Por Anwar Tapias Lakatt *
En estos días, sin duda, ha impactado a toda la humanidad, el desastre natural ocurrido en Japón el 11 de marzo, en el cual un terremoto y un tsunami cobraron la vida de más de 9 mil personas y que hasta el momento ha dejado más de 16.000 desaparecidos. Es un acontecimiento devastador que impacta a cualquier ser humano, sea creyente o no, sea rico o pobre, hombre o mujer, porque toca lo más innato al ser humano: su estancia en este mundo.
Son muchos los interrogantes que nos podríamos hacer para poder entender qué significan estos acontecimientos, por eso, es preciso escuchar el mensaje que la Iglesia como Cuerpo de Cristo asistida por el Espíritu Santo tiene para darnos. El Concilio Vaticano II, analizando la situación actual del hombre y sus retos en este mundo, expresa algo muy apropiado para este tema en el Proemio de
¿Qué significa esto para el católico?
Que debemos prestar oído a lo que la Iglesia tiene para decirnos en cada acontecer del mundo; algo similar podemos ver en el texto del Evangelio de San Lucas, cuando Cristo narrando la parábola de Lázaro y el rico, coloca el diálogo del rico con Abraham: El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento". Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen". No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán". Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán" (Lc 16, 27-31).
Si reflexionamos, quien representa hoy a Moisés y a los profetas, veríamos al Papa y
Es importante en primer lugar conocer un poco lo que el Santo Padre ha expresado sobre este hecho. En un telegrama dirigido al Presidente de
El Papa “asegura a todos los que se han visto afectados, su cercanía en este momento difícil”, reza “por los que han muerto, e invoca las bendiciones divinas de la fortaleza y el consuelo sobre sus atribuladas familias y amigos”.
Por último, expresa su “solidaridad en la oración a todos los que están proporcionando rescate, auxilio y apoyo a las víctimas de este desastre”.
Reflexionemos sobre algunos puntos que nos tocan como cristianos en estas situaciones de acuerdo a las palabras del Padre:
- Tristeza por el dolor del prójimo
Del mensaje del Santo Padre podemos reflexionar un poco sobre la tristeza que nos invade a todos por la tragedia vivida, ya que sabemos que quien lo padece es un ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, y que en este momento desgarrador está viviendo una situación difícil. Es algo muyparecido a lo que sentimos con el desastre generado por el invierno en el país, a finales del año pasado y que tanto afectó al departamento del Atlántico.
¿Cuál debe ser nuestra actitud? Cristo nos lo enseña en el relato del buen samaritano, donde un samaritano hace lo que los religiosos no hicieron, donde se desprende de los prejuicios sociales para poder irradiar el amor de Dios a ese prójimo golpeado y herido por otro semejante: “Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió” (Lc 10, 33).
Preguntémonos si nosotros como católicos nos conmovemos ante el dolor de nuestro prójimo, sea conocido o no, sea un mendigo en la calle, un anciano, o un enfermo, recordando que en todos ellos debemos ver el rostro de Cristo, quien se compadece de nuestras debilidades (Heb 4, 15).
- Rezar por los que han muerto
La muerte es el punto para encontrarnos con Dios, pero aún así no deja de ser una experiencia dolorosa, pues los lazos afectivos de nuestros seres queridos son muy fuertes y no nos preparamos para alejarnos de ellos.
Muchas veces sentimos que nuestra vida lleva un rumbo estático, mecánico, sin ahondar en que somos imagen y semejanza de Dios. Hoy debemos hacer un pare y viendo a Japón, reflexionar si estamos viviendo como si nunca fuéramos a morir, como si nuestro fin fuera como el rico que sólo atesoraba y ampliaba sus graneros (Lc 12, 16-21), como si nunca tuviéramos que comparecer ante el tribunal de Dios (2 Cor 5, 10). Por eso ante la muerte la Iglesia nos anima a prepáranos para ese momento (CIC 1014).
Del mismo modo, debemos orar por aquellos que murieron, pues ya ellos no pueden hacer nada por sí mismos, y esperan que la Misericordia de Dios toque nuestro corazón.
- Pedir a Dios fortaleza y consuelo a las victimas
El Santo Padre también invoca a Dios para que llene de fortaleza y consuelo a las víctimas de este desastre. La oración que hagamos en este tiempo de Cuaresma por los japoneses será una ofrenda agradable a Dios, que mostrará como nosotros confiamos en
Pero, antes, es importante reflexionar en nuestra vida espiritual y preguntarnos si estamos sintiendo el consuelo de Dios en nuestras tribulaciones, para así poder compartirlo con el necesitado.
San Pablo nos expresa muy bien esta realidad en su Segunda Carta a los Corintios:
“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios. Porque así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también por medio de Cristo abunda nuestro consuelo. (2 Cor 1, 3-5)”.
Como católicos debemos llevar un mensaje de esperanza y salvación a todos aquellos que han sentido un momento de angustia, de soledad o de abandono, testimoniando que el Dios de amor que ha obrado en nosotros, también obrará en ellos.
No podemos dejar de mencionar, el acto heroico de los 50 técnicos japoneses, que a pesar del riesgo de radiación al que se exponen, decidieron entrar a la Central de Fukushima a reparar los daños. Es una muestra del dar la vida por los demás, es una muestra que el Evangelio se debe vivir y practicar de manera desinteresada, es salir de su individualismo para pensar en tantas personas que esperan que alguien muestre el rostro de Dios.
Después de analizar todo lo sucedido en Japón, podemos sentir a Dios cerca de nosotros, porque siempre que esté Dios habrá esperanza, porque mientras Dios guíe nuestra vida aprenderemos que en cada acontecer Él se vale de nosotros para dar amor; sus brazos son los nuestros, su rostro es el nuestro porque él mora en nosotros.
*Ingeniero Mecánico. Administrador del Grupo Católicos Firmes en su Fe. anwar.tapias@gmail.com
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