La Eucaristía, Celebración de la fe para la vida
Por Julio Giraldo*
Monseñor Rubén Salazar Gómez, Arzobispo de Barranquilla, en esta edición nos sigue hablando del significado de la Eucaristía, en la publicación anterior se contemplaba esta celebración como el sacramento del amor, hoy nos la muestra como el alimento necesario para nuestras vidas.
Julio Giraldo: En el diálogo pasado usted, señor Arzobispo, nos explicó la naturaleza del escrito del papa Benedicto XVI sobre la Eucaristía. ¿Cómo se podría resumir su contenido?
Arzobispo: La Exhortación Apostólica Postsinodal “El Sacramento del Amor” de Benedicto XVI sobre la Eucaristía tiene tres partes que podrían resumirse diciendo: La Eucaristía es la celebración de la fe para la vida.
De hecho, el Papa titula la primera parte “La Eucaristía, misterio que se ha de creer” y en ella nos presenta a la Eucaristía –siguiendo la afirmación del Catecismo de la Iglesia Católica- como “el compendio y la suma de nuestra fe”, ya que la fe de la Iglesia –que es nuestra fe- se expresa y se alimenta en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la Eucaristía. Este sacramento, como memorial de la muerte y de la resurrección del Señor, contiene de manera privilegiada el núcleo fundamental de nuestra fe como adhesión a Dios Padre que: “tanto amó al mundo que le dio a Su Hijo único para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” (Evangelio de Juan, capítulo 3), a Dios Hijo que: “nos amó hasta donde es posible amar” (Evangelio de Juan, capítulo 13) entregándose por nosotros a la muerte para darnos la vida, a un Dios Espíritu Santo que, como amor del Padre y del Hijo, viene a nuestros corazones para hacernos criaturas nuevas capaces de amar, de amar a Dios como hijos y a los demás como a hermanos.
“Éste es el misterio de nuestra fe” que profesamos e interiorizamos cada vez que participamos en la celebración de la Eucaristía. Y éste es el tema de la segunda parte de la exhortación: “La Eucaristía, misterio que se ha de celebrar”. Lo que se puede llamar el rito de la celebración es la expresión clara y transparente de la fe que se profesa: Después de la escucha atenta y obediente de la Palabra de Dios que se nos ofrece en toda Su riqueza, la Iglesia presenta al Padre los dones (el pan y el vino) que representan la vida misma de la comunidad, recibida del Padre y que ahora es presentada, para que, asumida por Cristo que se hizo uno de nosotros en el seno de la Virgen María, sea transformada en el cuerpo entregado (el pan) y en la sangre derramada (el vino) de Cristo que nos son devueltos en la comunión para que podamos tener en nosotros la vida misma de Cristo, ofrecido al Padre por nosotros.
Se da así un verdadero “intercambio” (palabra utilizada por los padres de la Iglesia para expresar este misterio): Como respuesta a la Palabra de Dios, le entregamos toda nuestra vida con sus gozos y esperanzas, sus angustias y anhelos para que sea transformada en la vida misma de Cristo, vida de amor y de entrega totales por todos y cada uno de los seres humanos. Éste es el tema de la tercera parte: “La Eucaristía, misterio que se ha de vivir”. De esta manera, la Eucaristía responde al hambre de verdad, de libertad, de amor, que todo ser humano lleva en lo más profundo de su corazón. De verdad, porque en la Eucaristía se descubre el verdadero rostro de Dios y del ser humano; de libertad, porque la Eucaristía nos libera del pecado y de la muerte para poder adherirnos libremente a Dios; de amor, porque uniéndonos a Cristo que se entrega por nosotros recibimos Su amor en lo más profundo de nuestro ser.
J. G.: ¿Es ésta la doctrina tradicional de la Iglesia o hay alguna novedad en lo que afirma el Papa en esta exhortación apostólica?
Arzobispo: Estrictamente hablando, no hay ninguna novedad porque la fe –que expresa la verdad del misterio de Dios y del ser humano- es la misma así como “Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Carta a los Hebreos). Sin embargo, el principal aporte de la Exhortación a la comprensión de la Eucaristía, está en la interrelación profunda entre la fe que expresa el misterio, el rito sacramental que lo celebra y la vida que lo hace existencia diaria. A veces, en la presentación de nuestra enseñanza católica, somos dados a yuxtaponer las realidades: por una parte, la fe; por otra, el rito celebrativo; por otra, la existencia cristiana. En esta exhortación apostólica postsinodal, estos tres elementos de una única realidad aparecen en su completa organicidad. La fe tiene que hacerse celebración para convertirse en vida. Es decir, la fe no es sólo un contenido teórico, doctrinal, sino que es una adhesión personal al Dios que nos salva por medio del Hijo en el Espíritu y, por su naturaleza misma, tiene que hacerse celebración sacramental, es decir, “memorial”, actualización, re-presentación, del misterio central por el cual Dios se nos ha revelado y nos ha salvado: la muerte y la resurrección de Cristo, el Hijo de Dios hecho uno de nosotros. Y, por otra parte, esa celebración sacramental de la fe tiene que “encarnarse” en la vida de todos los días: en las relaciones familiares, en el intercambio permanente con los demás, en la implementación de la justicia y de la fraternidad. La celebración de la Eucaristía se hace así el puente fecundo entre la fe y la existencia diaria, haciendo posible que aquélla se haga fecunda y transformadora de todo lo que el ser humano es, puede y tiene.
De esta manera la Eucaristía es el alimento necesario para que nuestra vida se llene de luz, de alegría, de fuerza, de compromiso permanente por la construcción de un mundo más justo, más fraterno, en paz.
* Periodista – Historiador. julioetica@yahoo.com
Monseñor Rubén Salazar Gómez, Arzobispo de Barranquilla, en esta edición nos sigue hablando del significado de la Eucaristía, en la publicación anterior se contemplaba esta celebración como el sacramento del amor, hoy nos la muestra como el alimento necesario para nuestras vidas.
Julio Giraldo: En el diálogo pasado usted, señor Arzobispo, nos explicó la naturaleza del escrito del papa Benedicto XVI sobre la Eucaristía. ¿Cómo se podría resumir su contenido?
Arzobispo: La Exhortación Apostólica Postsinodal “El Sacramento del Amor” de Benedicto XVI sobre la Eucaristía tiene tres partes que podrían resumirse diciendo: La Eucaristía es la celebración de la fe para la vida.
De hecho, el Papa titula la primera parte “La Eucaristía, misterio que se ha de creer” y en ella nos presenta a la Eucaristía –siguiendo la afirmación del Catecismo de la Iglesia Católica- como “el compendio y la suma de nuestra fe”, ya que la fe de la Iglesia –que es nuestra fe- se expresa y se alimenta en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la Eucaristía. Este sacramento, como memorial de la muerte y de la resurrección del Señor, contiene de manera privilegiada el núcleo fundamental de nuestra fe como adhesión a Dios Padre que: “tanto amó al mundo que le dio a Su Hijo único para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” (Evangelio de Juan, capítulo 3), a Dios Hijo que: “nos amó hasta donde es posible amar” (Evangelio de Juan, capítulo 13) entregándose por nosotros a la muerte para darnos la vida, a un Dios Espíritu Santo que, como amor del Padre y del Hijo, viene a nuestros corazones para hacernos criaturas nuevas capaces de amar, de amar a Dios como hijos y a los demás como a hermanos.
“Éste es el misterio de nuestra fe” que profesamos e interiorizamos cada vez que participamos en la celebración de la Eucaristía. Y éste es el tema de la segunda parte de la exhortación: “La Eucaristía, misterio que se ha de celebrar”. Lo que se puede llamar el rito de la celebración es la expresión clara y transparente de la fe que se profesa: Después de la escucha atenta y obediente de la Palabra de Dios que se nos ofrece en toda Su riqueza, la Iglesia presenta al Padre los dones (el pan y el vino) que representan la vida misma de la comunidad, recibida del Padre y que ahora es presentada, para que, asumida por Cristo que se hizo uno de nosotros en el seno de la Virgen María, sea transformada en el cuerpo entregado (el pan) y en la sangre derramada (el vino) de Cristo que nos son devueltos en la comunión para que podamos tener en nosotros la vida misma de Cristo, ofrecido al Padre por nosotros.
Se da así un verdadero “intercambio” (palabra utilizada por los padres de la Iglesia para expresar este misterio): Como respuesta a la Palabra de Dios, le entregamos toda nuestra vida con sus gozos y esperanzas, sus angustias y anhelos para que sea transformada en la vida misma de Cristo, vida de amor y de entrega totales por todos y cada uno de los seres humanos. Éste es el tema de la tercera parte: “La Eucaristía, misterio que se ha de vivir”. De esta manera, la Eucaristía responde al hambre de verdad, de libertad, de amor, que todo ser humano lleva en lo más profundo de su corazón. De verdad, porque en la Eucaristía se descubre el verdadero rostro de Dios y del ser humano; de libertad, porque la Eucaristía nos libera del pecado y de la muerte para poder adherirnos libremente a Dios; de amor, porque uniéndonos a Cristo que se entrega por nosotros recibimos Su amor en lo más profundo de nuestro ser.
J. G.: ¿Es ésta la doctrina tradicional de la Iglesia o hay alguna novedad en lo que afirma el Papa en esta exhortación apostólica?
Arzobispo: Estrictamente hablando, no hay ninguna novedad porque la fe –que expresa la verdad del misterio de Dios y del ser humano- es la misma así como “Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Carta a los Hebreos). Sin embargo, el principal aporte de la Exhortación a la comprensión de la Eucaristía, está en la interrelación profunda entre la fe que expresa el misterio, el rito sacramental que lo celebra y la vida que lo hace existencia diaria. A veces, en la presentación de nuestra enseñanza católica, somos dados a yuxtaponer las realidades: por una parte, la fe; por otra, el rito celebrativo; por otra, la existencia cristiana. En esta exhortación apostólica postsinodal, estos tres elementos de una única realidad aparecen en su completa organicidad. La fe tiene que hacerse celebración para convertirse en vida. Es decir, la fe no es sólo un contenido teórico, doctrinal, sino que es una adhesión personal al Dios que nos salva por medio del Hijo en el Espíritu y, por su naturaleza misma, tiene que hacerse celebración sacramental, es decir, “memorial”, actualización, re-presentación, del misterio central por el cual Dios se nos ha revelado y nos ha salvado: la muerte y la resurrección de Cristo, el Hijo de Dios hecho uno de nosotros. Y, por otra parte, esa celebración sacramental de la fe tiene que “encarnarse” en la vida de todos los días: en las relaciones familiares, en el intercambio permanente con los demás, en la implementación de la justicia y de la fraternidad. La celebración de la Eucaristía se hace así el puente fecundo entre la fe y la existencia diaria, haciendo posible que aquélla se haga fecunda y transformadora de todo lo que el ser humano es, puede y tiene.
De esta manera la Eucaristía es el alimento necesario para que nuestra vida se llene de luz, de alegría, de fuerza, de compromiso permanente por la construcción de un mundo más justo, más fraterno, en paz.
* Periodista – Historiador. julioetica@yahoo.com
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