jueves, abril 23, 2009

San Pablo y la oración

Por Johanna Milena Jurado*
Continuamos acogiendo las bendiciones que Dios Padre nos tiene preparado para este tiempo de Cuaresma, especialmente el maravilloso regalo del perdón, con el cual experimentamos la alegría de su abrazo por el retorno a casa, la invitación de sentarnos a su mesa y complacernos con su sonrisa amorosa. Por eso, en medio de los afanes cotidianos, las responsabilidades y compromisos, es necesario hacer un pare y dedicar un tiempo especial a la oración para propiciar este encuentro desde nuestra condición de hijos e hijas.

¿Nos hemos preguntado alguna vez cuánto bien podemos hacer con la oración? Es incomprensible su alcance, La oración es una luz en el camino, nos permite acoger la riqueza del otro, interceder ante las dificultades de los demás. La oración realiza verdaderos milagros, nos hace vivir en comunión, reconocer la presencia del Resucitado en medio de nuestras comunidades, ser solidarios con los gozos y las esperanzas de nuestros hermanos, así como con la nuestra porque “La oración es la fortaleza del hombre y la debilidad de Dios”.

Antes de orar debemos contemplar la importancia que tiene el hecho de “comunicar”. La oración es comunicación desde lo más íntimo y por lo tanto requiere silencio para ir a lo esencial y escucha para entender lo que se nos comunica. Cuando logramos estas dos actitudes fundamentales, la oración se transforma en un momento invaluable en el cual se comunica con delicadeza lo más sagrado que guarda el tesoro de dos vidas. Sin embargo, no todos comunicamos lo más profundo que hay en nuestro ser, se requiere un cierto grado de confianza para poder hacerlo y la confianza se logra con el amor, pues este es el que nos impulsa a comunicar.

Dios nos ha demostrado su amor hasta el extremo dándonos lo mejor que tenía: Su Hijo Jesús, entonces no hay porque tener miedo, hablémosle con confianza, libertad y con la sinceridad de un niño, con la plena certeza de que Él nos lleva de la mano y nos cuida. Recordemos por un instante a nuestras madres: Con que amor nos enseñaban a juntar nuestras manitos y elevar nuestras primeras oraciones a papá Dios, a mamá María y cómo nosotros abríamos nuestros labios con espontaneidad y sencillez, así debiera ser siempre. La oración es confidencia de tú a tú, porque Dios se hace amigo, padre, madre, hermano para amarte y sanarte desde tu intimidad. En este clima, el orar se convierte en una respuesta de amor hecha sentimiento, canción, vida, y toca profundamente lo humano para comprender lo divino.

Muchas personas me han dicho: “No sé cómo orar” y yo les contesto: A veces yo tampoco, pero estoy segura que no hay mejor oración que la que sale de lo más profundo del corazón y si no sabemos, aprendamos desde lo que nos dice San Pablo: “Así mismo el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos orar como es debido y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos que no se pueden expresar” (Rm. 8, 26). Entonces, sino sabemos cómo empezar, pidámosle al Espíritu Santo que nos regale la libertad interior, la sabiduría, la escucha profunda y el deseo de compartir sin temor lo que hay dentro. A veces no queremos tocar fondo porque hay heridas, malos recuerdos y situaciones que nos duelen. Pero las heridas sólo se sanan cuando dejamos que Dios las conozca y realice su cirugía divina desde la raíz.

En otras palabras, la oración es la puerta por donde Dios entra a nuestro corazón, a nuestra vida para celebrar la Pascua, es decir, el paso de la muerte a la experiencia de la Resurrección. De nada serviría este tiempo de Cuaresma sino nos decidiéramos a entablar una conversación sincera con Dios para que entrará y nos transformará.

Contemplemos un detalle hermosísimo en la vida de Pablo e imaginémoslo de rodillas intercediendo por nosotros: “Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra para que conforme a la riqueza de Su gloria, los robusteza con la fuerza de Su Espíritu, de modo que crezcan interiormente” (Ef. 3, 14).

Cada mañana arrodillémonos ante Dios y digámosle: “Papito bueno me pongo en Tus manos, cuida de este hijo, de esta hija que Te busca”. Que no salga de tu boca: “Es que no tengo tiempo”, Acuérdate, el tiempo es de Dios y san Pablo lo recuerda: “Estén siempre alegres. Oren sin cesar” (1 Tes. 5, 16 - 17). Que San Pablo nos permita entrar en relación con la Trinidad Santísima para comprender el alcance de esta gracia en tiempo de Cuaresma. Aquí te recomiendo otras citas bíblicas en las que Pablo nos habla de la oración para que las profundices y compartas con otras personas: Gál. 4, 6 ; 2; Tes. 2, 13; Flp. 1, 3- 4; Ef. 6, 18-20; Hechos 9, 11.

*Novicia. Comunidad Hermanas Paulinas. Miembro de la Comisión Arquidiocesana de Comunicadores Sociales y Periodistas.

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