de Cáritas Internacional, dice que para él la Iglesia es y debe ser una fuente permanente de progreso social en el auténtico sentido del término. En ese sentido, entre los aportes de la Arquidiócesis menciona el proceso educativo a través de cinco colegios –dos de clase media, y el resto, populares-. Él suma, además, como otros proyectos visibles las misiones que consagradamente realizan distintas comunidades religiosas, entre ellas las dedicadas al campo de la salud, como la de los Padres Camilos en el barrio La Paz, y el Banco de Alimentos, que genera de 30 a 35 toneladas mensuales para los necesitados.
Le digo que como sus tareas están proyectadas a 30 años y que ya hay frutos, percibo que pronto se va ir del Atlántico, rumbo a Cardenal, porque desde el 2006 es el presidente de la Comisión Nacional Episcopal de Pastoral Social, cargo que lo lleva a ser uno de los promotores de obras de la Iglesia para los pobres en Colombia. El Arzobispo de Barranquilla saca en ese momento su mejor sonrisa para responder:
“En absoluto. Pueden estar seguros que no creo que el Señor me tenga ese destino, por el contrario él ha sido muy generoso en permitirme servirle desde ésta la cuarta ciudad del país más importante a nivel de diócesis, y lo de los 30 años es porque todo es un proceso lento, en el que cada paso que se va dando exige del anterior y prepara el siguiente, y eso indudablemente requiere todavía de mucho tiempo.” Aclara, entonces, que en vida hay otra meta que aún no varía: “Ofrecer el Evangelio como una opción que llena la vida de todos de alegría y de paz. Para construir un mundo mejor, donde haya menos muerte, menos angustia, menos dolor, un mundo más humano y más fraterno.”
* Autora invitada – Comunicadora Social y Periodista – Redactora de la Página Cultural del periódico El Heraldo.
Por MARTHA GUARÍN RODRÍGUEZ *
Cifrando sus esperanzas en el desarrollo de un ambicioso plan de evangelización para conseguir profundos y positivos cambios en nuestra realidad social, llegó hace ocho años y medio, a asumir el liderazgo pastoral de la Iglesia de Barranquilla y el Atlántico, Monseñor Rubén Salazar Gómez.
Anclar en este puerto y buscar el faro en este territorio no le resultó una ruta desconocida. Su brújula lo orientaba siempre a estas tierras, a través del lazo familiar con María Luz, su hermana. De tal manera que deshacer la maleta que traía como Obispo de Cúcuta fue para él un encuentro definitivo con el Caribe, al que aprendió a querer a través del contacto que tuvo con el Río Magdalena, desde el departamento del Tolima. En la tierra del bunde recibió su ordenación sacerdotal después de estudiar en la Universidad Gregoriana en Roma, donde obtuvo licenciatura en Teología.
Al llegar a ‘La Arenosa’, su visión de lo que conocía y cuanto acontecía lo motivaron a anunciar el 15 de mayo de 1999, en el primer encuentro con su feligresía en la Catedral Metropolitana, que su reto era construir una Iglesia muy fuerte, para servir mejor, con un esquema de trabajo proyectado a 30 años. Ya hay resultados: de 70 parroquias el número se ha elevado a 127 en su conjunto en el Atlántico. “Partimos de un principio de fe, que la predicación del Evangelio es el mejor aporte que uno puede dar para la convivencia y para la paz. Por lo tanto, para lograr una transformación fundamental en Barranquilla y el Departamento se requiere llevar el Evangelio a más personas con el convencimiento que así se gesta un genuino proceso de formación social.”
En algunos casos se han empezado a crear parroquias, incluso en sitios donde faltan sacerdotes –con el convencimiento- y los resultados así lo están mostrando, que las comunidades se están interesando, y están solicitando más presencia y radio de acción de la Iglesia para sus barrios. De tal manera, que esa debilidad o ausencia de sacerdotes ha mostrado fortalezas de las comunidades, que se comprometen a sacar adelante sus parroquias con palustre y ladrillo en mano. Optimista, un poco más allá, Monseñor Rubén dice que eso ha generado procesos de organización, acercamiento y contactos extraordinarios con los laicos, y que con la implementación de una campaña por la cultura vocacional ya se empiezan a notar resultados en el número de sacerdotes en esta Arquidiócesis.
Esta acogida hacia el proyecto de crear una Iglesia muy fuerte para servir mejor, ha traído también como consecuencia que los encuentros habituales que él tiene con su clero se orienten hacia el fomento de una solidaridad con mayor conciencia, para la reconstrucción del tejido social. “Es que toda evangelización debe llevar anexo un trabajo social, eso no se puede desconocer. La verdadera evangelización tiene que encarnarse en nuestra realidad social, porque cuando la persona recibe el Evangelio empieza socialmente a cambiar, a integrarse más claramente en el tejido social. Lo digo porque el Evangelio es la gran fuerza socializadora que nosotros tenemos en nuestra patria.”
Le pregunto cómo se pueden cuantificar esos resultados a la luz de las repercusiones en nuestra sociedad. “Es difícil asegurarlo, pues esta es una tarea espiritual y analizar hasta dónde penetra, hasta dónde las personas se vuelven verdaderamente hacia Dios, es algo que nos motiva a trazar planes para lograr esas transformaciones fundamentales del ser humano y de la realidad social, que se necesitan de manera permanente en Colombia y de manera esencial en el Atlántico”. Eso lo ha llevado a observar, producto de sus continuas visitas a todas las parroquias, que los costeños tienen una gran cuota de hospitalidad, pero que son valores que hay que impulsarlos al máximo para que esa solidaridad innata se organice mejor y se vaya plasmando en obras mucho más comunitarias, más amplias, para que se puedan ver más claramente a nivel de barrio, ciudad y de todos los estamentos.
Cuando le planteo que uno encuentra a mucha gente mostrando sus fortalezas espirituales a través de sus actitudes diarias, pero que la muerte y el mal imperan, señala que “la ciudad que encontré ha cambiado y se ha modernizado en muchos aspectos, pero también observo un deterioro en ciertos barrios marginales, a pesar de la presencia de la Iglesia, y subrayo, de paso, que pese a ello nunca nos hemos retirado de esos contextos porque es allí donde se requiere de un diálogo conducente.”
Pero no se da por vencido cuando le digo que esa sí que es una tarea difícil. A lo que argumenta: “Antes del fin del mundo nosotros nunca habremos podido decir que ya la tarea está hecha. Todos los días hay que empezar de nuevo, porque estamos convencidos que Dios es amor y en Él todo se puede.”
Llegamos al punto de lo terrenal, de los hechos tangibles. Monseñor Rubén, que en sus inicios sacerdotales fue director del Departamento de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Colombiana y representante de los países bolivarianos en el consejo ejecutivo de Cáritas Internacional, dice que para él la Iglesia es y debe ser una fuente permanente de progreso social en el auténtico sentido del término. En ese sentido, entre los aportes de la Arquidiócesis menciona el proceso educativo a través de cinco colegios –dos de clase media, y el resto, populares-. Él suma, además, como otros proyectos visibles las misiones que consagradamente realizan distintas comunidades religiosas, entre ellas las dedicadas al campo de la salud, como la de los Padres Camilos en el barrio La Paz, y el Banco de Alimentos, que genera de 30 a 35 toneladas mensuales para los necesitados.
Le digo que como sus tareas están proyectadas a 30 años y que ya hay frutos, percibo que pronto se va ir del Atlántico, rumbo a Cardenal, porque desde el 2006 es el presidente de la Comisión Nacional Episcopal de Pastoral Social, cargo que lo lleva a ser uno de los promotores de obras de la Iglesia para los pobres en Colombia. El Arzobispo de Barranquilla saca en ese momento su mejor sonrisa para responder:
“En absoluto. Pueden estar seguros que no creo que el Señor me tenga ese destino, por el contrario él ha sido muy generoso en permitirme servirle desde ésta la cuarta ciudad del país más importante a nivel de diócesis, y lo de los 30 años es porque todo es un proceso lento, en el que cada paso que se va dando exige del anterior y prepara el siguiente, y eso indudablemente requiere todavía de mucho tiempo.” Aclara, entonces, que en vida hay otra meta que aún no varía: “Ofrecer el Evangelio como una opción que llena la vida de todos de alegría y de paz. Para construir un mundo mejor, donde haya menos muerte, menos angustia, menos dolor, un mundo más humano y más fraterno.”
* Autora invitada – Comunicadora Social y Periodista – Redactora de la Página Cultural del periódico El Heraldo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tus comentarios. Evita usar palabras obsenas y ofensivas.