Por EVELYN LLINÁS *
“Es la época”… Los meses preliminares a las fechas de grado para calendario A o durante los meses de abril y mayo, para calendario B, en las que el tiempo pareciera correr más rápido, los padres y otros miembros de la familia inician la fase de preguntas e inquietudes con respecto a la decisión que supuestamente deberán tomar sus hijos con respecto a su futuro vocacional. En el mejor de los casos, se vive una aparente calma; los padres respiran con cierto aire de tranquilidad, pues el o la joven ha decidido que quiere “ser ingeniero(a)”.
Algunos padres, realizan preguntas cotidianas sumadas a una serie de expresiones consecutivas que pretenden alertar a sus hijos con respecto a la toma de decisión: “… al fin, ¿ya decidiste que vas a estudiar?... Mira que el tiempo pasa y las universidades no te van a esperar…¡¡¡Hay muchas cosas que tienes que hacer!!!…” Otros padres, con indignación y en pie de lucha, pretenderán que con autoritarismo lograrán que sus hijos estudien lo que ellos consideran una ‘carrera digna’: ¡Imagínate, nuestro hijo ha salido con la loca idea de estudiar esto, ya le dijimos que no y él tendrá que ver cómo hace, pero esa locura no la vamos a permitir!” Otros muy escépticos se preguntan y preguntan a su hijo o hija: “¿será que sí eres capaz de estudiar esa carrera?” Y están los padres que dicen llamarse ‘flexibles’: “Tú puedes estudiar lo que quieras, pero creo que debes elegir algo que te ubique pronto, con la que puedas obtener un empleo sin problemas, nada de carreras raras, además no podemos pagar ciertas carreras en ciertas universidades.” Podría continuar describiendo las situaciones de los padres frente al proceso de elección de sus hijos, pero de forma general y a lo largo de mucha experiencia en este trabajo, las anteriores pueden catalogarse como las más comunes.
Ciertamente la elección de una carrera no es y nunca será un proceso fácil para los adolescentes y sus familias. Hay muchos elementos que salen al escenario relacionados con ilusiones, aspiraciones, imaginarios, fantasías, autoestima y expectativas del grupo familiar que se proyectan sobre estos jóvenes.
Estos chicos y chicas, son mucho más activos, están más cercanos al uso de una tecnología que es avasalladora, han crecido más cerca del aprendizaje de una segunda lengua y perciben la necesidad de prepararse profesionalmente, cada vez con mayor calidad, pero al tiempo su fragilidad emocional, su baja tolerancia a la frustración, su gran impulsividad, su tendencia a pensar y actuar según el aquí y ahora, hace que para ellos sea difícil pensar en el significado, las implicaciones y el compromiso de un proceso de toma de decisiones, en el que de paso involucran a otros miembros de la familia, particularmente a sus padres. Son ellos quienes apoyarán económicamente la decisión que se tome y es allí, precisamente, donde se observa el mayor nivel de tensión, puesto que la inversión económica frente a una carrera profesional demanda una solidez y solvencia financiera de forma que los hijos puedan recibir educación de alto nivel, y en toda universidad de calidad hay unos costos altos que se deben asumir.
Afortunadamente, desde hace unos años se viene incentivando y facilitando la posibilidad de acceso al crédito mediante la destinación de recursos del gobierno que han favorecido a que instituciones de calidad y de carácter privado puedan, a su vez, ofrecer opciones para el ingreso de estudiantes cuyos padres de familia tienen bajos ingresos. Pero esto, igualmente, se convierte para padres e hijos en objeto de presión, pues la ‘decisión incorrecta’ tiene un costo y no hay lugar a equivocación. Por esta razón, la tendencia actual es que los padres, para ‘evitar’ las dificultades que sus hijos puedan presentar en su toma de decisión, ‘erróneamente’ deciden por ellos y, una vez que pasa la fase de adaptación al medio universitario, que aproximadamente toma entre un año o año y medio de estudios en un programa académico, el joven inicia un proceso de reflexión sobre su futuro vocacional, siendo esto un proceso doloroso, lleno de angustia y de incertidumbre pues no será fácil cambiar de decisión.
Esto nos lleva, adicionalmente, a otro punto importante, tomando en cuenta la edad de egreso del bachillerato por parte de estos jóvenes. La gran mayoría se encuentra en la fase de adolescencia, en la que apenas se genera un proceso de afianzamiento de su propia identidad, producto de la crisis propia de esta etapa. En esta etapa evolutiva se supone se deben consolidar e integrar elementos de su proceso de desarrollo, valores, debilidades, fortalezas, entre otros aspectos, para dar paso a una auto percepción adecuada que le facilite el proceso de pensar quién es, qué quiere ser, de qué manera y al estilo de quién.
Con respecto a lo anterior, comparto lo que la psicóloga argentina Ángela López Bonelli (2003), expresa en apartes de su libro “La orientación vocacional como proceso”. Ella manifiesta que la identidad vocacional está ligada a la propia identidad y es la respuesta que debe darse el joven al por qué y para qué se elige determinado rol ocupacional. Parafraseando a López, para que el joven pueda dar respuesta o hacer la elección, suele incluir los valores, ideales, aspiraciones, entre muchas cosas, de sus pares y grupo familiar o puede ser totalmente reactivo pues no siempre la familia es una buena base sobre la cual pueda buscar sus propias aspiraciones. López Bonelli considera que frente a estas situaciones, los cambios que vive el hijo adolescente, sumado al proceso de decisión que debe tomar, reactualiza en estas familias la angustia y esto hace que los padres, en lugar de ayudarlos, propicien mayores dificultades en la elección vocacional de sus hijos.
Continúa ella diciendo que muchas de las elecciones conflictivas e inmaduras, hasta la desorientación severa se relacionan con fracasos en la elaboración normal de la crisis de identidad. Según su tesis, el joven debe elaborar una serie de duelos pues debe aprender a abandonar a su escuela o colegio, la seguridad de la infancia, los compañeros, muchos ellos de toda su vida, etc., Luego, elegir es renunciar a cosas, a algo y se produce una especie de tensión entre lo que se deja y lo que se toma. Frente a todo esto los jóvenes presionados por sus padres o por el medio familiar e incluso social, agrega esta colega, tienden a tomar decisiones que enmascaran dificultades más profundas.
Claudia Messing, Directora de la Escuela de Postgrado en orientación vocacional, ocupacional y asesoramiento familiar en Argentina, ha realizado interesantes investigaciones que permiten explicar la relación vincular entre la familia –hijos y su relación la decisión vocacional. En sus trabajos y estudios así como la experiencia obtenida en su praxis profesional, muestra que los modelos de autoridad asimétricos en la que padres e hijos mantienen una relación de autoridad a un mismo nivel, no ha permitido ni facilitado el proceso de diferenciación adecuado de manera que la función paterna y materna de diferenciación y límite no es adecuado, generando como consecuencia una separación inadecuada, desconexión emocional y desorganización en las decisiones de los jóvenes incluyendo por supuesto lo vocacional. A lo anterior, sumo desde mi propia experiencia igualmente que, frente a la desorganización y dificultad para decidir, los padres asumen, para evitar más angustias, un rol autoritario, justificado en la preocupación de que el joven no ve claramente como ellos el futuro profesional que, indudablemente, se relaciona con la posibilidad económica de búsqueda de status y éxito social.
Para finalizar, sugiero a padres de familia, apoyarse en la labor que los orientadores profesionales pueden realizar, llevando a cabo un acompañamiento permanente para ayudarles a organizar un proceso de toma de decisiones con miras a la elección vocacional de sus hijos que, como mínimo, debe iniciarse en el grado noveno de la básica secundaria. Así mismo, dejo a consideración una serie de preguntas que los padres puedan realizar para iniciar su proceso de trabajo en torno al futuro vocacional de sus hijos:
¿Qué hemos llevado a cabo para ayudar a nuestros hijos para que tomen decisiones adecuadas en cada situación de sus vidas? ¿Hemos considerado con anticipación que la elección de carrera demanda un proceso que no siempre finaliza al concluir el bachillerato? ¿Nos hemos preparado financieramente, mediante un plan organizado, para asumir con tranquilidad el proyecto vocacional de nuestros hijos? ¿Hemos considerado una asesoría en esta línea para saber cómo llevar a cabo un plan financiero y económico que permita invertir en la educación superior de nuestros hijos? ¿Hemos llevado a cabo un proceso de trabajo asistido por un consejero u orientador, con respecto al proceso de toma de decisión por parte de nuestros hijos en torno a la elección vocacional con suficiente anticipación? ¿Es nuestra relación cercana, cálida, abierta, de manera que conocemos desde hace tiempo las dudas, inquietudes e imaginarios de nuestros hijos frente a su futuro vocacional? ¿Hemos conversado en pareja acerca de nuestros imaginarios, fantasías, aspiraciones y proyectos con respecto al futuro vocacional de nuestros hijos de manera que podamos llegar a acuerdos con ellos? ¿Está claro para nuestros hijos, nuestras ideas, valores, proyectos, aspiraciones, situación económica, entre otros aspectos, para el proceso de toma de decisiones de ellos? ¿Confiamos plenamente en la capacidad de decisión de nuestros hijos frente a su futuro vocacional? ¿Creemos nosotros en sus ideales y deseos vocacionales?
* Autora invitada – Psicóloga y Magíster en Educación – Coord. del Programa de Orientación Académica del Bienestar Universitario de la Universidad del Norte.